Lo que queda del proyecto de reforma laboral que se presentó al Congreso está tan negativamente enmendado que es más propiamente una contrarreforma.
Se esperaba que de la letra que finalmente sobreviviera a sus trámites emanara la recuperación de derechos otrora conculcados, como parecía que ocurriría, pero a los congresistas defensores del gran capital se les ocurrió introducirle al proyecto un artículo que autorizara la contratación por horas, con lo cual echaron por la borda, disimuladamente, todo lo que se había avanzado en cuanto a contratación a término indefinido, extensión laboral del día y la noche y derechos prestacionales y pensionales, entre otros aspectos.
Para subsanar estas deficiencias se creyó útil conminar al Senado con la amenaza de una consulta popular, pero se olvidó que para que esta pueda adelantarse se requiere del visto bueno de tal corporación, lo que convierte el derecho de participación ciudadana en letra muerta. De allí que pudieran hundirla mediante maniobras tan ostensibles que dieron para que la Senadora María José Pizarro interpusiera un recurso de apelación ante la presidencia del Senado, que no le fue atendido, seguido de una acción de tutela en busca de amparo a su derecho a que se le resolviera tal apelación, la cual prosperó.
Todo lo anterior nos tiene, entonces, en circunstancias nunca antes vistas. Nos tiene ante una reforma laboral a punto de ser aprobada, pese al rechazo popular y del propio Gobierno que la presentó; ante una iniciativa de consulta popular ya vencida en términos y con un fallo de tutela que ordena atender la apelación de la senadora mencionada. Y otra consulta que saldrá por Decreto, cuya suerte final ha quedado en manos de las Altas Cortes por voluntad del Gobierno.
¿Qué quedará al final de todo ello? Muy seguramente una reforma con todos los visos de ser contraria al interés popular y una jurisprudencia que nos diga que no, que Petro no puede convocar al pueblo a que se exprese soberanamente, porque no ha contado con el visto bueno del Senado de la República. ¿Y todo por qué?
Todo porque en medio de las luchas no hemos intercalado una pedagogía que le haga saber y entender a nuestro pueblo que él es el que manda. Sí, que es el que manda, siempre y cuando esté dispuesto a dar el paso hacia uno de esos momentos de la historia en que las castas dominantes no puedan seguirlo gobernando como hasta entonces y él esté dispuesto a asumir el mando de la sociedad, independientemente de que lo autorice el Senado o lo digan las normas, las Cortes o las oligarquías. Ese será un momento revolucionario.
También le puede interesar: