¿Cómo gestionar la felicidad en tiempos de crisis?

¿Cómo gestionar la felicidad en tiempos de crisis?

"No podemos ser ingenuos, ni mantener un optimismo ciego a la realidad, pero tampoco podemos caer en el ostracismo que nos imposibilite actuar"

Por: Carlos David Martínez Ramírez
marzo 16, 2021
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¿Cómo gestionar la felicidad en tiempos de crisis?
Foto: Leonel Cordero

Si analizamos las desigualdades existentes en el mundo, y en nuestro país en particular, posiblemente no tenemos muchas razones para ser felices. Hay intelectuales que afirman que si somos seres pensantes no queda mucho espacio para la felicidad.

Por otra parte, en algunos filósofos griegos clásicos podemos encontrar ideas interesantes para relacionar el desarrollo intelectual con la felicidad. Para Sócrates la felicidad pasaba por el conocimiento; para Aristóteles el pensar servía para encontrar el justo medio que lleva a la virtud y la felicidad, de manera autónoma, autóctona y autárquica.

Acá recurriré a Kant, como muchos lo hacen para mediar entre el empirismo y el racionalismo, ahora lo haré para conciliar entre el pesimismo y la falta de arrojo, este gran filósofo decía que debemos ser pesimistas con la razón, pero optimistas con la voluntad.

No podemos ser ingenuos, ni mantener un optimismo ciego a la realidad, pero tampoco podemos caer en el ostracismo que nos imposibilite actuar.

Es respetable quien asuma una actitud pesimista frente a lo que nos rodea, y es incluso loable si esa actitud lo mueve a luchar contra las injusticias circundantes. Creo que no podemos caer en la “dictadura” de la felicidad, al punto que rechacemos a los no-felices como loosers (como dirían algunos norteamericanos) y supongamos que todos están obligados a ser felices, cayendo en una suerte de “personalidad” “hegemónica”, o en una única forma válida de vivir o pensar.

Hannah Arendt analiza en su libro “Sobre la revolución” [1], como se puede rastrear en la historia de la revolución francesa y en la americana, la transición de una concepción de la libertad ligada a la felicidad pública y para las mayorías, a un fenómeno de comprensión de la felicidad como una cuestión principalmente individual y privada.

Algunos autores contemporáneos sugieren que en el mundo occidental asociamos el bienestar con el éxito individual, mientras que en oriente y en algunas comunidades aborígenes, indígenas y de bosquimanos, se valora más el logro colectivo y la convicción de que las poblaciones no padecerán necesidades básicas.

Una anécdota de cruces entre culturas orientales y occidentales, narra que un norteamericano vio a un monje tibetano sonreír frente a un espejo al empezar el día y lo interpeló porque le parecía extraño, a lo que el monje le contestó “ustedes esperan a ser felices para sonreír, nosotros sonreímos para ser felices”.

De esta historia se puede derivar la idea, ya generalizada, de que la felicidad no es una estación a la que se llega sino una forma de recorrer un camino.

Por otra parte, podemos inferir que podemos asumir una predisposición hacia la felicidad; como dirían algunos amantes de la programación neurolingüística, podríamos programarnos para ser felices; pero hay que tener cuidado con el marketing de las ideas baratas, simplistas y ramplonas, y de las fórmulas mágicas para la felicidad; casi nunca es cierto que el pobre es pobre porque quiere.

La psicología positiva ha puesto de moda el tema de la felicidad, es claro que las personas felices son más productivas, se enferman menos, son más dadas a trabajar en equipo. Pero también es válido tomar distancia de este optimismo desenfrenado.

Algunos investigadores [2] han encontrado que hay varios aspectos éticos que impactan las políticas de bienestar en los puestos de trabajo. Piénsese en las empresas que dan beneficios para que sus empleados mantengan estilos de vida saludables. ¿Los no-saludables podrían sentirse excluidos? ¿No es esto una intromisión abusiva en la intimidad de las personas?

Retomando el tema de los escenarios públicos y privados, es válido preguntar si los empresarios se preocupan por la felicidad de sus trabajadores únicamente buscando elevar la productividad o si existe un verdadero liderazgo transformacional orientado al desarrollo multidimensional de las personas, o una suerte de responsabilidad social que se piensa más allá de la rentabilidad financiera.

Por demás esto es válido y aunque no se pretenda ir más allá de la vida empresarial, la gestión de la felicidad orientada a la productividad, también podría llevar a beneficios personales y familiares. Andrés Felipe Falero, hablando del caso de éxito de la empresa antioqueña Mattelsa plantea: “no es filantropía es ingeniería”, pero también, de la misma empresa, Mateo Jaramillo Cadavid plantea que hay que pensar en la gente y en el bien común. [3]

La responsabilidad social no es solo sembrar árboles, empieza por pensar en la gente. En momentos de crisis, como los que vivimos hoy, lo primero que deben hacer los empresarios es hacer esfuerzo por mantener a su gente “a flote”. Antes de pensar en modelos sofisticados de gestión, lo primero es procurar salarios dignos y entender que la economía se dinamiza mejorando el poder adquisitivo de las personas.

Siguiendo el ejemplo de una maestra maravillosa que conocí en la Universidad Nacional de Colombia, Belén del Rocío Moreno Cardozo, cuando trato el tema de la felicidad con mis estudiantes me gusta compartirles una serie de poemas de Fernando Pessoa, del libro El guardador de rebaños:

Toda la paz de la naturaleza sin gente

viene a sentarse a mi lado.

Pero me pongo triste como una puesta de sol

para nuestra imaginación,

cuando refresca en el fondo de la llanura

y se siente que la noche ha entrado

Como una mariposa por la ventana.

Pero mi tristeza es sosiego

porque es natural y justa

y es lo que debe haber en el alma

cuando piensa que existe

y las manos cogen flores sin darse cuenta.

 

Es posible pensar las emociones, felicidad y la tristeza, como algo inherente a la naturaleza humana, como lo insinúa maravillosamente Pessoa, es altamente probable que lo más importante sea la justicia y no la felicidad, a pesar de las maravillas que podemos contemplar a nuestro alrededor.

Desde la traducción del término griego eudaimonia, en Aristóteles, ya se puede diferenciar la alegría, emoción pasajera, de la felicidad, como algo más estable y elaborado.

La inteligencia emocional no se puede confundir con la manipulación de las emociones de otros. La gestión de las emociones no se debe intricar con la instrumentalización de las personas.

Aunque el tema de la gestión de la felicidad en las organizaciones parece nuevo, varios siglos atrás podemos encontrar ideas que pueden llevarnos a pensar el tema estructuralmente: Charles Fourier (1772-1837) planteaba que el trabajo podía ser placentero, Robert Owen (1771-1858) sugería que se puede obtener mayor bienestar al trabajar en comunidades pequeñas (idea que resurgirá en la llamada nueva normalidad), Guillermo Weitling (1807-1871) hablaba de la justicia, la solidaridad y el amor fraterno, Jeremy Bentham (1748- 1832) promulgaba “la mayor felicidad para el mayor número”.

El gran poeta Fernando Pessoa planteaba que es más importante ser natural que ser feliz, como lo sentencia en los siguientes versos:

Pero no siempre quiero ser feliz.

Hace falta ser feliz de vez en cuando

para poder ser natural…

No todo es día de sol,

y la lluvia, cuando escasea, se pide.

Por eso tomo la infelicidad y la felicidad

con naturalidad, como quien no se extraña

de que haya montañas y llanuras

y de que haya rocas y yerbas…

Lo que sí hace falta es ser natural y sereno

en la felicidad o en la infelicidad

sentir como quien mira,

pensar como quien anda,

y cuando se va a morir, acordarse de que el día muere,

y que el poniente es hermoso y es hermosa la noche que queda…

Y que si así es, es porque es así.

 

Referencias

- Arendt, Hannah. (2008). Sobre la revolución. Buenos Aires: Alianza

- Mujtaba, B.G. y Cavico, F.J. (2013). Health and Wellness Policy Ethics. Int J Health Policy Manag. Aug; 1(2): 111–113.

- Caso de éxito: Mattelsa | Pymas

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