"Cesarismo democrático", una peste muy pestífera

"Cesarismo democrático", una peste muy pestífera

El actual momento político de América Latina es propicio para profundizar en la óptica particular de Marx sobre este fenómeno. Una mirada

Por: Orlando Solano Bárcenas
enero 08, 2023
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Separar los matices filosóficos e ideológicos existentes entre Carlos Marx y Federico Engels es asunto de scholar bien financiado por universidades robustas en presupuesto. Los demás podemos tratar de hacer un ejercicio sumario —sin ir más allá de la buena voluntad—, haciendo énfasis en los temas que les son comunes a ambas visiones del mundo: la personalización del poder, el autoritarismo, la movilización permanente de las masas, el abuso del plebiscito, los grupos paramilitares de apoyo y la no alternancia en el poder. ¿El actual momento político de América Latina se asevera propicio para profundizar en la óptica particular de Marx sobre lo que llamó el “cesarismo democrático”? Sí. El subcontinente americano parece estar girando hacia formas autoritarias de esa tendencia, tanto para la izquierda como para la derecha.

Ver: ¿Sigue vigente el legado de Napoleón?

El bonapartismo según Federico Engels 

En la óptica de Engels, el bonapartismo es la doctrina o ideología que predica fidelidad al recuerdo del Primer Imperio, bajo aceptación de la herencia revolucionaria y la utilización sistemática del plebiscito, al igual que la continuación de una política de “grandeur” y personalización del poder. Se trataría de una mezcla o conjunción de democracia (plebiscitaria), de tradición absolutista o autoritaria, nepotismo, romanticismo del héroe, liberalismo o fascismo autoritarios, socialismo utópico (tal vez el único libertario), responsabilidad plebiscitaria solo ante el pueblo, luego antiparlamentarismo, y de ateísmo o clericalismo. 

No obstante, del pelambre que sean, las formas de dominación bonapartistas terminan siendo monarquías disfrazadas, oligarquías de facto (del golpe de estado) o de jure (llegadas bajo los principios o reglas de la democracia, pronto abandonados). Pierre Joseph Proudhon, un poco antes había hablado de un "cesarismo económico", útil a los especuladores en Bolsa de la ascendiente burguesía de los negocios y los negociados. Es decir, una doctrina útil a los devotos seguidores de Napoleón III, que es la vía de investigación seguida por Engels. En su turno, Marx, prefirió enfocar el fenómeno desde la óptica del cesarismo democrático. 

El cesarismo democrático en El 18 de brumario de Luis Bonaparte (1852) 

Marx entiende por “cesarismo” una forma de dominación de la Antigua Roma donde el proletariado romano vivía a costa de la sociedad, a diferencia de la sociedad moderna capitalista donde es esta la que vive a costa del proletariado. En esta óptica, el cesarismo de Napoleón III es una especie de coartada de la burguesía dominante para ocultar su poder de clase dominante. El “césar” francés hará carrera en el curso de la historia en tres puntos del espectro político: la derecha, la izquierda y el populismo. En las tres saldrá la respectiva y ancilar clase político-económica dominante y la guardia militar de choque que lo sostiene, rindiéndole culto de “salvador”. Para teorizar su dominio, el cesarismo democrático se auxiliará con las ideas del “cesaropapismo”, en especial en la religiosa de gobernante-rey-sacerdote, para así lograr mayor obediencia; de esta manera, se da una sacralización de la persona del gobernante a la manera del agustinismo político. Resulta de esta simbiosis —afirma Oswald Spengler— un poder primitivo, biológico e irracional que será arrasador de las formas parlamentarias y de los arrodillados, venales y claudicantes partidos políticos. Esta es la herencia que recibirán las formas desviadas del sistema presidencial, de las que no estamos exentos los habitantes del Tercer Mundo. 

El neopresidencialismo bonapartista, cesarista o cesarobonapartista (a conveniencia) 

Ya instaladas, las nuevas oligarquías practican lo más cercano a lo conocido, el neopresidencialismo autoritario y de aparato que predica no más impuestos, los ricos a las picas, muerte al liberalismo, sí a los plebiscitados líderes absolutos y represivos, sí a las constituyentes de tabula rasa, al cierre de parlamentos, al palo y aceite de ricino a los opositores insurgidos, a las nuevas constituciones que fortalezcan al Ejecutivo en manos de un jefe máximo, responsable solo ante el pueblo y sin límites en la duración de su mandato. Para llegar a este estado de cosas, el holgado Engels dirá que el modelo ha sido Napoleón III. 

Por su lado, el necesitado Marx dirá en El 18 brumario de Luis Bonaparte que no, que el modelo es Julio César, el emperador eterno que dio inicio al “cesarismo democrático”, en aplicación de un gobierno demagógico con gran poder represivo del Estado en momentos, situaciones y circunstancias de crisis de catástrofe política y social, siendo la principal la debacle de los partidos políticos. El bonapartismo, afirma Marx, ha terminado siendo una dictadura burguesa encaminada a suprimir la vanguardia obrera y a destruir el movimiento obrero organizado. Ha querido demostrar con esto, la heteronomía de la política y/o su dependencia de la estructura económica. 

 Entonces, en el pensamiento de Marx la tradición bonapartista es heredera de un cesarismo basado en la contradicción existente entre democracia y autoritarismo, como lo describiera el propio Napoleón III: una democracia sí, pero cuyo poder es endosado de forma absoluta —hobbesiana— a un individuo que es encargado de darle solución a la crisis sociopolítica de hegemonía, en la cual dos extremos enfrentados no logran resolver la contradicción en que se encuentran en su lucha por el poder. Para disolver esta agonística díada, es que se hace necesario proclamar un césar que esté situado como una alternativa por encima de las instituciones y agrupaciones tradicionales en dificultad. Es decir, por medio del “cesarobonapartismo” dictatorial, un tipo de liderazgo político autocrático, represivo y carismático que en apariencia planea por encima del conflicto entre las clases sociales. 

Sin embargo, tanto Engels como Marx, van a llegar a la misma conclusión: bonapartismo y cesarismo democrático no son sino dos formas de dictadura que pueden llegar a instaurar un autoritarismo y un orden social opresivos que suprima las libertades individuales y ciudadanas. Ha quedado anunciada la variante fascista. Entonces, bajo la etiqueta de bonapartismo o de cesarismo la izquierda ha estudiado el fenómeno de manera recurrente y preferencial. A decir verdad, con notas de buena alumna… 

El cesarismo democrático según la visión de izquierda cultural de Antonio Gramsci 

En opinión de Gramsci, el cesarismo puede adoptar dos formas opuestas: la “progresista” de izquierda y la “regresiva” de derecha, pero siendo ambas formas proclives a las soluciones voluntaristas y arbitrarias de personalidades fuertes que se valen de coyunturas histórico-política catastróficas, que claman desesperadas por la solución “correcta”. 

En el cesarismo progresista, esta “corrección” se da por medio de soluciones de compromiso y pragmatismo que estén acordes con el análisis del momento concreto y no a través de esquemas sociológicos, en razón a que el cesarismo está fundamentado realmente sobre soluciones de conveniencia que procuren el logro de una regeneración de la sociedad a través de—se repite, a conveniencia— un líder heroico de coaliciones voluntarias de gobierno compradas mediante la corrupción (la “mermelada” que llaman en Colombia) o forzadas mediante el terror (de los que algunos llaman “colectivos”). De esta forma, la venalidad le ahorraría al césar o a la burguesía que lo acompaña emprender acciones militares de vasta escala del “tipo césar o 18 de Brumario”. Ha llegado la dictadura. 

Sin embargo, el cesarismo democrático trae en su contra reacciones de contrapoder a causa esencialmente del déficit democrático, de la desobediencia civil, los excesos de despotismo, la insumisión, la oclocracia, la polarización política, la selección negativa, el sultanismo, la tecnocracia inhumana, los regímenes teocráticos, la dictadura constitucional o las formas edulcoradas de dictablanda. Se ha ido la dictadura (?). 

Bonapartismo, cesarismo democrático, dictadura, totalitarismo y pretorianismo son todos formas autoritarias 

El autoritarismo es una modalidad de ejercicio de la autoridad donde quien ejerce el poder impone su voluntad por no haber un consenso construido alrededor de las formas participativas, lo que da origen a un orden social opresivo, carente de libertad y autonomía. El autoritarismo es polimorfo: hay una personalidad autoritaria, una pedagogía autoritaria, regímenes autoritarios, continentes del autoritarismo. Además, tiene una connotación polisémica. Pero, llevado a contextos seculares puede ser analizado bajo los conceptos de cesarismo y bonapartismo. 

El cesarismo democrático en el Tercer Mundo 

Este virus pestífero prolifera como la verdolaga en dos tercios de la humanidad. En la América hispana ni se diga. Antes con el “gorilismo” y hoy en día con diversos nombres.El venezolano Laureano Vallenilla Lanz (1925) les dio un ropaje teórico a decenas de dictadores militares golpistas eternizados en el poder por obra de grupos de choque paramilitares y perseguidores de los opositores. En realidad, su propósito era el de “justificar” la reelección permanente de un líder carismático que concentrase un poder invasor, autócrata, cubierto por el voto popular de unas masas ignaras e idiotizadas por la propaganda oficial. Su líder eterno era el dictador Juan Vicente Gómez —el “gendarme necesario”— continuador del caudillismo del siglo XIX de líderes carismáticos que accedían al poder mediante vías de facto o de jure, luego pervertidas.Multitudes ignaras depositaban en “el caudillo” su confianza de manera absoluta, esperanzadas en que el nuevo mesías les resolviese todo tipo de problemas socioeconómicos y políticos. El caudillismo del siglo XIX prepararía las futuras dictadura del siglo siguiente. En ellas estuvimos y a ellas hemos regresado. 

El cesarismo democrático hace figura de régimen mixto de gobierno 

En razón de pretender combinar el elemento monocrático con el elemento democrático. Es monocrático en tanto que en el jefe de Estado (el césar) o en un solo hombre se concentra el poder, algo que estima como una autorización para suspender o restringir ciertas libertades personales. Pero, es democrático porque el césar afirma ejercer la autoridad o el poder a nombre del pueblo, una vez que haya sido plebiscitado o elegido por el pueblo. El recurso al plebiscito afirma el ahora césar, le ha otorgado la confianza popular de manera ilimitada e intemporal, a la manera de Napoleón Bonaparte, quien valido de ella terminó proclamándose Emperador de los franceses. 

El fascismo es una forma más del cesarobonapartismo 

Carlos Marx y Antonio Gramsci teorizaron el cesarismo como una forma de dominación burguesa destinada a impedir el triunfo del socialismo, a través respectivamente de Napoleón III y Benito Mussolini. El francés, luego de la crisis política y social desatada posteriormente a la revolución de 1848 dado que Francia venía de seis eventos políticos críticos a partir de 1789. En esa fecha se encuentra el esbozo del cesarismo, si se tiene en cuenta que el capitalismo, la nobleza y la monarquía se enfrentaron a un proletariado en formación y en actitud de “revolución permanente”. Es decir, que durante un gobierno de 20 años el sobrino de su tío procuró “normalizar” la situación en favor de la burguesía frente a organizaciones obreras en insurgencia. Marx afirmaría que el bonapartismo de Napoleón III no era sino un gobierno demagógico —con gran poder represivo del Estado— en situaciones de crisis. 

Por los lados de Benito Mussolini, Gramsci afirma que la revolución de 1917 y el miedo que traería el comunismo en las capas capitalistas son las causas de su llegada al poder años más tarde. Aunadas sobre todo, a una crisis de los partidos políticos que aceleraría la llegada del cesarofascismo de Mussolini, basado en el culto al héroe, el plebiscito, el desprestigio de las instituciones democráticas, y de las otras fuerzas tradicionales para —afirma Mussolini— desatar el nudo gordiano de una crisis política y social en la que fuerzas enfrentadas se aseveran incapaces de doblegarse mutuamente para tomarse el poder. Ante esta irresolución la fuerza cesaromussoliniana se hace presente —dice Gramsci— para colmatar la crisis de dominación. Entonces, según Marx y Gramsci, Julio César (o Napoleón III) y Mussolini lo que procuran es fundar algo nuevo, un no volver al pasado. De esto deducen que es la burguesía la que acude a las fórmulas cesaristas autoritarias y represivas para imponer el orden que las fuerzas o partidos tradicionales son incapaces de imponer. La forma liberal—democrática ha sido dejada a un lado. Algo que no es extraño en los momentos actuales. 

Derrotado el proletariado, el cesarismo logra consolidar la dominación y el orden burgués capitalista. Pero, a Napoleón III también le la llegado su caída a consecuencias de la guerra franco—prusiana y de la comuna de París y es en este momento cuando surge la Tercera República sobre bases diferentes al gobierno del depuesto Napoleón III. Este, había anulado toda forma democrático—liberal de su gobierno centrando la legitimidad de su gobierno en su propia persona, y en el Imperio en México. El carisma —lo dijo Max Weber— se agota y los pueblos cierran la boca y comienzan a pensar. 

Mussolini, para acceder al poder, se toma el sindicalismo por medios violentos. Rápidamente aumenta su cauda de seguidores dentro de distintos sectores sociales. Las conflictivas relaciones sociales de producción y las contradicciones entre capital y trabajo en el modo de producción capitalista le ayudan a romper las formas liberal—democráticas de gobierno, para poder subordinar la sociedad civil al Estado mediante el verticalismo propio del autoritarismo.De esta manera había sido durante las crisis europeas de 1848—1870 y 1920—1935 cuando las fuerzas y estructuras tradicionales de la burguesía fueron superadas por el cesarismo, incapaces ellas de imponerse en sendas relaciones disímiles y catastróficas. La solución cesarista —afirma Gramsci— fue entonces favorable al capitalismo en dos aspectos: crisis de la sociedad “política” por el bonapartismo, y crisis de la “sociedad civil” por el fascismo. Todo esto en la derecha. 

El cesarismo democrático puede darse también en la izquierda 

Gramsci distinguió entre dos tipos de cesarismos. Unos son “progresistas”, como los representados por Julio César y Napoleón I y lo son cuando su intervención ayuda a las fuerzas innovadoras a triunfar. Otros son “regresivos”, como los de Napoleón III y Otto von Bismarck, cuando su intervención ayuda a triunfar a las fuerzas retrógradas. En ambos casos el cesarismo consiste en una salida encabezada por un líder militar a una situación desesperada y excepcional. Sin embargo, cabe una pregunta: ¿Puede ser democrático el cesarismo? ¿No hay en él un oxímoron? Ciertamente lo hay, pues sintetiza paradójicamente el gobierno bonapartista de “uno” con el gobierno de “muchos”. A ese Uno, el pueblo le endosa su poder de forma absoluta y no a una pluralidad nacional de representantes. Resultado de esta cesión es una “democracia” autoritaria, plebiscitaria, donde el líder iluminado y carismático, aunque convalidado por el pueblo, pasa a convertirse en la única voz válida. ¿Para qué la cesión? En el caso del cesarobonapartismo de derecha para salvar al capitalismo y en el del cesarobonapartismo de izquierda para salvar al comunismo. ¿Funcionan ambos? 

El cesarobonapartismo de derecha 

En Hispanoamérica surgió de un caudillismo donde los jefes no se eligen, sino que se imponen para liberar a la colectividad de la anarquía y llevarla a su individualismo nacional. Para esta tendencia el caudillo no es una calamidad, ni una vergüenza sino una imposición del medio que tiende puentes hacia formas posteriores de convivencia (Vallenilla Lanz). Todo se justifica por “un jefe que manda y una multitud que obedece”, como receta el Código Boliviano (hoy al parecer “bolivariano”). ¿Para qué? Para “regenerar” (lenguaje nuñista) a toda la sociedad y protegerla de las divisiones internas de clases y de las disolventes ideologías democráticoliberales (las del enemigo interno) o del enemigo externo imperialista. El desencanto democrático conduce entonces al cesarismo demagógico que solo busca tomarse el poder a perpetuidad y sin rendirle cuentas a nadie o solo a un pueblo ahíto de ideología y unanimismo. 

Es la variante de presidencias robustas, corruptoras, represivas, burocratizadoras, centralizadoras, sin contrapesos ni acotamientos, condensadoras del poder de corte cesarista tercermundista, de soberanos-padres, de soberanos-pastores, de jefes-caudillos y fuerzas armadas sumisas o cómplices. Es el“neocesarismo latinoamericano” de césares mediáticos tropicales, carismáticos (el hechizo cesarista, el embrujo bonapartista) y providenciales actuantes bajo recetas y libretos concertados supranacionales tendientes a instaurar un gobierno de los hombres y no el imperio de la ley, porque el César-presidente gobierna en primera persona mediante decretos particulares que tienen supremacía sobre las leyes. Es bien sabido, cesarismo puede ser sinónimo de arbitrariedad y particularismo. 

El cesarobonapartismo de izquierda 

La existencia o no de un "autoritarismo de izquierdas" es también objeto de debate. Los regímenes autoritarios burocrático-militares son aquellos "gobernados por una coalición de oficiales militares y tecnócratas que actúan pragmáticamente —más que ideológicamente— dentro de los límites de su mentalidad burocrática y estas desviaciones también se dan en la izquierda con frecuencia con el partido, el manto de la voluntad general o el del despotismo ilustrado. 

En la vertiente de izquierda, igualmente se da la identificación del Estado con el “partido" en ausencia de otro posible partido político, una característica que suele ser propia más de los regímenes totalitarios que de los autoritarios, dado que estos pueden consentir un cierto grado o apariencia de pluralismo político, así como algún tipo de consulta popular convenientemente dirigida en su propio interés. Igualmente es propio del cesarobonapartismo de izquierda la negación de legitimidad a cualquier forma de expresar los intereses individuales o de grupo, por ejemplo, la lucha de clases o las reivindicaciones identitarias nacionalistas, étnicas, religiosas, de género que no coincidan con los intereses generales tal como se entienden defendidos por una autoridad que se pretende paternalista en beneficio de todos, incluso de los que "por su bien" son reprimidos. 

Los regímenes del cesarobonapartismo de izquierda también suelen practicar la corrupción y la cleptocracia en su favor, como consecuencia de una utilización del poder y liderazgo personalistas en favor de una clique apoyada por una checa despiadada y altamente represiva queafecta el índice de democracia. Es decir, que no tienen razón aquellos autores que niegan la posibilidad de un autoritarismo de izquierdas, defendiendo que los datos y argumentos ofrecidos a favor de ella son inconsistentes. Vano intento, el cesarobonapartismo de izquierda es una realidad, como lo es también la existencia de una izquierda fascista. No hay que olvidar que el fascismo fue fundado durante la Primera Guerra Mundial por italianos ultranacionalistas que recurrieron tanto a las tácticas organizativas de la izquierda política como a puntos de vista propios de la derecha política; así mismo, que el fascismo tuvo un ala izquierda de corte sindicalista nacional. Jürgen Habermas estudió el fascismo de izquierda como una serie de movimientos terroristas de extrema izquierda de los años sesenta, revividos hoy en día por los colectivos de ciertos regímenes represivos que se reclaman del comunismo y/o del socialismo. 

¿El cesarobonapartismo es ineluctable? No. No lo es ni como de derecha o de izquierda. Su “contra” es la democracia liberal de corte social, fundamentada en el constitucionalismo. 

El constitucionalismo democrático es un freno contra el cesarismo democrático 

Para ello ha propuesto el principio de que la autoridad del gobierno deriva y está limitada por una constitución política, una Carta Magna, una Ley de leyes que arbitra el ejercicio de la autoridad y consagra los derechos de los habitantes de un país, incluido el grupo minoritario. Toda ley que se encuentre por debajo de la Gran Norma debe estar fundamentada en ella de manera estricta, si no pasa el examen de constitucionalidad debe ser expulsada. 

Además, los poderes deben estar separados. Es la filosofía política de 1789, que obliga a los funcionarios que ejercen los poderes gubernamentales a respetar las limitaciones impuestas por la ley superior y ajustarse a las competencias que les hayan sido otorgadas por el Estado de derecho en contraposición al gobierno ejercido de manera arbitraria por el gobernante. En consecuencia, este y sus funcionarios no son libres de hacer lo que quieran y de la manera que quieran; están obligados a observar tanto las limitaciones del poder como los procedimientos que se establecen en la ley suprema y constitucional de la comunidad. De todo esto surge que el gobierno democrático es el que está limitado por una ley superior. 

En consecuencia, el constitucionalismo democrático rechaza al césar “democrático” porque la soberanía popular reside en la nación y no él y eso de que el césar es la nación hecha hombre es solo una falacia porque el poder del gobernante legítimo debe surgir del sufragio universal de la manera que disponga y ordene la constitución impersonal, objetiva, erga omnes. La dictadura a la vez paternal y fuerte, positivista, “boliviana”, de origen popular o que tenga el asentimiento del pueblo de Vallenilla Lanz y epígonos es solo apología del antidemocrático cesarismo “democrático”. 

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