Cien años no son nada…

Cien años no son nada…

"Hoy, como hace 100 años, la historia se repite con diferentes actores pero con igual libreto e intenciones"

Por: Diego Batero
mayo 25, 2017
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Cien años no son nada…
Foto: El Militante - Argentina

Durante la etapa de entre revoluciones en la Rusia post zarista de 1917, el panorama general mostraba cientos de miles de niños huérfanos, muertos y mutilados por doquier. La miseria y la desolación se respiraba en todos los recovecos de la naciente república que sentía en todo el corazón la daga de la guerra interimperialista. Inglaterra y Francia habían invertido recursos y propaganda hasta más no poder con el objeto de garantizar la presencia del ejército ruso en aquella guerra ajena para lograr ventajas tácticas en el terreno contra el ejército Alemán. La sangre llegaba a raudales a los ríos.

En medio de ese gigantesco aparato de guerra intervinieron toda suerte de personajes, algunos fungiendo como espías o agitadores en el terreno, como el conde de Cheville (con intereses en el banco de Lyon), los escritores Somerset Maughan y Huhg Walpole, el agente doble Malinosky, comerciantes como Aleksander Parvus, entre muchos otros que para poder nombrarlos a todos necesitaríamos cientos de cuartillas. Cada uno a su medida intervenía según sus propios intereses o el de sus jefes, intereses que en la gran mayoría de los casos estaba enfocado en el aspecto económico. No en vano muchos de ellos veían en el terreno ruso un gran potencial para la extracción minero energético y el cultivo de cereales.

Esta actitud de rapiña, codicia y saqueo por medio de la guerra no era exclusiva de los gobiernos que impulsaron la guerra, sino también queda manifiesta en los bancos y empresas que la atizaron. El negociante inglés William Henry Beable exponía este punto de vista al indicar que en caso de que su imperio pudiera quitar a los Alemanes del medio, las oportunidades de negocios para los ingleses eran magnificas, ya que había una clase media Rusa ávida de consumir vino tónico Sanatogen, bicicletas, productos para el afeitado, productos farmacéuticos, cámaras fotográficas y una seria de posibilidades más que podían ser tomadas como simple ideas de negocios ante un país emergente de no ser por la grave crisis humanitaria que atravesaba Rusia, importaban más los negocios que el dolor y el hambre que los Rusos vivían por culpa de la guerra de expropiación que países como Inglaterra, Alemania y Francia impusieron inicialmente —luego se uniría a la contienda el gobierno norteamericano —, visión mercantil que desprecia el dolor humano.

Igual panorama vive nuestro país actualmente, en medio del drama de cientos de miles de víctimas de un conflicto armado que fue impuesto por unas élites políticas para beneficio propio. Porque del desplazamiento del campesino pudieron acaparar tierras no solo transnacionales como la tristemente célebre United Fruit Company (luego Chiquita Brand), sino también gamonales y terratenientes que son el sustento del modelo en las regiones; porque del genocidio y las masacres de los sectores políticos revolucionarios han podido mantener un proyecto hegemónico que obedece a los intereses de las empresas transnacionales (el verdadero poder detrás del poder) y de los patrones locales. Por eso hoy, cuando el país está ad portas de la implementación de un acuerdo de paz entre la principal fuerza insurgente y el gobierno nacional, lo único que hemos escuchado de éste último y su acólitos es un listado de cocina de oportunidades económicas-según ellos-para el campo y para la ciudad, porque así como los ingleses veían en la Rusia de la primer posguerra mundial un gran campo de oportunidades para la explotación petrolera, energética y cultivo de alimentos, igual nos ven hoy los imperialistas norteamericanos y europeos. Millones de hectáreas para pastar ganado o para impulsar cultivos con destino a la producción de biocombustibles (palma africana, maíz y soja), subsuelo para extraer petróleo y oro y millones de mano de obra barata

Y el pueblo está ocupado en celebrar con harinas y silbatinas un triunfo del que desconoce sus alcances, como alguna vez diría Benito Jerónimo Feijoo “el miedo, la esperanza, el amor, el odio son cuatro vientos fuertes que no dejan parar en el punto de la verdad la pluma”. Pero sobre todo el viento del odio impide ver hoy en nuestro país el origen del conflicto-que como todos los conflictos-tiene vencedores y vencidos, un conflicto que hizo elevar gritos de dolor en la gran mayoría de hogares colombianos.

Hoy, como hace 100 años, la historia se repite con diferentes actores pero con igual libreto e intenciones y lo más difícil es mirar que en nombre de esa paz nos va a suceder aquello que nos evocaría a Alejandra Pizarnik: vemos como de a poquito en este país nos van a morir. Que esa no sea la historia que se escriba nos compete a nosotros, por lo que debemos asumir la tarea por construir un país diferente, donde la paz no signifique explotación sino pan y tierra, solidaridad e igualdad.

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