Carta abierta de un joven de Buenaventura…

Carta abierta de un joven de Buenaventura…

Por: franklin rivas
diciembre 04, 2014
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Carta abierta de un joven de Buenaventura…

 

Me llamo Franklin y nací hace 22 años en la ciudad de Buenaventura,
esa misma ciudad que gracias a las matanzas y la exclusión se hiciera
famosa hace unos cuantos meses, pero que también tiene un mar hermoso,
una gente cálida y alegre, llena de la misma esperanza con la que hoy
les escribo.

Hasta hace unos pocos meses llevaba una vida como la de muchos jóvenes
de Buenaventura y de todo el país: estaba en un permanente "rebusque",
unos días pescaba, otros días era ayudante en los colectivos de la
ciudad y otros muchos días deambulaba por las calles y esquinas
esperando una oportunidad.

Del colegio me echaron en sexto grado por "no hacerle caso a los
profesores", hoy entiendo que solo preguntaba más de la cuenta, quería
respuestas y hacía preguntas que a muchos no les gustaban.

Ustedes dirán que hace un joven como yo escribiendo en un sitio que
muchos leen porque tuvieron las opciones y las oportunidades que yo
no. Tal vez esa es la respuesta: porque estamos en dos orillas
distintas de un mismo país, somos tan parecidos que nos excluimos
mútuamente, tan similares pero tan distintos al mismo tiempo que
necesitamos conocernos de nuevo.

Lo mío es el Rap, esa música de ritmo rápido, de improvisación y de
mucha energía con la que sin pensarlo terminé hablando con el
reelegido presidente Santos hace unos meses en Buenaventura.

Hago parte, como muchos otros jóvenes de 23 regiones del país de una
bella locura llamada Legión del Afecto. Viajamos por todo el país para
compartir nuestras experiencias con jóvenes y comunidades que tienen
muchos problemas, que también han sido excluidos, que viven donde
nadie quiere ir por miedo o porque queda muy lejos, esos que somos la
mayor parte de esta Colombia profunda.

Me animé a escribir en las dos orillas porque siento que si de verdad
se quiere la paz, es bueno que los jóvenes podamos hacerla realidad en
barrios y veredas, pero eso también necesita que el país entero
empiece a creer en quienes antes éramos parte del problema, ese mismo
que engendra la pobreza y la falta de opciones.

Por llevar alegría a diferentes comunidades con mi rap y mi alegría,
recibo un pequeño incentivo económico que me permite usar parte de mi
tiempo en ser una alternativa, una esperanza para que otros jóvenes
como yo se sumen a esta causa.

Ese incentivo social es la satisfacción de levantarme y no tener qué
pensar que van a comer mi esposa y mis hijas; es saber que mis hijas
podrán ir al colegio; es levantarme a las 6 de la mañana, buscar en mi
cocina y encontrar aún arroz, aceite y huevos; es poder pasar el día
sin el pensamiento de quitarle al que sale a buscar para también
llevarle a sus propios hijos.

Ese incentivo social es el instrumento que nos motiva como líderes,
como jóvenes, como comunidades. No es un subsidio porque no parte de
vernos como incapaces, ni se trata de un sueldo porque no ofrece las
ventajas de una oportunidad y estabilidad laboral como tal.

Sin embargo, entender que los problemas de muchos jovenes en Colombia
radican en la imposibilidad de encontrar una alternativa donde
cuenten sus dones y no simplemente sus experticias o conexiones, es
comprender la gran valía de millones de personas que estamos
dispuestos incluso a dar la vida para ofrecerle dignidad a nuestras
familias.

Esa es una alternativa de salida a lo que llaman el postconflicto y
mostraría que esas comunidades afectadas por la violencia, o
discriminadas por la desafinada tecla del piano de una sociedad
clasista y que promueve una pirámide llamada estratos sociales, somos
más que "beneficiarios", "víctimas" o ventajosos. A quién se le ocurre
pensar que en la más indignante precariedad pueda existir la
comodidad?

Antes de ser parte de un grupo como este mis días comenzaban a las 3 o
4 de la mañana porque no podía dejar que saliera el sol y estar sin un
peso en los bolsillos para darle un desayuno a mi familia. Eso es muy
duro, hubo días con tanta desesperación que las lágrimas brotaban de
mis ojos por la impotencia.

Ver mis necesidades y no poder tener cómo suplirlas y debía salir a la
calle a "voltear" en lo que fuera para que TIHARA, LEINNY Y MARCELA
pudieran levantarse a desayunar e irse para el colegio, anhelando que
sean mejores personas y salgan adelante.

Habían días enteros en que mis hijas no me veían porque estaba en las
calles volteando la papa o en los colectivos irónicamente abriendo las
puertas que siempre se me habían cerrado.

Se han preguntado cuantos jóvenes que vienen de las guerras, pandillas
y otras historias duras lo hacen porque quieren? Yo les digo que muy
pocos y si se abrieran más oportunidades seríamos miles los que
estaríamos reconstruyendo un país lleno de odios. Nosotros sabemos de
perdón porque también sabemos de dolor.

Ser parte de una bella labor social es para mí un símbolo sagrado que
me guía y es la llave para abrir puertas de tranquilidad, nos hace
enamorarnos de nuestras propias vidas y ese amor nos impulsa a
perseverar y abandonar las armas, las drogas, y recobrar el amor por
nuestra cultura.

Hace unas semanas pude estar en una ruta entre San Vicente del Caguán
y la Macarena en el corazón de la ex-zona de distensión. Pude ver
tanta biodiversidad que es imposible no amar la naturaleza y sentir
dolor al ver cómo las maquinarias acaban con tanta belleza, con el
pretexto de las riquezas que lo son para unos cuantos.

También pude hace unos meses compartir con otros jóvenes de muchas
otras regiones que se solidarizaron con Buenaventura, y le dimos un
abrazo lleno de danza, teatro, música y esperanza. En los ojos de esos
extraños pude ver muchas de mis duras experiencias y hoy no puedo
verlos sino como hermanos.

Por esos días estreché la mano del reelegido presidente Juan Manuel
Santos, e improvisé un Rap para expresarle que somos un corazón
vibrante lleno de esperanza, que en Buenaventura no todo es mafia y
muerte.

Todas estas experiencias me han hecho saber que puedo ser parte de la
solución de esos problemas que están acabando nuestros territorios.

Estoy construyendo con mi familia una casa, ya no me levanto lleno de
angustia pensando qué comerán mis hijas.

Tengo el anhelo de estar con mi mujer y mis dos hijas construyendo
despacio nuestra casa. Con mi ingreso un mes compro madera, el otro le
pago al señor que me la está ayudando a construir.

Y así, cada mes le voy metiendo un palito más y con perseverancia,
paciencia la terminaré y todo gracias a la legión del afecto que llegó
y me enseñó a creer en mí mismo. En que hacía más aportándole al
desarrollo de mi comunidad, he aprendido a ser una mejor persona, a no
quitarle a nadie nada, a no hacerle daño a otras personas y ayudar a
quien lo necesita de corazón.

Finalmente no quiero ser un lider de miles de seguidores, o buscar que
mi vida sea el modelo para nadie. Quiero que esos que me leen y que su
vida les ha dado oportunidades, dinero y prestigios, compartan con
alegría y sin explotar a los demás.

Quiero que duros corazones se conmuevan y juntos hagamos posible un
país distinto, un país donde podamos aprender a compartir sin odios y
que las oportunidades sean realidad para millones de personas como yo.

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