¿Chile va por el camino correcto?

¿Chile va por el camino correcto?

"Presionar una convención constituyente a través de la violencia deja un mal precedente". Una mirada al plebiscito que celebró el país austral el pasado domingo

Por: David Fernández
octubre 29, 2020
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¿Chile va por el camino correcto?

Chile acudió a las elecciones el pasado domingo después de que los vándalos provocaran daños por valor de 1.400 millones de dólares y de ver en llamas, días antes del plebiscito, dos iglesias; en un gesto muy parecido al de las fechorías que hacía el Klu Klux Klan, grupo ultraderechista. Muchos no entendieron esa terrorista y siniestra manera de protestar, pero la explicación hay que buscarla en una frase que se toman a pecho los vándalos y que pertenece a Carlos Marx: “La violencia es la partera de la historia”. O en otra de un criminal sin alma llamado Maximilien Robespierre, que todavía algunos tontos tienen como un gran referente político: “Una gran revolución no es más que un crimen estruendoso que destruye a otro crimen". O la de ese otro personaje oscuro y sibilino llamado el Che Guevara, quien dijo: “El odio es el elemento central de nuestra lucha”.

Pues bien, el pasado domingo Chile votó libre y soberanamente por una nueva constitución que le diera sepultura a la carta magna que venía desde los tiempos de Pinochet. Pero también votó para que las reivindicaciones sociales pendientes se hicieran realidad. Hasta ahí, todo pinta bien. Suena bonito y dan ganas de celebrar con pitos y serpentinas. ¡Viva Chile progresista!, gritarán algunos. Sin embargo, como toda decisión democrática está sujeta a ser examinada con la razón y no con el corazón, con la realidad y no con el espejismo, con la historia y no con la calentura de la coyuntura, con los hechos y no con la ilusión. Hagamos un breve y desapasionado análisis del mismo.

Con la dictadura de Pinochet, Chile entró en una etapa de verdadero progreso (quién lo creyera) y hasta sus corifeos se tragaron el cuento, equivocadamente, de que el fin justificaba los medios. Y como la dictadura gozaba de simpatía, sometió a consideración una constitución en 1980 que fue ratificada por el mismo pueblo chileno que hoy no quiere saber nada de lo que aprobó en aquella oportunidad —esa misma constitución ha sido reformada varias veces (35), y ya no aparece ni siquiera con firma de Pinochet sino de Ricardo Lagos—.

Luego vinieron gobiernos de izquierda moderada que fueron levantando a Chile como una joya en Latinoamérica con unos avances muy notorios en materia social, especialmente con un indicador que nos dejó gratamente sorprendidos: bajó la pobreza del 41%, que tenía en 1990 al 8.6%, y la extrema pobreza pasó del 32% al 3%. Caso contrario de lo que sucede en Cuba o en Venezuela, cuyos indicadores están cada día más vergonzantes. Por ejemplo, aunque usted no lo crea, y esto deberían escribirlo tres veces al día los mamertos o progresistas despistados en su libretica de apuntes: el salario mínimo de Haití está por encima de los salarios mínimos (sumados) de Cuba y Venezuela.

Con estos encomiables indicadores surgió una generación ilustrada y, por supuesto, más consciente, pero también con más ganas de saborear la piñata de la prosperidad. Las peticiones se volvieron más apremiantes. Y los temas de seguridad social y pensiones, por ejemplo, prendieron las alarmas. Además, en Chile, hay una izquierda radical que está resentida porque no ha sido protagonista de primera línea en las conquistas del país austral y viene perifoneando un discurso pesimista, negacionista, con el estribillo: estamos mal. Obviamente Chile no es un paraíso en términos sociales y hay muchas injusticias por resolver, eso nadie lo niega, pero los chilenos venían utilizando la razón y no el estropicio, la inteligencia y no la violencia para solucionar sus problemas. Allí radicaba su fortaleza.

Eso permitió que la inflación pasara de un 500% (1973) a un 10% en los 90, y en esta década llegara al 5%. También permitió que el ingreso per cápita se cuadruplicará y llegara a los 23.000 dólares, el número uno en Latinoamérica. Pregunto, entonces, ¿merecía Chile una revuelta violenta con grandes pérdidas para resolver sus problemas? Claro que no, pero la grosería y la maldad también (lamentablemente) hacen parte de la política. Hay que admitir que esa minoría rabiosa y destructora ganó puntos, y está envalentonada. Y ya se habla de una república plebeya, que puede ser un engendro de las mismas canteras de la dictadura del proletariado.

Presionar una convención constituyente a través de la violencia deja un mal precedente. Ahora, ¿los chilenos debieron darle la espalda al plebiscito para no premiar a los violentos? Por supuesto que no, además, la clase media, que salió a votar en masa, no perdía nada, más bien espera obtener más de lo que han ganado hasta ahora. El problema se viene cuando empiecen a quitarles algo de lo que tienen y allí vendrá Troya. Y más aún, cuando esa minoría radical que nunca está contenta con nada sienta que la nueva constitución, como decía un profesor de derecho constitucional, se convierta en un arbolito de navidad. O cuando la oligarquía, encabezada por el presidente-empresario Sebastián Piñera, entusiasta de la causa del plebiscito, sufra más revueltas y entonces no sabremos si convocará a más plebiscitos. Entonces vendrá el caos y la desesperanza.

Y este fantasmagórico estadio de la historia dará lugar al nacimiento de criaturas como Pinochet, Chávez, Maduro y Ortega.

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