Un campeón que le corre a la muerte

Un campeón que le corre a la muerte

El deportista Flavio Meléndez, atropellado por un ebrio, regresa a las pistas

Por: Germán Ortiz
septiembre 08, 2015
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Un campeón que le corre a la muerte

Corriendo de un lado a otro, huyendo de la violencia del bajo Putumayo, en busca de mejores oportunidades para su familia, don Flavio Meléndez llegó a Mocoa hace 25 años.  Su primer empleo en ese municipio fue como trabajador de una finca de la que se convirtió en su dueño  y desde entonces jamás dejó de labrar la tierra y correr por sus sueños…ni siquiera ahora, después de que un irresponsable conductor de motocicleta en estado de embriaguez se vistió de muerte y en su vuelo lo embistió durante uno de sus entrenamientos y le produjo varias fracturas en diversos lugares del cuerpo, que le impidieron participar en uno de su más grandes sueños, el mundial de atletismo categoría Sénior Master que se desarrollaría en Brasil.

Sus días como profesor en La Hormiga Putumayo quedaron rezagados y frente a él, el firme propósito de apostarle a una vida tranquila basada en el trabajo honesto del campo, protegiendo a los suyos y dedicando el final de las tardes a empezar una carrera apasionada por su deporte preferido: el atletismo.

Con una disciplina casi militar, todas las tardes a eso de las cuatro y treinta, deja de lado el machete con el que lucha contra la selva húmeda de Mocoa, que trata de arrebatarle los metros que con mucho esfuerzo ha ganado, para enfundarse las zapatillas con las cuales ha obtenido varias medallas a nivel nacional representando a su “Putumayo del alma”, y a nivel internacional, como cuando hizo parte de la Selección Colombiana de Atletismo en el Suramericano de esa disciplina en Medellín en noviembre del año pasado.  “Es la primera vez, que el Putumayo hace parte de una Selección Colombia de Atletismo, y estoy muy contento de haber aportado a Colombia dos medallas de plata en un evento sudamericano”, dijo Meléndez entonces.

Transcurría una fresca tarde de domingo, era 12 de julio, Meléndez salió como siempre a correr, recordando que en sus inicios era una manera de conectarse consigo mismo para pensar mejor sobre su vida y que poco a poco esa terapia fue convirtiéndose en un hábito que le traería muchas satisfacciones a él, a su familia y a todo un pueblo.

“Había tomado mi ruta habitual, apenas estaba empezando a coger ritmo, cuando de pronto sentí un empujón en la parte superior de mi espalda.  Después me desperté con un fuerte dolor de cabeza y de todo el cuerpo y ya estaba en una camilla del hospital de Mocoa.  Durante unos días perdí la memoria y lo que recuerdo después es que estaba el hospital de Popayán”, dijo Meléndez.

Un motociclista que cubría la misma ruta del atleta, en estado de embriaguez, había perdido el control de su aparato en un sector donde aparentemente no debería presentarse este tipo de inconvenientes, y lo atropelló. El diagnóstico médico indicaba que Meléndez había sufrido un corte profundo en su pierna izquierda, doble fractura en el maxilar inferior, tabique y sus dos pómulos, y fuertes golpes internos en el omoplato, brazo y cadera derecha.

Inmediatamente se difunde la noticia y aflora la solidaridad.

Amigos, conocidos y admiradores de este humilde campesino que con su propio esfuerzo fue capaz de derrotar en competencia a varios deportistas que en sus mejores tiempos fueron campeones mundiales, unieron sus esfuerzos para no desamparar el infortunado atleta que ahora tendría que correr contra la muerte y luego contra el desespero que producen dos meses de estar internado en un sanatorio sin poder producir el sustento de su familia, con obligaciones bancarias vigentes y con la zozobra de saber si iba a poder volver a practicar el deporte que tantas alegrías le había brindado.

Esos gestos de apoyo le dieron la posibilidad de sostener a su acompañante en Popayán durante esos 60 larguísimos días que tuvo que soportar antes de levantarse y dar su primer paso, pero más allá, le dieron el impulso anímico necesario para seguir adelante, para seguir soñando en que todavía hay unas cuantas medallas de oro que conquistar, un departamento que representar, un par de hijas fruto de su amor con Fanny Marleny y una nieta a quien enseñar a correr por la vida.

El campesino seguirá corriendo por su sueños, el campeón sigue vivo.

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