¿De dónde saca tanta fuerza Angela Merkel?

¿De dónde saca tanta fuerza Angela Merkel?

Enfundada en su chaqueta de colores no se va a dormir hasta no concluir la tarea. Esta vez logra un salvavidas para los países de la Unión Europea ahogados por la pandemia

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julio 28, 2020
¿De dónde saca tanta fuerza Angela Merkel?

Con un estilo lejos del exhibicionismo, enfundada en una eterna chaqueta de colores, Angela Merkel es más la imagen del ama de casa que va al supermercado y que no tiene problema en guardar en su clóset durante 23 años el kimono colorido que compró en Estados Unidos y que ya ha lucido cinco veces cada agosto durante el Festival de Salzburgo. Es la misma imagen que proyecta en política, la “mamicracia” de que hablan algunos de sus compatriotas.

Pero esa mami no tiene hijos. Se casó en primeras nupcias cuando era estudiante con Ulrich Merkel, en un matrimonio que duró cinco años y que además del apellido le dejó una casa asignada por la RDA a las parejas jóvenes. Porque Angela Dorothea Kassner no solo ha sido la primera mujer canciller, sino la primera que proviene de Alemania de Este. Ella misma cuenta que estaba en una sauna cuando cayó el muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. Su segundo y actual marido es un químico, Joachim Sauer, a quien popularmente le dicen “El fantasma de la ópera”, porque a Angela solo se le ve con él cuando asiste a una de sus óperas favoritas, y ni siquiera la acompañó a su posesión como canciller en el Reichstag el 22 de noviembre de 2005.

 

Angela Merkel y Joaquim Sauer, el marido "invisible"

Como Sauer, ella también es química. En la universidad de Leipzig se doctoró en Química Cuántica.  Y esa ha sido una de sus fortalezas al enfrentar el penúltimo de los retos: la pandemia. Su pensamiento científico fue la clave de su estrategia contra el coronavirus, que además le retornó la popularidad dentro y fuera de Alemania. En ese momento ya era vista como “pato cojo”, la expresión que se utiliza en el mundo anglosajón para aludir a los políticos que no se presentan como candidatos a la siguiente legislatura. Había sido golpeada por los malos resultados en las elecciones de 2017, había renunciado a la presidencia de su partido en 2018, y algunos apostaban a que dimitiría en 2019. La pandemia le dio un nuevo aire. Alemania está entre los países que mejor la ha manejado, y Merkel en el trío de mujeres dirigentes reconocidas por los resultados contra el coronavirus. Con la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern y la presidenta de Taiwán, Tsai Ing Wen.

La moderación y la cortesía que hacen parte de su talante no riñen con las posiciones firmes cuando se trata de convicciones. En la pandemia hubo una muestra. Cuando Europa se calentaba con la controversia del confinamiento de los mayores de 70, ella salió inmediatamente diciendo que en su país ese no era un tema a debatir. “Encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral”. dijo de la manera más contundente.

A estas alturas de su vida política, casi todo se ha conocido de su vida privada. Que renunció a la vivienda oficial y vive en un apartamento en el centro de Berlín, frente al Museo de Pérgamo, que adora cocinar mientras escucha música clásica y, según dice, prepara “un delicoso pastel de ciruela”, que para estar cómoda y relajada se pone unos jeans con camiseta, que odia los perros y que la templanza de su carácter estalla ante un partido de fútbol en el Mundial, o de su equipo del alma, el Borussia Dortmund.

La crisis de los refugiados del 2015 fue un hito del gobierno Merkel. Su política de brazos abiertos dio lugar a las críticas más virulentas de partidos xenófobos como Alternativa para Alemania (AfD), y reproches desde varios flancos. Merkel nunca dio marcha atrás, hizo algunos ajustes, y poco a poco se ha extendido por toda Alemania el sentimiento antixenófobo.

 

Putin llevó el labrador, después se disculpó diciendo que no conocía su fobia a los perros. Dimitri Stankhov/Sputnik

Los compromisos y el consenso son su impronta. Tanto como la paciencia de la que ha tenido que hacer gala cuando se trata relacionarse con Vladimir Putin, el presidente de Rusia. Se dice que Putin, provocador, suele llegar tarde a las citas, y hasta le ha llevado un perro de regalo, a sabiendas de la fobia que les tiene desde que uno la mordió cuando paseaba en bici. Con el expresidente francés Francois Hollande, los diarios amarillistas le endilgaron un romance porque simplemente se saludaban de beso. Theresa May, primera ministra del Reino Unido fue su amiga, conservadora como ella, a ambas se les ha comparado con Margaret Thatcher. Con Obama tuvo una amable relación que fue mejorando con el tiempo y el entonces presidente de Estados Unidos le otorgó el mayor de los requiebros políticos cuando dijo que ella se había colocado en la crisis de los refugiados “en la parte correcta de la historia”. La empatía con el actual presidente de Francia, Emmanuel Macron, es muy evidente.

A los 66 años y 14 como canciller ha igualado el récord de Konrad Adenauer, el fundador de la RFA y autor del “milagro económico alemán”, y le falta poco por equiparar el récord de los 16 de su mentor Helmut Kohl, el de la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana.

 

Kohl  y Merkel, enero del 2005. Diez meses después ella sería la canciller

El canciller que a “esa joven” de su partido, la Unión Demócrata Cristiana le abrió el espacio en ministerios de segunda línea, suficiente trampolín para años más tarde lo sucediera, después de irse contra una turbia financiación en 1998.

Una apuesta que le salió bien. Como presidenta del Consejo de la Unión Europea, con mucha dificultad coronó el propósito de lograr afrontar colectivamente, como un problema global, la crisis de la pandemia en su continente. Tras cuatro días y cuatro noches, exhausta, consiguió consolidar un  fondo de 750.000 millones de euros con deuda común para repartir entre subvenciones (390.000 millones)  y préstamos (36.000 millones). Finalizaba así el último capítulo del último de los grandes retos que han determinado la fuerza de la imagen de Angela Merkel, la mujer que por nueve veces consecutivas ha sido elegida por la revista Forbes como la más poderosa del mundo.

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