El despelote de Bogotá y la majadería de volver a la oficina

El despelote de Bogotá y la majadería de volver a la oficina

Las personas han vuelto al rito de desplazarse masivamente a sus sitios de trabajo. Gastan hasta cinco horas en el tráfico, todo para darle gusto a un jefe obsesivo

Por: Juan Rueda Rico
septiembre 16, 2022
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El despelote de Bogotá y la majadería de volver a la oficina

Recientemente fue publicado en BBC un artículo que intenta explicar por qué Bogotá tiene el peor tráfico de América Latina. Aparte de listar lo obvio, como la completa falta de civismo del habitante de Bogotá, la pésima infraestructura, el precario sistema de transporte público, las obras, etcétera, aborda el tema desde un punto de vista social, incluyendo el desplazamiento, la densidad de población y la densidad laboral, entre otras.

Las personas paulatinamente han vuelto al rito de desplazarse masivamente, y todas en un horario similar, a sus sitios de trabajo. Obviamente hay tareas que no se pueden hacer de forma remota y requieren el desplazamiento. Hay otras, sin embargo, que se pueden hacer a la distancia, muchas de ellas corresponden a las que realiza el oficinero bogotano promedio.

Pero todos sabemos que en el tope de la escalera corporativa tercermundista hay un jefe, un patrón, un CEO o un dueño que se caracteriza por ser esnob y pedante, con múltiples complejos e inseguridades, a las cuales hace frente monitoreando y viendo a sus empleados cumplir con las famosas horas nalga, hacinados en escritorios que estén al alcance de su vista y de sus gritos, en su prisión panóptica.

Este amo wannabe también necesita que sus empleados vean que él tiene una oficina más grande, marcada con su nombre y su cargo sobredimensionado, con baño privado, una silla donde puede recostarse y apoyar su cabeza, plantas y un sofá donde pueda descansar de su ardua tarea como mayoral del negocio, mientras los súbditos se aprietan aún más para comer en sus cocas recalentadas o manducan en el corrientazo menos saludable, todo bajo una ridícula cultura creada por recursos humanos, resumida en etiquetas que impulsan el contacto físico, como: #NosVolvemosAEncontrar, #JuntosSomosMás, #VuelvenLosAbrazos, o cualquier tagline subnormal que pueda inventarse el área.

Mientras tanto, los empleados tienen que usar hasta cinco horas de su día en un tráfico absurdo, ya sea metidos en un automóvil particular esperando que no les apunten con un revólver para quitarles el celular, un taxi que con suerte los lleve hasta donde necesiten mientras ruegan no ser víctimas de un paseo millonario, un Uber con reggaetón hasta el tope y un conductor que habla a los alaridos con sus colegas, apeñuscados en un TransMilenio ineficiente mientras suplican en silencio no ser víctima de un atraco masivo, aportando a la contaminación en una moto mientras arriesgan su vida violando las normas de tránsito para tomar atajos que les permitan ahorrar tiempo, o en bicicleta apretando los dientes mientras esperan que no los apuñalen por bajarlos de su medio de transporte o sean aplastados por un conductor incontinente del SITP o un un orate en una Toyota que considera que tiene el derecho a aplastar ciclistas.

La pandemia impulsó lo que ningún transformador digital hubiera logrado en tan poco tiempo: el trabajo no presencial, los procesos, metodologías y herramientas para trabajar remotamente, lo que en una ciudad tan caótica e insegura como Bogotá es una bendición. En esta modalidad el tiempo perdido en transportarse de la casa al trabajo y del trabajo a la casa es invertido en calidad de vida. Las personas se dieron cuenta de que eran mucho más que sus trabajos, las mujeres se ahorraron los machismos en el transporte público y la oficina, que las pausas activas pueden ser más que una coreografía del contratista de talento humano y que no hacía falta cepillarse los dientes a 1 metro de alguno cagando.

Si el contacto humano aumenta la creatividad o la productividad, ese contacto debe ser con quien queremos, no con quien nos toca. Aquel que someta a un equipo que puede realizar sus tareas remotamente a la tortura de desplazarse por Bogotá y aumentar su tráfico solo para satisfacer su ego y sus necesidades patronales, es todo menos un líder, es más bien un monigote que está colaborando con el deterioro de la ciudad y la ciudadanía; es más bien un saqueador de vidas, un maniático del control, un incapaz.

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