De sicofantes, delatores, informantes y otros mentirosos

De sicofantes, delatores, informantes y otros mentirosos 

En cada país o cultura existe un nombre para aquellos que venden sus falsos testimonios. Una perspectiva sobre el tema

Por: Orlando Solano Bárcenas
marzo 16, 2021
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De sicofantes, delatores, informantes y otros mentirosos 

En Colombia existe, en determinados grupos, gran inclinación por los llamados “colaboradores de la justicia”. Esto es correcto. No lo es cuando esto desemboca en lo que ha sido llamado —no sin acierto— el “cartel de testigos falsos”, un grave atentado contra la majestad de la justicia y los derechos fundamentales de sus víctimas. De estos falsarios suelen llenarse las cárceles, no sin antes haber causado mucho daño. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los que están detrás de ellos, en la oscuridad. El asunto viene de lejos. En la Antigua Grecia los llamaban los “sicofantes”. En Venecia tenían la Boca del León del Palacio de los Dogos para introducir de forma anónima la denuncia contra alguien (foto). Allí como aquí, también eran plaga.

Los sicofantes —o sicofantas— de la antigüedad griega 

Eran denunciantes profesionales que cobraban un estipendio al que les pedía “enlodar” a un ciudadano y este —amenazado con la denuncia—, solía caer doblegado y terminaba pagándoles por miedo a ser enjuiciado injustamente. El que pagaba el “servicio”, quedaba oculto tras las sombras. Eran plaga muy temida por los ciudadanos buenos y honrados, siempre asustados de caer en la ignominia por una denuncia falsa. Ayer, como hoy en día, por motivos crapulosos.

Etimología de la palabra “sicofante” 

La palabra viene del griego sykon, higo, y de phainô, descubrir. El término remite a los delatores que denunciaban a los que sacaban a escondidas de Atenas las cosechas de higos (existía en Roma el árbol de higos sagrados, bajo el cual nacieron Rómulo y Remo), bien preciado por la ciudadanía y el fisco. Además, como el árbol secaba mucho el suelo, la polis prefería importarlos. A estos delatores cuando se les cogía en la calumnia, se les multaba fuertemente. Sin embargo, a muchos la bellaquería les rendía pingues beneficios. Como los de sicofantes de hoy en día, que ensucian a un inocente, se quedan con sus bienes o con la rebaja de la pena. La mentira les da beneficios

Extensión del término sicofante a otras categorías de mentirosos 

Pasó más tarde a significar un individuo despreciable, que procura obtener para sí un mejor estatus personal mediante la lambonería al gobernante de turno o al poderoso para “ascender” en la escala social o en el logro del prestigio por contagio. Los sicofantes hicieron las delicias del teatro de Aristófanes y de otros autores de la comedia. Hoy en día hacen las delicias de rábulas que se valen de ellos para “sacar” a un enemigo personal, político o del que da la paga. Ese que nunca pone la cara.

Los sicofantes y el sistema judicial ateniense 

A falta de ministerio público en Atenas —donde era deber de todo ciudadano denunciar los crímenes o delitos de que llegaran a tener conocimiento—, ejercer este rol o función judicial ciudadana de auxiliar de la justicia era bien visto y valorado en pro de la moral y la seguridad ciudadanas. Pero, como hoy en día, se dieron abusos de sicofantes malvados, chicaneros, “procesivos” (Kantorowicz) o pendencieros que con sus acusaciones falsas contra ciudadanos honestos se procuraban ingresos indignos, indebidos y rastreros. Con amenaza de calumniarlos lograban doblegar a ciudadanos honestos, pero medrosos.

¿Qué era en realidad un sicofante? 

Un sicofante era —en síntesis— un ser vil que denunciaba a la ligera, sin motivos reales o infundados a cambio de una paga. El sicofante actuaba “para otro” o “para sí mismo”, siempre calumniando, presionando o afirmando mentirosamente ser testigo de algo que no existió. Al igual que hoy en día, desde el siglo Vo. a.C. esta plaga hizo su agosto, porque casi siempre alrededor de las cárceles o de los palacios de justicia se encuentra un villano, un sicofante a disposición del mejor postor.

Las víctimas de los sicofantes 

Cuenta Isocrate que casi siempre eran los ricos quienes vivían con el temor de “ganarse” un sicofante y a tal punto, que temían hacer vida pública —la primera obligación ciudadana del zoon politikon— o salir a las calles para no dar lugar a la falsa denuncia. Entre más honestos, más temían los ciudadanos el pérfido accionar de los sicofantes. Si este malandrín encontraba un juez o tribunal que lo secundase, pobre de sus víctimas. A la falsa denuncia se unía el prevaricato. Entonces, ¿Qué ciudadano honesto se resistía? Pocos. No lo hicieron Nicias, Cármides ni Critón. Veamos el calvario de cada uno, con la seguridad de que usted conocerá algún caso de su entorno.

Nicias, un medroso confinado antes del COVID-19

Era un aristócrata ateniense de gran riqueza en minas de plata y esclavos. Generoso y caritativo con la religión del Estado. Callado y débil, afirma Plutarco. Estratego muy cauto. Tímido, irresoluto, desconfiado, pusilánime y medroso en tal grado que su temor de ser llevado injustamente ante los tribunales por los calumniadores de profesión le impedía visitar a sus amigos prefiriendo quedarse en casa. Cuando fue arconte y senador entraba de primero a sesiones y salía de último. Dubitativo y supersticioso, dependía de un agorero para tomar sus decisiones. Firmó la “Paz de Nicias”, tratado que calmó las guerras del Peloponeso.

Cármides, un rico que prefirió ser pobre 

Su riqueza era su mayor pobreza y de tal manera, que cuando cayó en esta respiró con alivio y pudo comenzar a vivir. De pobre a rico, extraña forma de conseguir la felicidad. Desconcertante frente a la máxima filosófica del gran boxeador colombiano “Kid” Pambelé: “Más vale ser rico que pobre”. 

Critón de Atenas, uno que no se dejó acoquinar por los sicofantes 

Rico agricultor, pagó el rescate de Fedón. Fiador de Sócrates en su juicio, le pagó la multa y ofreció pagarle los gastos de su fuga. Muerto Sócrates, le cerró sus ojos. Acosado en extremo por los sicofantes, Sócrates no le aconsejó la cicuta, sino que se consiguiera un matón para que los ahuyentara “a modo de perro de guarda que espanta a los lobos”.

Los sicofantes, una plaga nacional griega

Narra Aristóteles que estos roedores pululaban. Simónides le contó a Plutarco: “Es tan difícil hallar una democracia sin sicofantes, como una cogujada sin penacho”. Los ricos, acosados por ellos, se aliaron para que no cayese el gobierno; a cambio le exigieron que cobraran altas multas por las acusaciones calumniosas que no lograran la quinta parte de los votos necesarios para lograr la condena. No escarmentaban. Demóstenes los llamó “perros del pueblo”.

Un fenómeno muy extendido: la sicofantia 

En cada país o cultura tienen su respectivo apodo aquellos que venden sus falsos testimonios. Son epítetos muy despectivos: sapos, pinchesapos, soplones, calumniadores, impostores, aduladores, serviles, obsequiosos, ventajistas, oportunistas, parásitos, cepilleros, zalameros, lacayos, chupamedias, sanguijuelas, esponjas, rastreros, ratas, canarios, perros, oídos, nariz, pentito (del italiano, “arrepentidos de la mafia o de las brigadas rojas”), hocicos, chillidos o chirriantes, whistleblower (pito del policía), apuñalador, palomas de taburete, cuenteros, comadrejas, sicófanos, sicófagos, sicófalos, cervatillos y chirriantes. En 2018 el Parlamento Europeo aprobó protegerlos, pero solo a los que auxilien a la justicia en los sectores público y privado, entre ellos se incluyó a los informantes de los periodistas. La ley francesa del 21 de enero de 1995, bajo el nombre de colaboración ciudadana, dispuso ciertas formas de “información” anónima de hechos delictivos relacionados con algunas categorías de delitos cuales los sexuales, tecnológicos, terrorismo, extranjería y familia.

Sicofantes muy malvados, pero con derecho a la defensa en juicio 

El garantismo ateniense les concedió a los sicofantes la posibilidad de defender su buena fe. También para proteger la seguridad ciudadana y la del Estado la ley permitió que se pudiese intentar ciertas acusaciones, sin riesgo ninguno para el acusador. Pero hecha la ley, hecha la trampa: los sicofantes continuaron con su odiosa labor de constreñir a ciudadanos honestos. Es sabido que hoy en día a los testigos falsos se les dan indebidas prebendas “externas” (rebajas de penas, recompensas no merecidas, cambios de identidad, vida en otro país) o “internas” (celulares, televisores, visitas conyugales y otras, huertas “no panópticas”, salidas nocturnas, “cambiazos” y hasta diseño de sonrisa como en cierto caso).

 Temidos, contra los sicofantes se adoptaron hasta formas mágicas de protección 

Estos viles “calumniadores”, en opinión de los atenienses, y lo cuenta Aristófanes, eran merecedores de un “higo”, el gesto o signo de desprecio que se realiza empujando el dedo pulgar entre el anular y el medio; signo apotropaico que señala al culpable de iniciar procesos judiciales ajenos, a nombre de un cobarde tras las sombras. Se procuraba defenderse de la perversidad del sicofante por medios sobrenaturales. Hoy en día la “higa” ha sido reemplazada por el puño cerrado y el índice en movimiento, como si se accionase un gatillo. Usted entiende. En Roma se les mostraba el “dedo del medio” con el puño cerrado, la famosa “pistola” o dígitus impúdicus. Hoy en día en las cárceles suelen dársele a los sicofantes, otro tipo de castigos.

El sano testimonio era premiado por la polis y castigado el falso 

El sicofante que tuviese éxito con su perversidad en materia penal o de delitos económicos, recibía parte de la multa pagada por el convicto. Eran como los actuales “estímulos” por colaboración judicial. La temeridad era sancionada con multas y otros castigos. Por ejemplo, con la “atimia” (desprecio, deshonor) que privaba de los derechos cívicos por lo doloso del falso testimonio y el daño que causaba tanto a la víctima como a la majestad de la justicia (por afirmación de una falsedad, negación de la verdad u ocultación de esta o reticencia). Si además se hacía la falsa afirmación bajo juramento, la pena se agravaba el por delito político—religioso de “perjurio” que podía desatar la cólera divina sobre toda la comunidad.

Otra privación de derechos del sicofante átimos

Perdía la capacidad de cumplir las funciones políticas propias del ciudadano ateniense. No podía asistir a la Asamblea. No podía ejercer las funciones de jurado en la Heliea o tribunal supremo, ni intentar acciones judiciales ante los tribunales en defensa propia. Perdían los pequeños ingresos que recibían los jueces por su trabajo o el que se percibía por asistir a las asambleas. Podían perder la totalidad de su patrimonio y sus deudas se transmitían a sus hijos por herencia. Cualquier ciudadano podía arrastrar al sicofante ante los tribunales para que le fuese aplicada la pena de muerte.

Actos sancionables en Esparta por la atimia 

Allí se les llamaba “tresantes” (o ‘trepidantes’). Se les castigaba con una atimia feroz. Dejaban de ser “iguales”, es decir, privados de la ciudadanía plena. Eran excluidos de las comidas en común, del gimnasio, de los equipos del juego de pelota y de las danzas rituales. En la calle debían ceder el paso, caminar con aire triste y en andrajos, solo con media barba y con el cabello corto. No se les dirigía la palabra. No se les daba el fuego. Sus hijas debían quedarse solteras y los nietos quedaban como ilegítimos y sin derechos. Se les asimilaba a “hilotas” o esclavos. Flagelados anualmente en público. Asesinados durante la cacería anual de la Krypteia (masacre) y sin derecho a lápida.

Los sicofantes también recibían una severa sanción social 

La sátira política de los escritores cómicos —en particular de Aristófanes— no los dejaban con cabeza. En “Los Acarnienses” se solaza fueteando a los sicófanos, al describirlos como delatores profesionales. El héroe Dicéopolis —que ha pactado una paz privada con Esparta— ve el "libre mercado" que abrió (cual un von Hayek) amenazado por la llegada de Nicarchos, un sicófano que quiere denunciar todos los bienes del territorio enemigo. Indignado, Dicéopolis lo fustiga “por infame, por cubo de basura, por cuenco de malos negocios y denuncias”. Ofrece en venta a Nicarchos a un extranjero para que lo exhiba como una curiosidad ateniense, dado que en su Tebas esa especie de malandrines no existe y puede ganar dinero mostrándolos como una curiosidad. En “Los Caballeros”, Aristófanes evoca el temible viento que llama burlonamente "sikophantias" y de frente al cual es mejor no navegar. Aristóteles les llamaba “sicópteros” o insectos que chupan las fortunas ajenas y por ende afectadores de la riqueza social, siempre dignos de los peores castigos.

El despectivo calificativo de “sicofante” ha sido trasladado al lenguaje policivo 

Ahora como “delator”, como “informante” puesto al servicio de la policía moderna o de los traidores. Son los chivatos que “soplan” como el mal viento sikophantias. “sapean” ante la Gestapo, la Stasi, la Dina y similares. Siempre buscando la ganancia, la recompensa, la libertad, la reducción de la pena, el retiro o la desestimación de cargos criminales, la elección del sitio de reclusión, la eliminación de rivales, competidores o asociados criminales en el negocio tratando de lograr la desviación de las sospechas sobre sus propias actividades criminales o procurándose la venganza. Ellos son los falsos testigos, pero muy diferentes de aquellos informantes que sí procuran ayudar a las fuerzas del orden y la sociedad en varias legislaciones y culturas.

El delito de falso testimonio como instrumento de protección del proceso judicial 

Su persecución es necesaria para la protección de las garantías del proceso, la credibilidad y refuerzo y confianza del testimonio como prueba válida en la búsqueda de la verdad material. El sicofante insulta la justicia con su comportamiento delictuoso de descarado vituperador, abusador y perjuro. En la antigua Francia y en la justicia canónica eran objeto de “monitoires”, fuertes admoniciones, reconvenciones y reprensión.

Sicofantes muy “pragmáticos” 

En estas épocas de “préstamos”, “aculturaciones” y “trasplantes jurídicos” entre sistemas jurídicos diferentes a nuestro sistema romano—germánico, sabemos que en ellos muy pragmáticamente todo se negocia. Se nos ha o se nos quiere embarcar en ellos como si fuésemos hijos de John Stuart Mill, Jeremy Bentham, William James y otros pragmáticos creadores del derecho penal “premial”. Los efectos de rechazo — “clash”— no han faltado, lo saben los penalistas serios. Sobre todo, en materia tan delicada como la testifical, hoy en día muy averiada por la sicofantia.

Sicofantes atrapados. Financiadores sin rostro 

Platón cuando describe al hombre esclavo de sus deseos, ese mismo que es llevado a obtener dinero por cualquier medio, lo describe así: "A veces, si son dotados para el habla, se convierten en sicófanos; producen testimonios falsos y se permiten ser corrompidos por sobornos”. El soborno y el dolo han creado en Colombia un cartel de testigos falsos, de sicofantes que suelen ser denunciados y atrapados en la extorsión, la mendacidad, la mitomanía y el dolo directo. No ocurre otro tanto con los que están en la sombra porque de ellos sí se puede predicar que son “sin rostro”.

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