¡Cómo me duele mi Cali!

¡Cómo me duele mi Cali!

¿Por qué mucha de su gente solo piensa en el hoy y no guarda para el mañana, no se solidariza con los demás y brilla por su desobediencia?

Por: Valeria Esteban
junio 18, 2020
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¡Cómo me duele mi Cali!
Foto: Policía Metropolitana de Cali

A pesar de llevar más de 25 años viviendo en Bogotá —ciudad de todos, de las oportunidades, a la cual quiero con el alma y le estoy agradecida de todo lo que me ha dado—, aún extraño a mi bella Cali. Eso sí, no la que se dejó permear por el narcotráfico y el dinero fácil, no la que discrimina si eres de raza blanca o negra, no la que te mira por encima del hombro si vives en el norte, en el sur o en sectores como el distrito de Agua Blanca, sino aquella que parecía ser la Sucursal del Cielo, para mí, perfección de Dios en la tierra, la que era ejemplo para Colombia y el mundo, que era considerada la ciudad cívica por excelencia y de la cual nos sentíamos tan orgullosos.

Claro, eso seguramente era en los años 70, pero si bien es cierto que debemos progresar para bien, no involucionar, seguramente factores externos (como la migración constante y convertirse en la capital del Pacífico) han presionado a Cali a priorizar en otros temas y también han contribuido a desvirtuar varias premisas que antes eran prelación como la solidaridad, el respeto, la seguridad, el buen ejemplo, entre otras. ¿Y por qué hablo con nostalgia de la cuidad cívica? Sencillo, porque ver lo que está sucediendo en estos momentos de pandemia deja mucho que desear. ¿Es posible que se descubran fiestas de carácter sexual convocadas por redes sociales, además con el agravante de algunos participantes infectados? ¿Es permisible que encuentren un partido de fútbol con más de cuatrocientos asistentes, como si fueran las grandes ligas, algunos sin tapabocas, sin guardar las distancias, aún sabiendo que los eventos masivos están prohibidos? ¿Es real que la ley seca termine siendo bien alicorada con peleas de barrio incluidas y que aún con cuarentena y las muchas restricciones encuentren más de doscientas cincuenta fiestas y reuniones (como quien dice, “no andaba muerto, estaba de parranda”)?

Aquí no se trata de decir “no estoy de acuerdo con las medidas tomadas por el alcalde Jorge Iván Ospina” y simplemente desobedecer, porque, aunque personalmente no me identifico con su corriente política, estoy convencida de que merece respeto como autoridad y está tratando de hacer las cosas bien por el bienestar de la ciudadanía y pensando en los intereses generales, que están siempre por encima de los particulares. Además, él no merece quedarse solo enfrentando los sinsabores que deja el COVID-19 y todo lo peor que pueda venir como las UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) en los hospitales sin capacidad y colapsadas, cuando como en otros países sea inmanejable la rapidez del contagio. ¿Qué tal si, en lugar de andar paseando por las calles o en reuniones sin necesidad, usted se encuentra en la puerta de un hospital esperando para poder ingresar y no morir en el intento?

Cómo me duele mi ciudad actual, la que únicamente piensa en el hoy y no guarda para el mañana, la que no se solidariza con los demás, en la que prolifera la desobediencia sobre la la norma. Entonces, si a usted no le importa, porque se cree inmune ante la pandemia o porque como dicen muchos “no conozco a nadie ni con COVID-19, ni que haya muerto por este coronavirus”, déjeme decirle que es real, que ya casi los conoce, porque están más cerca de lo que usted cree. Son varios los testimonios de gente sufriendo y pidiendo cadenas de oración por familiares, amigos y conocidos que la están pasando mal y a punto de morir. Porque cuando ya “el hombre”, llámese médico, enfermero o cuerpo de salud en general, no puede hacer nada, solo queda mirar al cielo y orar.

Pongámonos nuevamente la camiseta de la solidaridad y la de volver a hacer de Cali esa ciudad que vale la pena seguir, ese ejemplo de buenas prácticas, ese pedazo de cielo en la tierra que tenemos que cuidar como la joya (de la cual hablaban con orgullo nuestros padres en los años 70). Pensemos en los demás, especialmente en las generaciones que vienen pisándonos los talones y a las que hay que darles buen ejemplo. No terminemos, como dice el refrán, con la suerte que nos merecemos. Ánimo, mi Cali, conciencia y obediencia, que la rumba puede esperar.

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