El colombiano que le vende obras al Rey de Arabia Saudita, Hermès y Bvlgari

El colombiano que le vende obras al Rey de Arabia Saudita, Hermès y Bvlgari

Federico Uribe se fue con mal sabor del país y su rabia contra la Colombia violenta la transformó en arte. Regresa con impactante exposición en Bogotá

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octubre 01, 2015
El colombiano que le vende obras al Rey de Arabia Saudita, Hermès y Bvlgari

Suenan golpes de martillo introduciendo clavos sobre un torso de mujer hecho sobre madera. Tac, tac, tac. No paran de sonar. Alguien no para de clavar. Los sonidos salen de un taller de 1500 metros cuadrados ubicado cerca de la exclusiva zona del Desing District de Miami. De fondo también se escucha un audiolibro titulado Coming Out of the Ice, de Victor Herman. Dentro de aquella gigante bodega está sentado el colombiano Federico Uribe, trabajando en una de sus últimas esculturas. Pura disciplina. Lleva ahí siete horas sin parar, tratando de darle forma a una obra de arte que tal vez se venda en miles de dólares o que tal vez quede arrumada en una de las esquinas de aquella amplia mole que parece la chatarrería más fancy del mundo. Cuando varios clientes le preguntaron a un asesor de arte: ¿Qué era lo que tenían las obras de un colombiano llamado Federico que tanto estaban mentando en todos los finos restaurantes de Londres?, el experto solo atinó decir: “Disciplina, creatividad, perfección y belleza”.

Quizá esas palabras llegaron a oídos del heredero de la prestigiosa casa de modas Hermès, quien no vaciló en realizar una exposición del colombiano en Hermès Fondation de París, pero además no escatimó en quedarse con un par de sus esculturas. Lo mismo harían  los dueños de Bvlgari, también el rey de Arabia Saudita y hasta el creador del National Endowment for The Arts, quienes se jactan en sus pasillos cuando les preguntan de quién es aquel insecto hecho con varios Jet Ski, o ese leopardo hecho con vainillas de balas de nueve milímetros o aquel cuadro de un hombre con la mirada perdida hecho con cables de teléfonos de los años setenta. De esa trasgresión sublime están construidas las obras de un hombre que nació hace 52 años en Pereira, quien vendió su primer cuadro pintado al óleo en dos pesos cuando tenía 9 años, que tiempo después vendió su primera escultura –un bosque de cactus hecho con tenedores- en tres mil dólares, pero que ahora sus obras no bajan de precios que oscilan entre los 50 y 100 mil dólares.

Aunque no lo acepta, la vida de Federico Uribe no fue para nada fácil. Pero su máxima es no quejarse, nunca victimizarse. Sus padres, Jorge Uribe y Lida Botero, se trasladaron a Bogotá cuando él apenas tenía uso de razón. Entonces desde niño tuvo que crear y crear para evitar la violencia en todas sus expresiones. Su mamá lo llevaba a visitar a sus amigas, lo sentaba en un mueble y le decía que de ahí no se moviera hasta que ella no le diera la orden. Mientras su cuerpo permanecía inmóvil su imaginación volaba. Sentado pensaba en todas las posibilidades que podían tener los objetos que lo rodeaban. Cómo se verá esa mesa si las patas son de leopardo, cómo se verá esa pared si se hace de cristal, cómo será esta poltrona si tiene orejas de elefante, Y así se le iban las horas. Como su mamá era un tanto particular hay veces se le olvidaba que andaba con él y lo dejaba botado en casa de sus amigas. También vivía histérica con el mundo y le pegaba por todo. Federico desde aquellas épocas se escondía debajo de los muebles, de las camas o se encerraba en el closet.

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Cuando entró al colegio Gimnasio Moderno todo empeoró. Desde el primer día sus amigos le replicaban una frase que contenía una sola palabra que él ni siquiera entendía: “Marica, marica, marica”. Para evitar el bulling se inventó una técnica que hoy agradece, permaneció casi la mitad de los 14 años de colegio, durante los descansos y recreos, con las manos metidas entre los bolsillos para evitar que le notaran el amaneramiento que la naturaleza le había obsequiado. Mientras el escudo de las palizas en su casa era ponerse varios pantalones y varias camisas, una encima de otra. Juntar piezas, qué casualidad; su defensa frente a sus compañeros era ser el mejor. Leer y saber de todo. Tener el poder del dato y de la inteligencia. Por el lado de su papá nunca hubo un signo de afecto. El señor de la casa solo quería que sus hijos estudiaran en los mejores institutos para que se fueran rápido.

El día que descubrió la condición sexual de Federico lo marcó con una frase lapidaria: “Prefiero un hijo muerto que marica”. Eso no importó, le reconoce que le haya dado la mano para estudiar lo que él siempre quiso y donde quiso. Federico no se entiende como el resultado de una tragedia, ni de un drama. Fue lo que le tocó vivir y por eso está donde está: En la cumbre, mirando desde arriba a muchos, aunque hay veces baja y les da la mano. Curiosamente cuando su imagen comenzó a ser portada de todas las revistas de arte internacional, a su Facebook empezaron a llegar invitaciones de sus excompañeros de colegio. Cuando tuvo un buen volumen de gente escribió en su muro: “Los 14 años en el Gimnasio Moderno me supieron a mierda y todo lo que me lo recuerde me sabe a mierda. Les deseo buena suerte”. Con aquella frase y sin llegar a la violencia física, los eliminó de su vida.

Hay que decir que por la condición económica de sus papás tuvo sus privilegios: Tenían fincas, caballos, animales, si quería iba a estudiar, si no, se quedaba leyendo y nadie le decía nada. Si quería se quedaba un mes en la hacienda apreciando caballos, vacas, zorrillos, aves, infinidad de animales que de tanto analizarlos ahora los puede pintar con los ojos cerrados, puede esculpir una obra de arte como un burro de tamaño real hecho con maletas, tan real que toca acercarse para saber de qué está hecho.

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En 1984 entró a estudiar artes plásticas a la Universidad de los Andes. “Uno aprende solo lo que necesita aprender, eso me quedó de los Andes”, cuenta el artista. Todo indica que su papá admiraba sus pinturas en silencio. Tal vez por eso no escatimó en darle el empujón para que se fuera a estudiar una maestría en State University of New York. Allí estuvo bajo la batuta del reconocido docente teórico  Luis Camnitzer. Disciplinado y compulsivo se puso la meta de ser el mejor pintor que pudiera alcanzar a ser. Después de clases se encerraba en el taller de la universidad a pintar 16 horas diarias. No paraba. Es de los pocos que se puede decir que vivió en Nueva York dos años y solo salió una vez del campus a tomar una cerveza en un bar. El trabajo se recompensa. En ese recorrido se ganó nueve becas en diversos lugares del planeta.

Sin proponérselo hizo catarsis durante el año que duró becado en el Instituto Nacional de Arte de Cuba. Sus lienzos comenzaron a llenarse de personas que estaban físicamente dentro de armarios y closets. Hay cuadros de niños sentados detrás de la ropa, ocultos debajo de las camas, de los muebles. Era su infancia. Todos aquellos cuadros tristes se los compraron. Pero todavía le quedaba un sinsabor de creer que no era el pintor que quería ser. “El arte es como el piano: hay gente que aprende a tocar piano y lo hace bien, pero hay gente que nace tocando piano, le sale, le fluye y esos son los grandes”.

En México se ganó otra beca de la Unesco. Entonces se desquitó con la iglesia pintando cuadros conceptuales que criticaban las posturas católicas.  En Inglaterra siguió con la castración y los cuerpos. Vendía todo, pero seguía sin ser feliz. Hasta su regreso otra vez a México donde conoció el amor y la libertad de hacer lo que hoy por hoy lo tiene como uno de los escultores más reconocidos de arte contemporáneo en el mundo, valor que en Colombia no se le ha dado como debería de ser.

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El amor se le apareció con un nombre, Phillip. Un francés que tenía uno de los mejores cargos ejecutivos de la compañía de cartón más grande de Suramérica. Las casualidades no existen, pero Federico dejó de pintar para comenzar a hacer juegos de palabras con objetos. Un día caminando un mercado del DF, vio que estaba en venta un gran lote de tenedores. Los compró todos. Por dinero no se preocupaba porque Phillip lo quería ver feliz. Entonces comenzó a manipular los tenedores y los imaginó con forma de cactus. Su compulsividad innata no lo dejó parar de clavar, unir, juntar, dar forma, simbolizar. De ese trabajo de varias semanas salió un bosque de cactus con tenedores. Esa obra hoy la conserva el expresidente César Gaviria. Le salió fácil, lo disfrutó, le encantó, entonces dijo: “Esto es”.

Federico, el artista, el genio, el compulsivo, adquirió en mercados tantos objetos en serie que en la casa de nueve cuartos donde vivían, ya no había por dónde caminar. En uno de esos días se hizo a un lote de 12 mil chupos de bebé marca Gerber, que su inconsciente ya le había dado forma para crear otra pieza: hizo un globo terráqueo perfecto. Lo expuso en la Feria de Guadalajara. Por el tamaño nadie lo compró, pero un reconocido galerista puertorriqueño se enamoró de esta propuesta tan original y perfecta.

Su aprecio por la belleza de los cuerpos de las mujeres lo llevaron a una original apuesta, esculpir dorsos con cosas tan raras como utilizar más de 1.600 pennis (monedas) que había estado recogiendo durante varios meses. La obra fue llevada a Miami y de inmediato fue objeto de elogios y de ofertas. Sus idas a Miami comenzaron a ser más recurrentes, vendía todo y en la industria ya sabían quién era Federico Uribe. En una ocasión vendió cinco dorsos hechos con objetos que nadie imaginaba que podían darle forma a las tetas y las caderas perfectas de una dama. Un dorso hecho de chupos, otro de ganchos para sostener ropa, Etc. El colombiano Federico Uribe encontró lo que disfrutaba, advirtió lo que quería ser. No era la pintura, era la escultura extravagante pero estéticamente virtuosa.

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Con el amor de Phillip y saber que se podría vivir trabajando 16 horas diarias, seis días a la semana, disfrutando de la creación y riéndose cuando terminaba cada historia, como le llama a sus esculturas, pudo entender que los buenos artistas no viven de la tragedia, como lo quieren inculcar en muchas escuelas de gran renombre. Su filosofía es la de ser el mejor en lo que más disfrutas hacer, imprimiéndole tanta disciplina que todo no se vuelva cansancio sino placer. Como una epifanía llegaron también los lápices a su taller. Entonces le dio vida a personas, juntando solo lápices de diferentes tamaños y colores. “Las obras de los lápices han sido tan exitosas porque Federico, a propósito, sabía que todos los humanos en nuestra niñez fuimos felices cuando nos dejaban utilizar una hoja y un lápiz libremente”, dice uno de sus seguidores.

En este momento el escultor ha llegado al culmen de su técnica y creatividad. Puede hacer con la unión de varios objetos, una obra de arte. Juntando mil vasos de vidrio puede hacer un río vació con títulos tan trasgresores como: “Estamos secos”. Su propósito es la belleza. Es tan riguroso que una vez pegó más de 3000 mil ganchos con una máquina, pero el gancho 3002 quedó mal puesto, entonces desarmó toda la obra porque la comenzó a sentir fea. Su orgasmo se da cuando está de incognito en una de sus exposiciones al lado de un asistente cualquiera, quien al apreciar una de sus obras solo dice: “Qué lindo está”. Ese “Qué lindo está” es un momento de reconciliación con la vida. Es lo sublime en medio del patio de una galería.
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Se levanta a las 6 de la mañana, va al gimnasio, piensa mientras trota. Siempre está pensando en historias hechas arte. Llega antes de las nueve de la mañana a su taller. Por antonomasia en todas sus obras siempre habrá clavos, agujas, tornillos u objetos corto punzantes. Entonces empieza su trabajo. Ver profundidades, vacíos, distancias, dimensiones, pegar. Esculpir. Mientras tanto escucha audio libros. Consume más de 120 al año, algunos en papel. Le encanta leer sobre historia universal. Repara más en la literatura que en las revistas de arte y en los artículos de la crítica mundial. Ni siquiera compra revistas del medio. No le interesa. Sin embargo, ha expuesto en más de 25 museos de todo el mundo. Uno de los más fancys y por el cual pagarían miles de artistas por estar ahí es el MASS MoCa. Un lugar de eruditos que queda en Massachusetts, en un pueblo en medio de la nada, pero que tiene una legitimidad tan grande que valoriza a los que de verdad merecen ser reconocidos.

Federico Uribe está de regreso en Colombia. Sus obras han empezado a llenar de asistentes los salones de la feria de arte Barcu. “En Colombia la rosca no ha promovido el nombre de Federico como debería de ser, esta es una gran oportunidad para apreciar el arte de un genio que tal vez ahora es el más importante del mundo en su especialidad. Pero la rosca lo tiene vetado desde hace tres años. Le tienen envidia”, dice un reconocido curador que pide omitir su nombre para que tampoco lo vayan a vetar. Su gira seguirá por el Museo de Arte de Birmingham (Alabama); el museo de la ONU y otros que por reserva solo se conocerán una semana antes de las fechas de apertura, pero tal parece que serán en Europa. El pasado miércoles la gente se quedó inmutada y paralizada viendo piezas como la de aquel zorro hecho en cartuchos de guacharaca persiguiendo a un conejo hecho en vainillas de nueve milímetros. Una internención donde no se sabe cuál es el más poderoso, si el conejo o el zorro. Pero en suma el poder lo tiene el Federico, el artista que pudo ver en la tragedia la belleza de la vida diaria.

Twitter autor: @PachoEscobar

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