Desde un volcán te escribo
Opinión

Desde un volcán te escribo

Por:
marzo 27, 2014
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Un libro de ensayos sobre ciudades latinoamericanas, de la periodista mexicana Alma Guillermoprieto, titulado Al pie de un volcán te escribo (Norma, 1995), me sirvió hoy de empujoncito orientador. Porque estoy, estamos, Colombia está, sobre un volcán; a veces somnoliento; a veces con la panza revuelta; a veces lanzando lenguas de fuego por su bocota de dragón. Como ahora, que el mapa está ardiendo —en sentidos literal y figurado— por todo su costado izquierdo. Y entonces, ¡hágase la luz!, al Gobierno y al Estado les sucedió lo que a uno cuando se golpea el dedo chiquito del pie: se acuerda de que esa parte del cuerpo existe y es importante. Y cómo duele.

¡El Pacífico existe!, Juan Manuel. (Le escribo al candidato a ver si en pocas semanas de campaña se entera de lo que, en muchas de gestión, no se ha enterado el presidente). Más allá de la Alianza Pacífico constituida por México, Perú, Chile y Colombia (2012), que en nada se relaciona con el verdadero pacífico —con pe minúscula—, cuyas turbulencias sufren a diario los 45 municipios de Nariño, Cauca, Valle y Chocó, que ocupan la línea costera de la Colombia profunda. (El hecho de que la última reunión fuera celebrada en Cartagena, lo dice todo). Más allá de las fotos de familia en las que los cuatro mandatarios salen empaquetados en guayaberas, livianitos y sonrientes como si en sus países no existieran carteles de droga, paraísos de ilegalidad, pobreza a niveles pornográficos… Y existe más allá, mucho más allá, de los paisajes y actores exóticos —negros afrodescendientes, comunidades indígenas, escasez en medio de la abundancia, niñitos barrigones— que fascinan a los camarógrafos de National Geographic.

Sin embargo la culpa de esta realidad, carente de cualquier forma de poesía, no es de la Alianza, ni de Humala, ni de NatGeo. Es del Estado —el no-Estado en este caso— que solo estira pescuezo por tener esa franja, que de ordinario ignora, cuando mira a los países de la cuenca Asia Pacífico, a la espera de algún guiño que le haga sentirse suplente en las grandes ligas; es de los gobiernos centrales que solo ven lo que tienen al frente, lo cual, con frecuencia, termina donde termina la Sabana; es de los gobiernos regionales, pusilánimes y/o corruptos que privilegian el bien particular sobre el común; es de los políticos en campaña quienes, una vez elegidos, si te vi no me acuerdo; es de grandes empresas de explotación que llegan, se lucran, hacen daños y se van cuando ya no queda zumo por exprimir; es suya, mía, de los vecinos y los demás; sí, de alguna manera lo es porque la omisión, la indiferencia, puede llegar a ser cómplice indirecta de la acción depredadora que por estos días nos estremece con su barbarie.

Las cifras son espeluznantes por sí solas. Y no me refiero a hechos puntuales, que también, sino a evidencias denunciadas, contabilizadas, divulgadas y arrinconadas de tiempo atrás. Por ejemplo: no es nuevo que, aunque cerca del 13 por ciento del PIB provenga de las riquezas aurífera y maderera de la zona, esta encabece por lo bajo los indicadores nacionales en materia social; no es nuevo que, a pesar de que en los últimos diez años, en solo Chocó, el tal PIB haya crecido siete puntos, el 68 por ciento de los chocoanos sobrevive en la pobreza extrema. (¿Por qué es pobre el Chocó?, se pregunta el Banco de la República en uno de sus múltiples estudios; ¿no será porque se lo roban enterito, señores? Menos diagnósticos y más decisiones es lo que se necesita en el país). No es nuevo que el agua y la luz sean lujos que apenas se pueden disfrutar por horas en la mayoría de las poblaciones del sector; no es nuevo que la guerrilla, los paramilitares, el narcotráfico y las bacrim impongan sus leyes de terror sobre los pobladores, los cuales han aportado casi el 20 por ciento de los 6 millones de víctimas que ha causado la violencia en Colombia.

¡El Pacífico existe!, Juan Manuel. (O presidente Santos, quién sabe cuál de los dos es el que cuenta). Y su precaria existencia nos avergüenza.

COPETE DE CREMA: Lo nuevo en los últimos días: el brutal y doloroso asesinato, por parte de milicianos de las Farc, del mayor de la Policía, Germán Méndez y el patrullero Edílmer Muñoz que iban sin uniformes y desarmados a trabajar con la comunidad rural de Tumaco; el descubrimiento, por parte de las autoridades —la gente lo venía advirtiendo a gritos— de las tenebrosas “casas de pique”, sucursales del infierno en Buenaventura; y el incendio de 4.000 hectáreas de bosque tropical en Unguía —patrimonio de la humanidad por la riqueza de su biodiversidad—, solo advertido por el Ejecutivo cuando la devastación era irreversible. Ahí sí, una vez consumados los hechos, el Alto Gobierno hizo presencia. Rezagado, como es costumbre, y cargado de explicaciones, fuerza pública y millones de dólares (400) para invertir. (¿Por qué esperar hasta golpearse el dedo chiquito para marcar soberanía?, podría ser tema de estudio de alguna entidad bancaria).

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