El ascenso de Polo Polo y el declive de la derecha

El ascenso de Polo Polo y el declive de la derecha

"Aunque resulta insoportable para el odio y el intelecto, el joven uribista no es más que la expresión de una derecha agotada y en decadencia"

Por: Edna Yiced Martínez
febrero 13, 2023
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El ascenso de Polo Polo y el declive de la derecha
Foto: Twitter Miguel Polo Polo

En Colombia, un país marcado por la desigualdad, el anhelo de la inmensa mayoría fue llegar a “ser alguien”. Durante muchos años, el populacho, donde me incluyo, creyó que ese sueño se lograba a través de la educación. Sin embargo, las promesas de ascenso social y económico a través de la formación técnica o profesional en Colombia, cuyas élites se han opuesto a cualquier apertura y reforma democrática, no solo quedaron inconclusas, sino que palidecieron frente a otras posibilidades. La carrera política, el narcotráfico y negocio del espectáculo constituyeron una triada. A través de un despliegue de poder mediático, armado y financiero, han orientado las aspiraciones y horizonte las últimas generaciones. De esa forma, el arribismo, el cual casi todos padecemos, ofrecía vías concretas de materialización. “Hacer plata” se convirtió en nuestro credo.

Desde la década de los noventas, los íconos del éxito y los protagonistas de la farándula dejaron de ser los señoritos y señoritas encopetados de la capital. Ahora las revistas de negocios y espectáculo mostraban hombres del “común”, “terratenientes”, “empresarios”, “hechos a pulso”, acompañados por mujeres voluptuosas, exhibidas al mismo nivel que caballos, vacas y camionetas, abrazados a representantes del poder político local, regional y nacional, y adornados por reyes y reinas del espectáculo. Este nuevo escenario de poder sustentado por la mafia y la criminalidad, pero con el apoyo de las familias tradicionales, fue articulando un proyecto político de derecha fascista, en el cual Álvaro Uribe Vélez fungió como ideólogo y ejecutor.

Esta nueva derecha se propuso “refundar la patria”, expandiendo el control de tierras y poblaciones para negocios lícitos e ilícitos, y evitar a través del señalamiento, la masacre y el desplazamiento cualquier tipo de movilización o resistencia social que afectara los intereses de los ricos tradicionales y los que estaban en ascenso. Este refundar implicaba también consolidar una “identidad como país”, sustentada en la vieja pero funcional doctrina de un “enemigo interno” (la izquierda), encarnado no solo en la guerrilla sino en cualquiera que reclamara derechos, exigiera justicia o se opusiera a sus intereses.

La década del noventa es también testigo del nacimiento de una sociedad civil que le apuesta a un proceso de paz para lograr reformas a partir de un nuevo pacto social: la constitución de 1991. Comunidades históricamente excluidas y marginalizadas, como los indígenas y los afrodescendientes, además de mujeres, jóvenes y otros sectores, se vuelven protagonistas de este proceso y logran que se definan como funciones centrales del Estado la protección y la satisfacción de sus derechos individuales y colectivos.

Los noventa también es la década en la que nace Miguel Abraham Polo Polo. En su biografía no hay nada excepcional. Tal vez no se le debería prestar tanta atención a este personaje, como él hay cientos de miles. Polo Polo nace, como gran parte de la población negra, en una familia pobre y campesina en un pueblito del Caribe. Estudió en un colegio público, trabajó como vendedor de almacén e hizo una carrera técnica. Incluso, como muchos otros pobres, tuvo que suspender sus estudios universitarios (en administración pública en la Universidad de Cartagena) por falta de dinero. En Polo Polo tampoco es excepcional su ideología política, su discurso y menos sus estrategias de acenso social; es más fácil conseguir plata y poder si se es de derecha.

De estudiante “desertor”, Polo Polo se convierte en productor de contenido anti-petrista con la esperanza de ganar atención, indulgencias y reconcomiendo del partido de sus “afectos” el Centro Democrático. Sin embargo, su primer intento fracasa y este partido le niega el aval para la Alcaldía de Tolú. Polo Polo, herido en su ego y decepcionado de “su” partido, hace un video quejándose de las prácticas del CD. Las pataletas de nada valieron, se quedó sin aval y sin candidatura.

No obstante, aunque se tarde, la derecha, más si es extrema, tiene capacidad para identificar y promover a sus cuadros. A Polo Polo, el muchachito pobre de piel oscura, de provincia, de mirada tierna pero beligerante, de humor ácido hacia todo lo que en sus fantasías o en la realidad le parezca de izquierda o progresista, se le apareció un “hada madrina”, la congresista María Fernanda Cabal. Esta mujer, en una combinación de mecenazgo y “sugarmamismo”, le pagó a Abraham Miguel la universidad, le compró el celular y lo está “presentando en sociedad” con la esperanza de que sus copartidarios vean en él un líder político.

Esta combinación entre arribismo y estratagema político es lo que hace a Polo Polo un personaje interesante. Miguel Abraham expresa un fenómeno social tristemente generalizado en nuestro país: “el wannabe”, “el trepador”, “el oportunista”. Por otro lado, el afán de la extrema derecha de abonarle el piso a este “don nadie” es una muestra de su descomposición, falta de liderazgo y estrategia política. María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Angela Holguín, entre otras y otros, pretenden hacer de Polo Polo el rencauche de Uribe, intención que para el mismo Uribe debe resultar una farsa. El sector más recalcitrante del uribismo instrumentaliza la biografía de Miguel Abraham para proyectarlo como un líder hecho a pulso, un producto perfecto del neoliberalismo, ya incluso lo llevaron a montar caballos. Y Polo Polo consumido por el afán de ascenso social, por las ansias de poder y reconocimiento, y endeudado hasta el celular, es un “idiota útil” y un “bufón” ruidoso, quien, aunque resulta insoportable para el odio y el intelecto, no es más que la expresión de una derecha agotada y en decadencia.

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