El Goce Pagano, donde Gabo fue feliz

El Goce Pagano, donde Gabo fue feliz

Este es el templo de la salsa y el son cubano, escenario de sorprendentes encuentros y mucha bohemia desde los años 70's

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diciembre 09, 2015
El Goce Pagano, donde Gabo fue feliz

En diciembre de 1983, Gabriel García Márquez llegó al Goce pagano  con una de sus típicas camisas floridas, acompañado de otro fanático del lugar, su amigo Enrique Santos Calderón. Una celebración más del premio nobel: salsa iba, son montuno venía. De pronto en la mesa apareció lo increíble: el rey del mambo, el mismísimo Damazo Pérez Prado a quien sus amigos cubanos le habían recomendado no perderse el Goce. César Pagano los presentó y comenzaría una larga charla sobre música, Cuba y la revolución. No falta la leyenda que da cuenta que García Márquez casi se va a las manos con Damazo alegando por la autoría real de una de las canciones preferidas de Fidel. Aquel día, todos salieron abrazados, prendidos y felices como siempre.

El primer Goce nació al finalizar los años 70 cuando se encontraron César Villegas, Juan Gaviria y Gustavo Bustamante. Querían montar un bar de salsa y músicas del mundo. Encontraron un hueco en la Bogotá dura del centro, en la carrera 13A con calle 23. César Villegas había escrito por encargo para la Revista Alternativa –codirigida por García Márquez y Enrique Santos- un artículo titulado ‘La salsa, ese goce pagano’ y de allí salió el nombre. El Goce Pagano simbolizaba todo lo que deseaban expresar y poner en escena. César Villegas quedaría desde entonces  bautizado como César Pagano.

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El Goce Pagano fue creado por César Villegas, Juan Gaviria y Gustavo Bustamante. Tuvo su primera sede en la carrera 13A con calle 23, después tuvo otras filiales. Ahora subsiste uno en Las Aguan, frente a la Universidad de los Andes

La esencia del Goce siempre ha sido la salsa, el mambo, bolero para bajar el ritmo cardiaco, son cubano, charanga, pachanga, boogaloo y más tarde se le dio la entrada a selectivos grupos y canciones de reggae, músicas del Pacifico, del Caribe, brasilera y del folclor de nuestro país.

También se hizo leyenda por toda su escena. Como pasar por alto que en aquellos años ochenta al local de la 23 llegó un muchacho alto, flaco, desgarbado, amigo de Gustavo Bustamante, a pedir trabajo en lo que fuera porque andaba escribiendo una novela y no tenía ni con qué comer. El muchacho fue contratado en la barra, pero durante ocho meses hizo las funciones de mesero, barman, administrador y hasta conciliador de borrachos. Cuando tuvo lista la novela no tenía editorial, y fue bajo el sello del Goce Pagano que aquel escritor llamado Tomás González publicó su primera obra titulada Primero estaba el mar. Hoy desde su finca en Cachipay este huraño contesta el teléfono para recordar los días estridentes donde a las 5 de la tarde pedía al cielo que no fuera a ir tanta gente al Goce porque los tumultos siempre lo han estresado. González hoy es uno de los escritores más respetados en todo el hemisferio. En el Goce Pagano se montó quizá la primera imprenta pirata ‘legal’ porque ninguno de los escritores ponía problema cuando sus artículos pasaban de mano en mano en el bar. Desde García Márquez hasta Cortázar hicieron parte de ‘Los papelitos del Goce’. Incluso Jorge Amado, el escritor brasilero, les vendió los derechos de sus obras por un dólar, para que la industria no los molestara. Así, en El Goce no solo se iba solo a escuchar música, bailar y beber, por su tarima han pasado poetas de la talla de Juan Manuel Roca y se han hecho lanzamientos de libros hasta de autores como William Ospina.

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Cesar Pagano tiene una colección de 20.000 elepés, 8.000 discos compactos, 5.000 casetes, 4.000 videos y 5.000 entrevistas a artistas en diversos formatos.

El Goce Pagano es una fotografía en movimiento de los grandes momentos del país: Antonio Morales cuenta que a Jaime Bateman se le veía dichoso tirando paso y hablando de política; Pagano narra cómo el día que llevó a la cubana Celina vio bailando a gente de izquierda y derecha unidos y cantando en coro con emoción: “Santa Bárbara bendita para ti surge mi lira / y con emoción se inspira ante tu imagen bonita / que viva changó, que viva changó, que viva changó, señores…”. Así mismo se puede ver en una mesa esté Germán Vargas y en otra a Gustavo Petro, no hay peleas, no hay rencillas, cada uno va a disfrutar de todo cuanto ofrece este lugar. Cuentan que la última salida de fiesta, una par de meses antes que se enfermara la gran matrona del teatro en Colombia, Fanny Mickey, no se quería ir del Goce ni cuando llegó la policía. Esas mesas tiene la historia de los últimos 40 años del país. El uno le cuenta al otro cómo fue el proceso de paz con el M19; otro le describe qué está pasando en La Habana con el proceso de las Farc; una mujer habla sobre los repos y en qué andan los Jaramillo de Interbolsa, Salomón Kalmanovich explica el Gini, y un grupo de chicas se beben una botella de aguardiente solas, porque saben que en el Goce se respeta.

El Goce de la 24 ya está más muerto que vivo, Salomé Pagana cerró sus puertas por la inseguridad del sector y El Goce Pagano que queda en Las Aguas aún vive de la insistidera y de los universitarios que se van a consolidar sus proyectos escuchando a los Van Van de Cuba, Eddy Palmieri y hasta Herencia de Timbiquí. Cuando uno entra y los ve tan entusiastas y felices puede imaginar que así mismo cerraba los consejos de redacción de la Revista Alternativa, García Márquez en sus épocas de poca fama y mucha felicidad. No dejemos que se muera el sitio donde todos somos paganos.

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La primera obra de Tomás González fue impresa por el sello del Goce Pagano, impulsado por uno de sus creadores: Gustavo Bustamante

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