El desequilibrio económico del contrato social en el contexto de la pandemia

El desequilibrio económico del contrato social en el contexto de la pandemia

¿Acaso no tenemos la facultad de recobrar nuestros primitivos derechos y de recuperar nuestra libertad natural?

Por: Jahir Daniel Paz Moreno
mayo 26, 2020
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El desequilibrio económico del contrato social en el contexto de la pandemia
Foto: Leonel Cordero

El presente escrito no pretende alterar la forma de gobierno imperante, ni mucho menos criticar a los gobiernos, pues no los hemos inventado, sino que, desde hace mucho tiempo, vienen en nuestras vidas, programados por defecto.

Traumático es nuestro arribo a esta realidad, pues nos asiste, desde el primer sollozo, necesidad de todo; sin embargo, desprovistos, nacemos libres, tal cual somos. Automática y prontamente, una suerte de mercader inteligible, presente en cada alumbramiento, nos ofrece un pacto para calmar las afugias que se muestran en el acto y sin constreñimiento alguno lo suscribimos, aceptando una serie de imposiciones que dictan la forma como debemos ser.

Así, renunciamos a nuestros derechos naturales, para edificar una vida a través de convenciones, pues cedemos y consecuencialmente nos otorgan; todo eso, como no, en pro de tener la posibilidad de una vida pacífica y la facultad de sobrevivir en comunidad.

Lo anterior es necesario, en la medida que dicho contrato impide que el rebaño sea devorado por los lobos, premisa que Rousseau identificó como la “tranquilidad civil” y que hace que nos atengamos, como es debido, a las disposiciones de los poderes legítimos, en procura de nuestra supervivencia y posibilidad de bienestar.

Es entonces, de esa manera, que nos sometemos a los deseos del conglomerado, renunciando a los propios, por el miedo que implica la dificultad de no poder subsistir en otros estadios más naturales, que no podemos vencer con nuestra propia fuerza. Generalmente, el pacto no tiene ningún contratiempo, no son necesarias adendas ni modificaciones, se desarrolla pacíficamente y se ejecuta conforme su clausulado.

En nuestro corto trasegar por este mundo, aportamos a la conservación del orden político, social y económico dispuesto; en cualquier medio, bajo cualquier circunstancia y en todo el tiempo, desenvolvemos un papel dentro de la sociedad, a la que nos encontramos atados a perpetuidad.

Sin embargo, dicho negocio, que ha implicado la producción en masa de seres humanos con añoranzas y deberes equidistantes, ese que hemos avalado por garantizar nuestra sobrevida y la de próximas generaciones, padece hoy un tropiezo sin precedentes, que inclina la balanza en detrimento de los intereses de nosotros, los contratistas.

Una enfermedad incontenible, con 7 meses de avanzada, en la que el respirar cerca de alguien se ha convertido en un riesgo propiamente dicho, ha puesto en evidencia que quienes tienen la posibilidad de intervenir para hacer que cese su propagación no hacen nada para evitarlo, hecho distinto a los anteriores eventos similares, donde no contábamos con los medios para impedirlo.

Se omitieron las alertas, se ocultó información, se ignoraban los síntomas y hoy está en todas partes. Los gobiernos del mundo, a quienes nadie puede culpar, han sido avocados a aunar esfuerzos para tratar de idear planes, estrategias y protocolos, para mitigar las consecuencias de la propagación del virus, sin que nada de lo planteado haya resultado suficiente.

Ha sido tan vaga la respuesta del poder imperante, que lo que ignoramos ha roto nuestra, tan frágil, sensación de bienestar; el confinamiento preventivo obligatorio, adoptado para garantizar la atención hospitalaria de los pacientes graves, aunado a la precariedad de las condiciones económicas y los avisos en los medios de comunicación, especialmente, los de la OMS, nos están forjando la idea que, por nuestra cuenta y riesgo, debemos retomar nuestras vidas; será, hasta donde estas alcancen.

Y es que no es, por demás, evidente, el hecho que estamos bajo el filo de la espada de Damocles, enfrentados a una situación que se torna cada vez más injusta, y aunque en apariencia es coyuntural, será nuestro deber como contratistas —calidad que tiene toda mujer y todo hombre—, el manifestar que no estamos conformes con el hecho de tener que asumir como propio,el riesgo de fallecer por COVID-19 o de inanición, a causa del miedo.

Si no se garantiza nuestra supervivencia, con una vacuna o un medicamento urgente de acceso universal, en aquello que conocemos como la “normalidad”, frente al evidente rompimiento de nuestras cargas, ¿acaso no tenemos la facultad de recobrar nuestros primitivos derechos y de recuperar nuestra libertad natural?

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