El epulón de Catalunya (I)

El epulón de Catalunya (I)

"¿Qué han querido y quieren estos novísimos epulones? Indudablemente separarse de los pobres lázaros del subdesarrollo interno del reino de España"

Por: Orlando Solano Bárcenas
enero 19, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El epulón de Catalunya (I)

Los eventos sociales tienen una historia, unas causas que es preciso conocer para comprender las consecuencias y fenómenos de recurrencia y ausencia. El conocimiento del pasado gira sobre el problema de los orígenes y sobre las “justificaciones” a veces más que en el de la comprensión. La nostalgia del pasado suele ser disfrazada por la búsqueda de la propia autenticidad, entreverada ella por los nacionalismos y las ideologías que tratan de encontrar en el antaño su razón de ser con frecuencia en la literatura apologética, donde se mezclan querellas políticas y religiosas. En esta perspectiva los documentos se vuelven novela, los hechos son dejados a un lado al igual que la exactitud de los documentos.

En los estudios históricos no basta lo cuantitativo también es necesario lo cualitativo, siempre auxiliados ambos enfoques por la óptica pluridisciplinaria que proporcionan las diferentes ciencias sociales. La comunicación de la historia con las otras ciencias del hombre se asevera como fundamental para tratar de explicar la génesis de los hechos humanos en su realidad y en el contexto de las instituciones y organizaciones económicas y sociales.

En el caso de la Cataluña actual se hacen necesarios los estudios históricos bajo una óptica pluridisciplinaria que combine diversas aproximaciones cuales la sociológica, la psicología individual y la social, la ciencia política y la sociología política, la antropología cultural, las ideas políticas y la geografía, entre otras. Abandonando la tan frecuente visión de la llamada historia “evenemencial”, por demasiado lineal. Lucien Febvre:”Historia ciencia del pasado, ciencia del presente”.

Sin dejar de aplicar las aproximaciones de la mitología o de la  religión, que no por ser con frecuencia poéticas dejan de ser útiles para comprender realidades contemporáneas. Como por ejemplo, cierto egoísmo que lleva a regiones de un país a practicar secesionismos que le niegan a otras el poder gozar de un desarrollo en hermandad, en comunión y  aplicación de eso que Renán llamaba la “nación” concebida por él como un compuesto de diversidades, complementaciones y solidaridades. Tal parece ser el caso del recurrente secesionismo ideológico, político, económico y cultural de la Cataluña histórica, que podría ser sintomático de un hedonismo egoísta de rico epulón frente a pobres Lázaros de Extremadura, Canarias, Murcia, Castilla La Mancha, Andalucía y regiones más desvalidas de la España histórica y  contemporánea.

En la antigua Roma los collegium fueron una institución -llegada de Grecia en el 196 a.C.- muy importante para el derecho romano al ser asociaciones privadas de apoyo mutuo, protección y control sobre el ejercicio de ocupaciones parecidas regidas por estatutos y órganos propios con fines diversos de tipo religioso, funerario, profesional o territorial y regidos por una curia. Una función muy importante de los colegios primero en la vida religiosa y luego en la vida ciudadana, fue la de los banquetes en común.

Con el paso del tiempo los colegios se hicieron muy fuertes al ganar peso político durante las épocas de convulsión social y elecciones. Esta politización llevó a la República a restringirlas ante la venalidad del voto de los asociados. Llegado el Imperio, en el año 7 d.C. Augusto suprimió los más recientes dejando solo los de tradición pero exigiéndoles tener siempre una utilidad pública o iusta causa. Con la caída del Imperio romano de Occidente llegaron a su fin.

Hubo cuatro grandes colegios mayores del sacerdocio: Pontífices, Augures, Quindecenviri y Epulones. La palabra “epulón” tiene un origen indo-europeo que denota “recurso”, “riqueza”, “obra”, “trabajo”, “esfuerzo” que proporciona riqueza. En la consonancia latina remite a los verbos “atar”, “ligar”, “alcanzar” porque el banquete ritual sirve para atar y estrechar vínculos entre los hombres y entre estos y la comunidad divina. Los “epulos” eran entonces banquetes rituales destinados a honrar a los dioses para aplacar su ira mediante sacrificios. El término “epulón” pasaría luego a ser sinónimo de “banqueteador”, “comelón” y “glotón”.

La institución se extendió por el Imperio llegando a Judea. En el evangelio de Lucas (16,19-31) se narra la parábola  del “Rico epulón y el pobre Lázaro”. Epulón, se impone aclararlo, no es el nombre de una persona en particular sino de un cargo, de un funcionario. Uno de ellos, cuenta el apóstol, un día o durante varios negó a un pobre hombre llamado Lázaro las migajas de pan que este  le suplicaba dejar caer de la mesa para saciar el hambre. El rico epulón le negó  hasta ese mínimo, ignorando su desgracia.

Pasado un tiempo ambos murieron yendo Lázaro al gozo del seno de Abraham, por ser un justo. Por su lado, el despiadado epulón fue enviado al Hades o mundo grecorromano de los  muertos donde fuera castigado a sufrir el fuego eterno. Agobiado, el avaro suplica a Abraham que le permita a Lázaro mojar la punta de su dedo para refrescar la febricitante lengua. Petición negada. Entonces le suplica enviar al leproso a prevenir a sus hermanos en la necesidad de ser caritativos, para que no fueran castigados como él. El patriarca vuelve y le niega esta otra petición advirtiéndole que para ellos esta recomendación sería igualmente inútil en el empeño de traerlos al recto camino tanta eran su soberbia y avaricia. En resumen, Lázaro pasó a significar “ayuda de Dios” o “ayudado por Dios” mientras que un epulón ha sido desde ese pasaje considerado como un “glotón”, “avaro”, “ambicioso” y “despiadado”.

La parábola de Jesús busca zaherir a los fariseos. Amós ya lo había hecho con aquellos que amasan fortuna a costa del pobre. Censuraron ambos a quienes humillan al desheredado, a ese que solo tiene a Dios para que le auxilie. Juntos condenan en coro al que no reparte algo de su riqueza entre los necesitados. Reprochan el egoísmo de aquellos que no socorren como sí lo hizo con Jesús un buen hombre cuando tuvo hambre y sed (Mateo 25, 3-46). Los dos evangelistas, Mateo y Lucas, plantean de esta manera la noción de un “más allá” como premio o como castigo. Al justo, el seno de Abraham y la visión eterna de Dios. Al injusto, al despiadado, al rico epulón… el Infierno.

 Jesús Cristo siempre volcó su doctrina hacia los pobres y necesitados pero sin condenar necesariamente a todos los ricos porque algunos de ellos lo socorrieron  como  lo hicieron con él en su momento Nicodemo, Mateo y Zaqueo. Quiso entonces  el Cristo hermanarlos a ambos, al rico y al pobre; recordándole al primero que la riqueza no es la única posibilidad de salvación que tiene el que la detenta y al pobre diciéndole que debe salir de la pobreza escandalosa, humillante e indigna de los hijos de Dios. El rico no debe ser un epulón, un injusto, un individualista, un hedonista sin límites.

El teólogo brasileño Leonardo Boff ha visto en el Foro Económico Mundial de Davos y en el Foro Social Mundial de Porto Alegre una actualización de la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. En Davos, los ricos epulones son con frecuencia indiferentes con los pobres, con dos tercios de la humanidad (“les damnés de la Terre”). En Porto Alegre se reúnen los pobres Lázaros, los pueblos que son mendicantes no por inferioridad racial o cultural sino por razones geográficas, climáticas o históricas de explotación colonial o por la explotación de las clases dirigentes que fueron dejadas instaladas en el poder por la metrópoli al momento de de la descolonización. Remata Boff la comparación diciendo que la “Casa Común” debe ser de todos tanto de los ricos como de los pobres y no solo de epulones orgullosos, indiferentes y despiadados que humillen con una riqueza no ética, excluyente, individualista y despiadada.

La península Ibérica ha recibido todo tipo de pobladores desde el hombre de Neanderthal del llamado abrigo Romaní de Barcelona, del hombre de Cro-Magnon y los buscadores de cobre del Mediterráneo oriental  hasta muchos otros  pobladores. Las diferencias culturales entre ellos se fueron acentuando desde mediados del segundo milenio a.C. perfilándose el Área Atlántica o cultura de los “castros” y el Área Mediterránea con la cultura talagática o baleárica, muy relacionada con las de Cerdeña, Malta y Sicilia.

Por los pasos montañosos del Pirineo Catalán y del Vasco-Navarro entraron grupos célticos hacia 900 y 600 a.C. y de entre ellos los que se asentaron en la región catalana fueron rápidamente absorbidos por el elemento indígena, formando los llamados pueblos “celtíberos”. Del Mediterráneo llegaron los mercaderes y navegantes fenicios. Con su arribo a las costas, los griegos fundaron Rhodes, la actual Rosas de Cataluña. Las colonias fenicias pasarían a depender de Cartago, hecho que desató la rivalidad Greco-Púnica. Por su lado, los griegos de Marsella regresaron a Rosas.

Desde finales del siglo VI a.C. todos estos pueblos más los autóctonos de las regiones orientales y meridionales de toda la Península, llegarían a desarrollar la llamada Cultura Ibérica cuyo pueblo -los “iberos”- no lograron formar una unidad política sino que se dividieron en una multitud de ciudades independientes. Los pueblos del Pirineo catalán adquirirían fuertemente este particularismo.

 Cartago, para enfrentar a Roma, en el 237 a.C. conquistó la Península sometiendo Amílcar Barca a los pueblos de Andalucía y del sudeste; igualmente lo hizo con las tribus de la región catalana en las cuales reclutó a sus hombres. Luego cruzó los Pirineos encaminándose a los Alpes con el propósito de tomar Roma. Inmediatamente los griegos se apoderaron del Pirineo Oriental, aislando a Aníbal. En el 206 a.C. los romanos expulsaron a los cartagineses de la Península iniciando la conquista del Litoral Mediterráneo, la Meseta y el Cantábrico. Las tribus costeras, pobladas por indigetas, edetanos, turdetanos y otras más de la región catalana se rebelaron.

Derrotado el disidente general romano Sertorio en el 82 a.C. y ante el fracaso de no haber podido fomentar el nacionalismo indígena, se dio inicio a la romanización total y a la formación del sentido de pertenecía a una misma comunidad. Julio César se tomaría luego y por la fuerza a la catalana ciudad de Lérida. Augusto le daría a la Hispania Citerior el nombre de “tarraconse”, con capital Tarraco o Tarragona.

En los siglos I y II d.C. se completó el proceso de romanización de la población autóctona, que terminaría abandonando las lenguas propias para adoptar el latín, aceptar la religión, adoptar las formas de vida de Roma y someterse al derecho romano. La economía peninsular fue integrada a la fuerza con la del mundo Mediterráneo y las ciudades costeras catalanas entraron a esta integración. En el 98 d.C. un hispano, Trajano, llegó a Emperador romano siendo el primer provincial en lograrlo. En el 212 d.C. Caracalla otorgó la ciudadanía romana a todos los hombres libres del Imperio. En los primeros siglos llegó casi que tempranamente el Cristianismo por el mar Mediterráneo (64-65 aproximadamente) y un poco menos al interior. Durante los siglos III y IV la Hispania se hizo rural al tiempo que se debilitaba la autoridad imperial romana.

Iniciado el siglo V d.C. llegaron los primeros pueblos bárbaros y enseguida se dio comienzo a la invasión germánica. La Monarquía Visigoda le hizo frente a las diversas oleadas bárbaras que iban entrando, con poca resistencia, por los Pirineos; fue así como penetraron los suevos, los vándalos, los silingos, los asdingos y los alanos. En el 416 d.C. los visigodos entraron a la Terraconense y a Barcelona con el apoyo de Roma, que quiso revivir con esta operación la perdidad Hispania. En el 476 d.C. y ya caído el Imperio, los visigodos se afianzaron en los Pirineos Occidentales y se tomaron el Terraconense.

Llegados a este punto podríamos preguntarnos si los romanos le dieron epulones a la Hispania en general y a Catalunya en particular. La respuesta es afirmativa  como lo escribiera en 1831 Gerónimo Pujades en la obra Crónica del Principado de Cataluña, escrita a principios del siglo del XVII. Según él, en esta región de la Hispania Citerior en el templo de la diosa Bona siete ministros que se nombraban así mismos como “epulones” desarrollaban el mismo cargo que los epulones de Roma que practicaban banquetes rituales  en los templos de Júpiter y Juno. Hubo otros epulones catalanes en las compañías de capitanes de guerra. Sin embargo y debido a su mala reputación en el ejercicio del cargo ritual, fueron suprimidos por el Emperador Octaviano.

Suprimidos sí, pero temporalmente porque  en el siglo XIX la influencia del romanticismo de Herder y del tradicionalismo catalán fueron conduciendo a la concepción de una nación catalana con fuerte exaltación del sentimiento nacional,  del fervor hacia la Patria Catalana y hasta del pan-catalanismo doquiera que hubiese un núcleo de la supuesta “raza” catalana. Se trata de las propuestas del movimiento del “Renacimiento”, nacido en 1830 como catalanismo cultural y reivindicación de lo propio, de lo que se perdió en 1714 como consecuencia de los decretos de “Nueva Planta” dictados por Felipe V con el propósito de abolir las instituciones catalanas. Se dio así comienzo a la justificación del separatismo.

La reivindicación “cultural” secretó el catalanismo “político” del último cuarto del siglo XIX vehiculado por las doctrinas de Valentí Almirall, Josep Torras i Bages así como por  las “Bases de Manresa” cuyos postulados básicos fueron los de particularismo, regionalismo, autonomismo, federalismo, nacionalismo catalán, independentismo, lucha contra la diglosia respecto del castellano, patriotismo exaltado, catalanidad al paroxismo, pasado idealizado, historiografía pasional, lengua y patria como ideologías, paseísmo glorioso y juridicidad catalana principalmente.

La burguesía catalana culta se embarcó entonces sobre el lomo del Romanticismo en la empresa de glorificar el pasado, en el “enderezamiento” de lo que había sido desviado culturalmente, en la alfabetización en el catalán como medio de fomentar una conciencia nacional; en la contraposición del catalán al castellano, visto como el enemigo a derrotar; en la férrea oposición al modelo centralista del Estado Liberal y el desastre que este sufriera en la Guerra Hispano-Norteamericana  de 1898, en el rechazo a la política anti-catalanista tanto de Primo de Rivera como de la dictadura de Francisco Franco, esforzadas enemigas de los signos “diferenciales” al interior de la hispanidad.

En 1972, con la aprobación del nuevo Estatuto de Autonomía se afirmó en el poder el primer nuevo gran  epulón, Jordi Pujol, con un reinado indiscutido de  veintitrés años en la presidencia de la Generalitat de Cataluña y solo reemplazado en 2003 por Pasqual Maragall, el jefe del Partido de los Socialistas de Cataluña, formación extrañamente nacionalista y de poco internacionalismo proletario.

 Con el duro golpe que le diera el Tribunal Constitucional a la radicalización del nacionalismo catalán por medio de la sentencia de junio de 2010, el movimiento se estremeció temporalmente y es aquí cuando aparece otro de los epulones más representativos del independentismo catalán, Artur Mas (del movimiento CiU) llegado al poder a través de la consulta que convocara el 9 de noviembre sobre el tema del “derecho a decidir”.

El catalanismo político desde su nacimiento en 1808 no ha hecho sino predicar la existencia de una doble identidad catalana y española; estimular la oposición al modelo centralista y uniformista del Estado Liberal; la no identificación en materia de lengua y leyes con Castilla, a la par de la reivindicación de las viejas instituciones propias; el desprecio a la afrenta de 1714; el desdén hacia la Francia no diversa, napoleónica y jacobina; la nostalgia del pasado feliz bajo la Casa de Austria; el paso del lema “España es la nación, Cataluña es la patria”, a este otro “España es el Estado, Cataluña es la nación”; la exigencia de igualación en privilegios con los vascos; la lucha contra el uniformismo castellanizador; el sueño de retornar a las glorias del Principado, lesionadas por la absorción imperial de la Meseta.

El reforzamiento del catalanismo político lo hicieron varios epulones aferrados a la idea de separar a la rica Cataluña del resto de sus “hermanos” (o ¿hermanastros?) españoles. El más empecinado fue Valentí Almirall y su republicanismo federal, ahora fieramente reivindicativo del comercio y el derecho del Código Civil catalán y predicando no dejarse absorber ni uniformizar sino reivindicando la identidad de los grupos o “razas” de la antigua Marca Hispánica. La glorificación del particularismo catalán (positivista, analítico, igualitario y democrático) frente a lo castellano (idealista, abstracto, generalizador y dominante). Dejar el anquilosado “centro” de España y fortalecer la periferia en pro de una Confederación o Estado compuesto a la manera suiza o del imperio austro-húngaro fue otra de las tesis. Solicitando un retorno al carácter “pactista” del pasado Catalano-Aragonés.

Con toda esta mescolanza ideológica se procuraba la exaltación de la supuesta “raza catalana” frente al resto de los españoles, loando para ello lo glorioso que plugo a la Providencia dotar a Cataluña con el “genio característico de sus hijos”, con su fiera libertad y sentido de lo práctico (¿fenicio?).También con una defensa cerval del sentido “estamental” de las Cortes Catalanas pero con aplicación de un sufragio corporativo que le hiciese frente al igualitarismo de la democracia liberal, enciclopedista, uniformadora, masónica y laica. En resumen, volver a la Cataluña anterior a 1714. Esa misma que era tan “particular”.

El catalanismo político salió de la Península y trató de expandirse a la otrora América hispánica, ahora llamada “latina” por los países europeos celosos de la grandeza pasada del Imperio donde nunca se ponía el sol. Más aún, Prat de la Riba propuso la formación de un Estado–Imperio que fuese “de Lisboa al Ródano” integrado por España, Portugal y Occitania mas siempre bajo la hegemonía de Cataluña y  Barcelona como capital.

El catalanismo cultural y político ha desembocado hoy en día en el “independentismo catalán” o “secesionismo catalán”, con sus actuales límites de Comunidad Autónoma o como una Cataluña ampliada que incluya a la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares, la Cataluña del Norte (territorio actualmente  francés), el oriente de Aragón y la zona catalanohablante de El Carche (en la región de Murcia). Es decir,  de todos los por ellos llamados “Países Catalanes” lo que  afectaría tanto a España como  a Francia en sus territorios. Sin embargo, agregan, permaneciendo en la Unión Europea.

Con estos postulados a ratos conservaduristas y hasta anarquistas la idea independentista de Francesc Maciá y su partido Estat Catalá logró hacer cauda.

El epulón mayor en la actualidad es Carles Puigdemont, hoy fugado con sus pares. Huyendo todos ellos de la justicia española, refugiados en un país de fuertes tendencias separatistas. O, con varios en las cárceles.

¿Qué han querido y quieren estos novísimos epulones? Indudablemente separarse de los pobres lázaros del subdesarrollo interno del reino de España. Empresa en la que no están solos sino formando una cohorte con los epulones de la riqueza nacionalista europea como lo veremos más adelante

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