La Feria del Libro siempre fue una excusa. No para comprar libros, claro —eso es lo que uno dice—, sino para probarse el alma en medio de tanto cuerpo, para mirarse en el espejo de las historias ajenas como quien busca, por fin, encontrarse. Bogotá lo sabe, o cree saberlo: cada abril florecen más los anaqueles que los árboles, y la ciudad se convierte en una gran metáfora con estantes. Uno camina entre puestos, escritores, viejos con bufanda que repiten citas de Borges y jóvenes que pronuncian "Kafka" como si fuera un conjuro. Y en medio de todo eso —del ruido, del polvo del papel, del escándalo de las promociones— aparecen ellos, los libros que no se buscan, que lo buscan a uno.

1. Todo empieza con la sangre, de Aixa de la Cruz, no es una novela, no es un ensayo, no es —como nos gustaría— una explicación. Es más bien un bisturí. La autora disecciona su vida, pero también la nuestra. La sangre, dice, no solo une o hereda: también condena. Aixa no cuenta, exhuma. Habla de su cuerpo como quien habla de un territorio ocupado. No hay en sus páginas una línea que no duela. Ni una frase que no deje una marca. Es el libro ideal para quien está dispuesto a leerse sin defensas.
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2. El filatelista, de Nicolas Feuz, es otra cosa. No se lee: se cae en él. Es un thriller que empieza como todos —una carta vieja, una muerte sospechosa— pero que no termina como ninguno. Feuz, fiscal suizo, no solo sabe de crímenes: sabe de tiempos. Su narrativa es un tren suizo que va con precisión quirúrgica al abismo. Cada página es una estampilla que oculta un secreto, un asesinato, una nación. Si alguna vez pensó que coleccionar sellos era aburrido, este libro se encargará de asesinar esa idea. Literalmente.
3. Hasta que empiece a brillar, de Andrés Neuman, es un poema largo disfrazado de cuento, o al revés. Es una carta a un hijo que aún no existe, o que no necesita existir porque el amor ya lo inventó. Neuman escribe como si el mundo aún fuera salvable, como si nombrar algo fuera una forma de cuidarlo. Leerlo es permitirle a la ternura un lugar en la literatura que no sea el ridículo. En medio de la violencia del mundo, Neuman propone algo mucho más radical: la esperanza.
4. Así gobierna Gustavo Petro, de Ariel Ávila, es todo lo contrario. Aquí no hay esperanza, hay datos. No hay metáforas, hay cifras. Es un libro incómodo —como el gobierno que retrata— porque no toma partido. Ávila, analista frío en una nación caliente, traza un mapa del poder petrista sin buscar enemigos ni héroes. Examina decisiones, errores, aciertos. No le escribe al fanático ni al detractor: le escribe al ciudadano. Y eso, en este país, ya es un acto de coraje.
5. El fracaso de la República de Weimar es, por desgracia, el más actual de todos. Porque no se trata solo de Alemania, sino de todos los países que creen que la democracia es una herencia y no una construcción diaria. El libro —reeditado con oportuno escepticismo— muestra cómo un Estado con todas las condiciones para ser moderno, justo y libre, se desangró hasta parir el nazismo. No es historia: es advertencia.
Cinco libros, entonces. Cinco formas de entender, de temer, de amar. Cinco maneras de salir de Corferias con una bolsa más pesada y una conciencia más liviana —o al revés—. Al final, uno no va a la Feria del Libro a comprar historias. Va a encontrarse en ellas. O a perderse mejor.