De héroe de la nación a súper papá

De héroe de la nación a súper papá

Fue víctima de una mina, la cual le hizo perder una parte de la pierna y truncó su carrera militar. Sin embargo, el nacimiento de su hijo lo cambió todo

Por: Vivian Zamora Zamora
noviembre 15, 2017
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De héroe de la nación a súper papá

Las minas terrestres han sido durante años la causa de miles de muertes y mutilaciones. Jorge Parada es una de las víctimas de este letal método de guerra, uno de tantos que han debido reconstruir sus proyectos de vida y adaptarse a que un agente extraño reemplazara una parte de su cuerpo. Esta es la historia de un héroe anónimo, un joven que pasó de ser un valeroso soldado, a ser el héroe de Jorgito, su hijo.

Parada creció en el campo, en zona rural del municipio de Ragonvalia. Fue criado por su tía Ana Dolores, quien lo ha acompañado en sus más duras batallas. “Desde que tenía como 8 años decía, cuando sea mayor de edad me voy para el Ejército, ese fue como el dilema cuando empecé a crecer”, asegura. Dilema, sí, porque debería elegir entre sus sueños y lo que su tía quería para él. Admiraba a los militares, más aun teniendo el ejemplo de algunos familiares. “Yo veía un militar y yo decía, yo quiero ser un militar, eso fue como una meta que me metí en la mente desde pequeño y lo cumplí gracias a Dios. Mi familia ha llevado como un vínculo entre militares, mis primos mayores, mis tíos fueron militares, entonces es como de sangre ya, como que le nace portar camuflado y lo hace uno de corazón”, cuenta.

La anhelada boleta de entrada al Ejército la recibió en Pamplona e ingresó a prestar servicio militar en el Batallón García Rovira. A pocos días de haber ingresado, su tía, empeñada en hacerlo desistir de su decisión, llegó al batallón con los papeles del colegio que probaban que él estaba estudiando. “Claro el Capitán de instrucción de una vez me dijo, si ella tiene papeles de estudio toca retirarlo, entonces yo le dije, no es que yo no quiero irme, yo quiero estar acá”, narra.

Fue agregado a una compañía que cumplía misiones en el Catatumbo, asegura que la zona no le pareció tan peligrosa como había escuchado y que estaba preparado psicológicamente para la guerra. Sin embargo, estando en el Acerrío, en Teorama, su escepticismo acabaría al ver morir a uno de sus compañeros, un episodio que recuerda con claridad. “Él se acostó y cuando faltaban 8 para las 10 de la noche hecho a llover y, al moverse, él activó una mina y ahí fue donde la mina lo partió en dos pedazos y murió instantáneamente”. Hace una pausa y dice, “esa fue la primera explosión que me marcó, en esa ocasión quedaron heridos dos soldados”.

Al cabo de un poco más de un año de estar prestando servicio, Parada fue escogido para entrar a la Escuela de Soldados Profesionales, de allí se graduó a finales de 2005. Obtuvo unos días de descanso y pasó las fiestas decembrinas con su familia, desde entonces, cuenta que presentía que algo le pasaría. “Para recibir ese 2006 yo me acuerdo tanto que nos reunimos en familia y yo hice un rosario pidiendo por todos, yo en mi sentía algo raro, como que no fuera a volver, como que uno lo presiente, uno tiene algo en su corazón que le dice, algo va a pasar”, dice.

Parada solía escribir en una agenda que cargaba consigo, en caso de que en alguno de sus patrullajes, la muerte le sorprendiera. El domingo 12 de febrero de 2006, en desarrollo de una operación en Las Mercedes, Sardinata, luego de que cayera un cilindro bomba donde se encontraba, escribió para su familia.  “Redacté una carta, escribí que estaban haciendo ellos y yo dije que los extrañaba, que los querré siempre y los llevaría en mi corazón”, recuerda.

Al día siguiente Parada prestó el primer turno de centinela y escuchó ruidos hacía un callejón que había en el área. “Yo sí escuché la bulla, pero no me imaginé que esa bulla era que nos estaban minando la parte de abajo”, relata. La mañana del 14 de febrero Parada se levantó temprano y fue con el equipo de combate a traer agua, recordó los ruidos del día anterior, se detuvo y pensó antes de dar el siguiente paso, de repente escuchó ruidos en lo alto de un cerro. “Yo lo que hice fue levantar el fusil, ¡nos emboscaron!, fue lo que yo pensé, yo levanto el fusil, cuando suena ¡boom!, me activaron la bomba desde arriba, recuerda.

Por la potencia del impacto, Parada cree que se trató de una mina tipo sombrero chino, la onda explosiva fue tan fuerte que lo elevó sobre los árboles y sintió que los brazos se le habían desprendido.  “Me agarró fue un lado apenas, donde me agarre de frente me desaparece, yo digo que es un milagro que esté vivo”, dice. Al caer en el piso escuchaba los llamados de auxilio de sus compañeros y disparos que iban y venían, mareado y aturdido por el impacto, pensó en su familia, se sentó, miró a su alrededor y fue entonces cuando notó que la mina no sólo había destruido su fusil, también había destruido una de sus piernas. “Ahí fue cuando me di cuenta que se me había truncado el futuro que quería en el Ejército, que ya no podía seguir”, asegura. Mientras el enfermero de combate hacía lo posible para mantenerlo con vida, el dolor era mínimo frente a los sentimientos de rabia e impotencia que lo invadían, ¿por qué a mí?, era la pregunta que retumbaba en su cabeza.

Un helicóptero de Ecopetrol fue el encargado de llevarlo hasta la ciudad de Cúcuta, donde fue atendido. Ver el estado en el que se encontraba Parada fue dramático para su familia.  “No eran capaces de hablar, yo hablaba más que lo que ellos hablaban, ya me habían amputado la pierna y estaba era todo vendado, el tutor en la otra pierna, el brazo enyesado, la cara la tenía inflamada, como morada de las esquirlas que me cayeron, o sea fue duro, y el oído derecho me lo reventó la onda explosiva, no escuchaba al principio después fue que recuperé un poco”, cuenta.

Además de las afectaciones visibles, uno de los pulmones de Parada había sido perforado por el impacto, por lo que debieron trasladarlo en avión hasta Bogotá. Aferrado a la vida sobrevivió a dos pre infartos que tuvo camino hacía el Hospital Militar. A su llegada fue remitido a la unidad de cuidados intensivos y estando allí, estuvo alrededor de 10 días en coma inducido. Parada despertó con tanta fuerza, que al día siguiente lo ubicaron en una habitación. Posteriormente, fue trasladado al Batallón de Sanidad, lugar que ha sido testigo durante años de la inclemencia de la guerra. “De principio era duro asimilar que no tenía pierna, pero al mirar tanta gente que había herida en combate y con discapacidades, para mí era normal, compartía uno con más soldados igual a uno, yo me acuerdo que habíamos 52 amputados”, relata.

Como suele ocurrir, Parada tuvo síndrome del miembro fantasma. “Uno a veces estaba en la silla y sentía que la pierna le picaba, le rascaba, que le dolía el pie, uno lo que hacía era apretar el muñón, uno no hallaba como sobarse el dolor”. Contra todo pronóstico médico, la otra pierna de Parada se recuperó en cuatro meses. A pesar de su situación, se negaba a salir del Ejército y, aunque le ofrecieron estudiar enfermería y continuar en la institución, prefirió desistir, pues les costaba imaginarse fuera del área operacional. Haber perdido una pierna cuando apenas tenía 21 años le hizo perder el sentido por la vida; con la experiencia de los años, acepta que la juventud y las malas compañías lo llevaron a tomar malas decisiones y a perder oportunidades que hoy quisiera no haber dejado pasar.

En el año 2007 se radicó en Cúcuta, donde inició un difícil proceso de adaptación a la vida civil. “Yo salía de la casa y sentía que todo mundo me miraba, era muy verraco, en cambio uno en el ejército está entre el mismo grupo de militares, entonces no se siente tan vulnerable, entonces fue un proceso largo para superar eso”. Su verdadera recuperación inició al año siguiente después del nacimiento de su hijo, y es que no en vano suelen decir quiénes son padres, que los hijos son el motor de la vida. “Todavía me sentía impotente frente a la sociedad, pero yo en él conseguí como el apoyo de querer luchar, de seguir en la vida luchando por él y hasta el momento yo digo que ya totalmente 100% recuperado. Cuando el niño empieza a crecer, cuando el niño empieza a dar los primeros pasos, entonces ahí es cuando uno le ve como el sentido a la vida”, afirma.

Con la madre de su hijo intentaron formar un hogar, pero no funcionó y decidieron que el niño viviera con él, así que Parada ha debido superar a diario diferentes batallas que lo han convertido en un súper papá. Recuerda que al principio lo que más le costaba era bañarlo, “un día fui al centro y compré una piscina de esas inflables, entonces cuando lo iba a bañar llenaba la piscina con dos botellitas de agua y me metía en la piscina y lo bañaba y ponía la cama al lado y lo vestía, entonces empecé como a agarrar práctica”, cuenta. Asegura que el rol de padre y madre no es nada fácil, pero el ímpetu que siempre lo ha caracterizado le ha permitido, no solo sacarlo adelante, sino también aprovechar su tiempo libre para   prepararse académicamente. “Por la mañana me dedico a él, a sus tareas, al almuerzo a sus cosas, y en la tarde ya me quedo solo, entonces me aburro. Tengo internet en la casa, entonces me pongo a estudiar, a hacer cursos virtuales en el Sena”.

Su hijo lleva su nombre, Jorge, pero no es lo único que tienen en común, ambos son geminianos y dice Parada que tal vez por eso tienen un carácter muy parecido. Disfrutan pasar tardes en el parque e ir al río y Parada no pierde oportunidad para jugar una broma a aquellos niños que se sorprenden al ver su prótesis. “No falta el niño que dice, ¿y esa pierna es robótica?, yo le digo, esa pierna come gente, pilas con eso”.

Parada le deja a la suerte, tal vez al destino lo que le ocurrió, y con satisfacción del deber cumplido asegura: “son cosas que suceden en la guerra y ya llega uno a un punto donde acepta lo que pasó y dice, bueno, fui yo, no fueron todos, sacrifiqué mi cuerpo, pero se salvaron más, entonces hay un punto donde uno dice, todo sucede por algo”.

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