Así se escapó María Corina Machado de Venezuela y llegó a Oslo a recibir el Nobel de la Paz

Un plan clandestino, una salida por mar y un vuelo contrarreloj marcaron el camino de María Corina hacia Noruega, donde fue reconocida con el Nobel

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diciembre 11, 2025
Así se escapó María Corina Machado de Venezuela y llegó a Oslo a recibir el Nobel de la Paz

María Corina Machado llegó a Oslo con el cansancio visible en la mirada y la sensación de haber terminado un recorrido que pocos habían imaginado posible. No solo por la distancia entre Venezuela y Noruega, sino por todo lo que implicaba salir de un país donde su nombre es sinónimo de desafío político. Su llegada no fue la escena habitual de una galardonada rumbo al Premio Nobel de la Paz, sino el cierre de un operativo que durante días combinó sigilo, cambios de ruta y un nivel de riesgo que explicaba por qué su presencia en la ceremonia estuvo a punto de no concretarse.

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Su viaje comenzó mucho antes de subir a un avión. Llevaba más de un año fuera del ojo público, moviéndose entre refugios dentro de Venezuela para evitar ser detenida. La Fiscalía del país había abierto un proceso en su contra y, para el gobierno de Nicolás Maduro, su actividad política constituía una amenaza que debía ser contenida. Desde hacía meses vivía con el peso de esa vigilancia, y cada paso implicaba decidir quién podía saberlo y quién no. Ese mismo ambiente de control fue el que obligó a que su salida del país se planificara con extremo cuidado.

El operativo empezó una tarde de lunes. Ella salió de un suburbio de Caracas disfrazada y acompañada por dos personas. No era un gesto dramático, sino una necesidad para cruzar los controles militares que separan la capital de la costa. El trayecto terrestre, en condiciones normales, tomaría apenas un par de horas, pero esa vez fue lento, calculado y cargado de tensiones. Pasaron más de diez retenes antes de llegar a un pequeño pueblo pesquero. Ese primer tramo no garantizaba nada, pero le abría el camino hacia el mar, que era la única vía segura para abandonar Venezuela sin llamar la atención del régimen.

La embarcación que los esperaba no era un yate ni un bote preparado para misiones especiales. Era una lancha de madera utilizada habitualmente por pescadores locales. Su destino era Curazao, una isla a poco más de sesenta kilómetros del territorio venezolano. El mar estaba agitado y los vientos complicaron la navegación, lo cual alargó el tiempo estimado para cruzar. Durante el trayecto también se coordinó con autoridades estadounidenses para evitar accidentes en una zona donde la presencia militar de Estados Unidos es frecuente debido a operaciones contra el narcotráfico. Los tres viajaban conscientes de que cualquier omisión podía terminar con el bote detenido, interceptado o incluso confundido con embarcaciones ilegales.

Cuando finalmente llegaron a la isla, ya era martes en la tarde. Habían dejado atrás un mar que no solo representaba un riesgo natural, sino también un espacio vigilado. En Curazao pasaron la noche para recuperar fuerzas antes de continuar hacia Estados Unidos, donde un avión privado los recogería. La aeronave, que había volado desde Miami hasta la isla, era la pieza clave del tramo más largo del viaje. Sin embargo, los tiempos ya no jugaban a favor de ella. La ceremonia del Nobel estaba programada para el miércoles al mediodía en Oslo, y desde Curazao al norte de Europa había más de nueve mil kilómetros por cubrir.

En la mañana del miércoles, aún en el aeropuerto de la isla, Machado habló con el presidente del Comité Noruego del Nobel. Él no sabía con certeza si lograría llegar y se sorprendió al oír su voz, consciente de que su paradero había sido uno de los secretos mejor guardados durante días. Ella le dijo que estaba en camino, aunque para ese momento ya era evidente que no llegaría a tiempo a la gala. Su hija, Ana Corina Sosa Machado, sería la encargada de recibir el premio en su nombre.

El vuelo hizo una escala en Bangor, en el estado de Maine, para recargar combustible y continuar hacia Noruega. Fue un tramo largo, silencioso, pero mucho más seguro que los anteriores. Sobrevolar el Atlántico, después de haber sorteado retenes y atravesado el Caribe en una embarcación improvisada, daba al viaje un ritmo distinto. Ya no se trataba de esconderse, sino de alcanzar la meta antes de que el día terminara.

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Machado aterrizó en Oslo en la madrugada del jueves. Desde el aeropuerto fue trasladada al hotel donde la esperaban familiares, aliados políticos y venezolanos residentes en el país. No había ceremonia ni alfombra roja, pero sí una sensación de alivio compartida. Varios habían pasado horas sin saber si ella realmente lograría llegar o si algún imprevisto obligaría a suspender el plan.

La razón por la que estaba allí trascendía su travesía. El Comité Noruego del Nobel había decidido otorgarle el Premio Nobel de la Paz por su papel como figura clave en la oposición venezolana, su persistencia durante más de dos décadas y su capacidad para mantener un movimiento político pese a la persecución del gobierno de Maduro. Competía con activistas de distintos países y con organizaciones que buscaban reconocimiento global por la defensa de derechos humanos, pero su trayectoria adquiría un peso particular por la dimensión de la crisis venezolana.

El Comité había documentado abusos sistemáticos, represión contra manifestantes, detenciones arbitrarias, torturas y la falta de garantías democráticas en los procesos electorales recientes. Todo ese panorama formaba parte del contexto que explicaba por qué su liderazgo era visto como un símbolo de resistencia pacífica. No se trataba de logros electorales inmediatos, sino de mantener viva una lucha cívica en condiciones adversas.

Para Machado, recibir el Nobel no significaba el final de una etapa, sino la confirmación de que su causa había adquirido resonancia internacional. Desde Oslo habló con quienes la acompañaron durante el viaje y con las personas que habían contribuido a coordinar su salida. También les aseguró que, cuando fuera el momento, regresaría a Venezuela. No dijo cuándo ni cómo, consciente de que su vuelta requeriría tanta planificación como su salida.

Su llegada a Noruega fue el desenlace visible de un recorrido que sintetizaba lo que ha sido su vida política: avanzar entre obstáculos, adaptarse a los riesgos y mantener una convicción que ha sobrevivido a exilios temporales, investigaciones judiciales y campañas de desprestigio. Aunque no llegó a tiempo para recibir el premio en el escenario, su travesía terminó convirtiéndose en un relato que capturó la esencia del reconocimiento: la persistencia en medio de un entorno que busca frenar cualquier intento de cambio.

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