Dar las cosas por hecho, sin pensar: un mal de los colombianos

Dar las cosas por hecho, sin pensar: un mal de los colombianos

"¿Lleva la gana de ver sangre a ponerse a culpar a uno u otro en un hecho que no tiene nada que ver con nosotros?"

Por: Daniel Rivas Sandoval
mayo 31, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Dar las cosas por hecho, sin pensar: un mal de los colombianos
Foto: Caliescribe
Regresé a Cali de Riohacha hace casi una semana y más que siempre me sentí en casa y en mi ciudad natal. Volver a ver el paisaje de caña de azúcar, la brisa de las 5 de la tarde, las palmeras bailando, dejar de escuchar el "¿Compadre qué?" al "Hablame" o al mirá ve". Sentirse en casa es maravilloso. Es también maravilloso que la cotidianidad del día a día te recuerde lo que es ser colombiano.
Tenía una cita en el sur a eso de las 10:30 de la mañana. Como buen colombiano, decidí no madrugar tanto y a las 9:15 a.m. salí de la casa. Como buen caleño caminé hasta la estación más cercana, "Manzana del Saber" y ahí empezó el recuerdo de lo que es ser caleño. Como el pasaje está a $1900 y yo no me acordaba si tenía en la tarjeta carga o no, y el día anterior había quedado debiendo $100,  pensando que los pasajes costaban $2000 cada uno le pasé a la encargada de las recargas un billete de $5000 y una moneda de $100. Le dije: "buenos días, porfa recargame $4100". Me regresó la tarjeta pero no la devuelta, así que le pregunté si me recargó los $5100 completos y me dijo que sí. Se imaginarán mi mal genio porque más allá de ser $1000 de devuelta, no era la primera vez que me pasaba que uno de estos encargados no me mirara y me cargara lo que no le había pedido.
Con mal genio pasé la tarjeta por el lector y esperé a que pasara la cómoda y siempre constante T31, ya que era la única que me paraba en la estación Refugio. Pasaron casi 15 mins en los que alrededor de 8 'rutas fantasma' pasaron: unas cuatro T31 llegaron, unas tres E27 hicieron parada y una E31 pasó frente a mí: lo curioso es que en ninguna me monté. Finalmente, pasó una E27 y decidí bajarme en "Pampalinda", estación anterior a "Refugio" y ya con afán decidí caminar rápido para llegar a mi cita. Al bajarme en "Pampalinda" se escuchó una algarabía como resultado a un accidente que no atestigüé. Frente a la Santiago (sí, la USACA), un carro conducido por un señor chocó con una moto conducida por una chica. Reitero que no sé qué pasó ni cómo, pero más de uno ahí sí lo vio.
El caso es que mientras la chica se levanta y el señor se ofrece a ayudarla a revisar, ellos empiezan a mirarse y a dialogar (fue sorprendente porque la mayoría habría echado humo por las orejas), la gente empezó a gritar: "la culpa es suya señor" ,"la muchacha de la moto porque siempre es así con las motos". Incluso desde la bahía de la estación unas chicas gritaban "No señor, la culpa es suya!" y un señor gritaba y manoteaba "NO NIÑA, LA CULPA ES SUYA." Ahí estamos pintados.
Solo era problema de los del accidente, y todo el mundo opinando, todo el mundo gritando y todo el mundo echándole leña al fuego. Incluso los de la fogata no querían hacerlo grande, ellos no miraban a nadie que no fueran ellos mismos. Pero no falta que nuestra colombianidad haga efecto y nos metamos donde no nos han llamado, y peor aún, a hacer las cosas peor de lo que eran. Y por ahí derecho yo puedo decir que así son los noticieros, los programas de televisión y hasta nosotros mismos... ¿Lleva la gana de ver sangre a ponerse a culpar a uno u otro en un hecho que no tiene nada que ver con nosotros?
Ahora, ustedes se preguntarán porqué mencioné lo de la señora de las recargas. Pues es tan sencillo como entender que hay que mirar a la gente cuando se habla. Yo no sé si es por ese vidrio o porque en serio les da pereza levantar la cabeza y escuchar cuando se les está hablando, pero es sumamente molesto ver que a uno no le paran bolas. Y no, no soy mezquino como para pelear por $1000 pesos, pero sí lo suficientemente orgulloso como para exigir que si alguien está frente mío me pare un mínimo de atención; o si están manejando plata que rectifiquen.
Pero no. Tanto en el choque como la señora de las recargas comparten algo en común: todos damos por hecho las cosas sin antes pensar, sin antes querer escuchar y entender al otro. ¿Y si fue un despiste del señor que sin querer derivó en llevarse por delante a la chica de la moto? ¿Y si la señora ignoraba que con la devuelta yo iba a comprarme un pandebono de media mañana? Ahí estamos pintados. Nada como una bienvenida que me recuerde lo que es ser caleño y que me haga sentir de vuelta lo que es ser colombiano.
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