Cuando algún evento grande se toma alguna ciudad colombiana, nunca falta el hincha que nos sorprende con sus curiosidades. Sin embargo, esta vez llegó a una competencia que poco tiene de conocida en Colombia. Harold Correales es un caleño que se proclama historiador pero que ahora a sus 56 años lo encontramos en las graderías apoyando al talento colombiano de Arquería en los Juegos Mundiales 2013. Harold muestra orgullosamente su conocimiento del deporte entre nombres mal pronunciados y una muestra de un francés inentendible, pero se extiende a temas de guerra y batallas como buen historiador que es. Habló de la condición de los “pobres guerrilleros” que están acá abandonados mientras sus líderes están en La Habana, de cómo sólo quedan algunos con un noble intención y que no son narcotraficantes como la mayoría; habló sobre España y de cómo Sevilla antes era de los árabes y como sus mujeres debían vestir de blanco en la noche de bodas para saber si sí era virgen; contó que él era un sordomudo que habló a los once años y que ese era el cuarto milagro que le hacía Cristo; que tiene un hermano negro aunque nadie le crea, por eso lleva una foto de él en su mochila; recitó Los maderos de San Juan y el poema de “Simón Bolívar nació en Caracas en un potrero lleno de vacas…”; contó que se va a vivir a Canadá con toda la familia porque allá la población es casi toda de la tercera edad y necesitan gente joven. Entre toda esta carreta en que casi que recorre la historia del mundo desde sus orígenes, cuenta que las manillas que regala se las hacen los indígenas en el Cauca, “mis” indígenas como los presenta él, a cinco horas de Cali; de los Juegos Mundiales criticó la puntualidad que le otorgó al hecho de que simplemente somos colombianos.
Harold resalta por encima de los otros seguidores no sólo por su gran carisma y corazón sino que también en las finales de este deporte lució, bajo un sol caleño intenso, una camiseta de la selección Colombia, debajo de dos ponchos y una mochila en donde carga los regalos que les hace a los atletas, la foto de su hermano negro y las pastillas para calmarse porque es muy nervioso y además es karateca y judoka y no quiere agredir a nadie. Esa camiseta de la selección se la iba a regalar a la austríaca si ganaba la final, lastimosamente para él, la sueca con la que se enfrentaba se llevó la medalla de oro. Sin embargo, Harold no se podía quedar sin su regalo y cuando el italiano Giusseppe Seimandi se llevó el título, de entre su mochila mágica sacó una camiseta para él.
Como Harold hay muchos otros entre las graderías, personas que de sus propios recursos sacan para hacerle presentes a los atletas y dejarles un recuerdo del amor y la hospitalidad de los colombianos.
