El carnaval de la democracia
Opinión

El carnaval de la democracia

Carnavales y elecciones coinciden por razones de calendario y ambos suponen unas coincidencias fortuitas dignas de revisar

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febrero 10, 2018
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Coincidencias de calendario esta vez en Colombia que los carnavales y las elecciones a Congreso y Presidencia estén confundidas en los mismos escenarios de fiesta y conmemoración, de antesala de la cuaresma cristiana y de renovación de confianza en las instituciones que nos gobiernan.

Carnaval y democracia suponen unas coincidencias fortuitas que bien valen la pena revisar para seguir incrementando la confusión o despejar dudas respecto a que es una cosa y que es otra. Sobre todo, en este país de divisiones y polarizaciones por cuenta de las mezquindades sempiternas de las élites y la inocencia pueril de las masas convocadas.

Al carnaval se asiste -desde tiempos remotos- con la máscara del agradecimiento por los favores recibidos de los dioses de la cosecha y luego por la transfiguración cristiana en un sincretismo maravilloso que exorciza a los demonios inventados para disfrazar el pecado.

En la democracia se concurre a citas históricas de dos maneras: por diversión o por convicción. Cuando el pueblo acude por diversión sabe a que se atiene; zafarranchos con los candidatos disfrazados de demócratas, payasos con remoquetes de líderes consiguiendo votos y una multitud con el disfraz de marimonda-pendejo tan larga como su nariz y en fila de comparsa arreglada a punta de ritmo monetario.

Cuando el pueblo acude por convicción hay fuerzas telúricas que son inatajables y ciclónicas: el poder de la democracia popular se impone por encima de lo que quiere la prensa que controlan los poderosos, de los deseos de los gremios de los poderosos, de los intereses de las élites que representan a los poderosos y de los mismos “Clubes de Bilderberg” que reúnen a los poderosos.

Después aparece el carnaval, pero en festejo de esa democracia popular que tuvo su oportunidad histórica cuando la sensatez y la emoción, se aliaron para elegir opciones que reconcilian a las posibilidades reales con la utopía.

¿Cómo diferenciar lo auténtico de lo impostado en el carnaval de la democracia?

Así como la espuma y la harina es abundante en los carnavales, también lo espurio y vacío en el discurso político es constante. Duele y produce risa escuchar las propuestas de cuanto disfrazado de político honrado aparece y convoca -asistencia comprada- a multitudes sacadas de la informalidad y el cieno espeso del desespero social.

 

Sabía usted que de cada cinco personas que asisten a un evento político,
tres son llevadas por tarifas de 20 mil pesos/evento
y la otra porque tiene el favor político colgando de un hilo

 

Sabía usted que de cada cinco personas que asisten a un evento político, tres son llevadas por tarifas de 20 mil pesos/evento y la otra porque tiene el favor político colgando de un hilo si no asiste, y, por ende, lleva un acompañante.

Entonces se inventan comparsas discursivas sobre el “castrochavismo”, las nacionalizaciones, expropiaciones y otras hierbas comunistas que son perjudiciales para la salud del gran capital.

Cuando hay otros imaginarios y referencias que deberían ponerse en la mesa de las discusiones y con valentía reconocer que parte de la modernización de la sociedad, pasa por renovar el discurso político y las utopías (metarrelatos) y no seguir insistiendo en los males del vecindario como simple contagio de un virus o una bacteria que flota en el ambiente de quien lo respira.

Pobres políticos que dicen representar a las élites del país y solo controvierten al opositor o al contrario desde la precariedad de los señalamientos, las acusaciones basadas en fotos y montajes, en videos trasnochados y en militancias resarcidas desde la oportunidad que les dio la democracia, esa misma que el Estado y sus élites muestran con orgullo y sobriedad en el patio latinoamericano.

Nadie, nadie en este país puede fungir de “santo sanctorum” con tanta promiscuidad social por culpa de las perversiones a las que nos han acostumbrado en este “jardín de las delicias” del Bosch colombiano que se inventó ese tríptico de la moral acomodada a mis intereses particulares.

Narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares, políticos, empresarios, miembros de las iglesias, fuerza pública, ricos y pobres, clase media, medios de comunicación (con contadas excepciones), locutores, periodistas, deportistas, artistas, escritores, intelectuales, maestros, sindicatos, gremios, raspachines, emboladores, prostitutas y prostitutos, vendedores ambulantes, jíbaros, funcionarios públicos, asalariados, taxistas, moto taxistas, bicicleteros, tractomuleros, lancheros, reboleador de pasajero,  buseteros, ayudante del busetero, cabrones de putas viejas y hasta los sparring de Pambelé; todos, todos, hemos tenido que ver con este carnaval de la democracia que nos hemos gozado y sufrido.

¡Carajo, es el ahora lo que importa en esta democracia!

Coda: “Pero ni aun así adquirió el difunto un aspecto púdico y decente: era un muerto de carnaval, ni siquiera mostraba sangre de bala o de puñalada corriéndole por el pecho que pudiera rescatarlo de su condición de mascarita.” (Jorge Amado. Doña Flor y sus dos maridos, 1966).

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