Mataron al pelado que se metía con el alcalde: así fue el asesinato de Cristian en Ginebra, Valle

Mataron al pelado que se metía con el alcalde: así fue el asesinato de Cristian en Ginebra, Valle

En el pueblo lo querían todos, barra brava del América, llevó una vida dura, pero sin lamentos que lo convirtió en un guerrero que no le temía al poder

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enero 28, 2023
Mataron al pelado que se metía con el alcalde: así fue el asesinato de Cristian en Ginebra, Valle

Dicen que Costa Rica no es la misma desde el sábado 7 de enero. Parece un pueblo fantasma desde que mataron a Cristian Salinas. Y eso que este corregimiento, ubicado a cinco minutos de Ginebra, Valle, a escasos cuarenta minutos de Cali, sí que ha sabido de los rigores de la guerra. En los primeros años de este siglo vivió los combates que azotaron, casi que palmo a palmo sus calles, en la lucha territorial que sostenían el bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia con las FARC. Nadie contó los muertos. Pero el asesinato de este pelado de 33 años les quitó la fe, la esperanza, justo cuando la guerra dizque se había ido.

En las últimas semanas las amenazas se habían cernido a él. Tenía miedo y eso que la vida lo había criado a machete. A los 8 años lo abandonó su papá. A los 10 trabajaba en un matadero y tenía que turnarse las botas con su único hermano, el que se fue hace tiempo para Argentina a buscarse una mejor vida. Pasó hambre, se disputaba el almuerzo con su hermano. El primero que llegara a la casa después de una jornada extenuante tenía derecho a raspar la olla. Creció en una cuadra llena de prostitutas y drogadictos. La música estruendosa de los bares que rondaban su casa no era tan grave para el sueño como dormir cuatro en una cama. Tuvo que vender a los 12 verduras en una carreta. A los trece lustraba zapatos en Ginebra. A los 14 un paramilitar le mató el perro delante de él. A los 16 se graduó del colegio olvidándose del almuerzo porque si había pa' los cuadernos no había para los libros. Y sin embargo, Cristian Salinas, jamás supo lo que era el odio.

Todo contrato que conseguía con su empresa de construcción lo usaba para ayudar a los demás. Sus amigos lo criticaban. El más cercano de todos, el que más lo admiraba, Jorge Esupiñan, le aconsejaba mandar a la basura esas Rimax que tenía en el pequeño apartamento en el que vivía con su esposa y su hijo. En los últimos meses, a regañadientes, aceptó unos muebles que le regaló la gente y un comedor en el que invitaba a los jóvenes que no tenían nada de ginebra a comerse un almuerzo. Su esposa se reventó cocinando con él. Se levantó los recursos de todo ese montón de personas que creyeron en él. Al final no le dieron más plata porque estaban en contra de que su casa se convirtiera en una especie de albergue juvenil.

Una de las obras que hizo por su pueblo desde su elemental constructora

Una de las obras que hizo por su pueblo desde su elemental constructora

La política le interesaba con la misma pasión que el futbol. Fue hincha fiel del América y encabezó una cruzada para que dejaran de estigmatizar a las barras bravas. El estallido social contra Duque lo consolidó como un líder poderoso. Era parado, firme como una bandera. Se sostuvo en varios bloqueos. Claro que le interesaba la política. Creyó en el proyecto de Comunes y ha sido de los pocos civiles que se inscribieron en el partido de las otrora FARC. Por eso la gente empezó a llamarlo guerrillero. Por contestón, por desobediente. Por cuestionar el poder.

Y el poder en Ginebra Valle lo tiene el político liberal John Jairo Aragón, quien fue alcalde del 2015 al 2019, año en el que lo reemplaza uno de sus alfiles, Álvaro Domínguez. Salinas no callaba las críticas. Cuando se enteró que le habían dado al municipio un crédito de 7.000 millones se envalentonó y pidió que se le hiciera veeduría a esos recursos. A medida que sus protestas aumentaban se intensificaban las amenazas y las propuestas de soborno. Las llamadas podrían ser o para decirle que se callara, perro hijueputa, o que aceptara un contrato para su incipiente constructora, la misma que apenas le daba para mantener a su familia y para darle gasolina a su moto. A medida que Aragón iba comprando finca tras finca después de firmar los contratos.

Entonces llegó el 7 de enero del 2023.

Después de la guerra los sábados de diciembre y enero eran un carnaval en Costa Rica. Uno de los pocos habitantes que no tomó el viernes de reyes fue Cristian. Se levantó a las cinco de la mañana. Iba a ser un trabajo en una granja de pollos llamada Santi-pollo. A las 6 salió de su casa después de arreglarse meticulosamente. Cristian recogió a Luis González, quien era su más fiel ayudante. Se pararon en la última de las bombas de gasolina que quedan antes de salir del corregimiento. Después de ponerla full, salió para la granja. Doscientos metros después Luis escuchó dos disparos. Luego sintió la tibieza de la sangre y el grito de su amigo

-Marica me mataron- dijo Cristian antes de caer en la moto. Luis, en shock, sólo reaccionó cuando un hombre se acercó a grabar la escena. Creyó que era uno de sus asesinos y empezó a putearlo. Pero ya los asesinos habían arrancado en la moto.

Dos días después un pueblo entero lo despidió. Un pueblo que nunca será el mismo.

El pueblo despidiendo a Cristian

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