De andar en moto, volví a TransMilenio y fracasé en el intento

De andar en moto, volví a TransMilenio y fracasé en el intento

"Estar en Transmilenio para mí se convirtió en la sensación de pasar por un callejón desolado y oscuro en altas horas de la noche"

Por: Diana Carolina Abril Giraldo
agosto 28, 2017
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De andar en moto, volví a TransMilenio y fracasé en el intento
Foto: El Espectador

Hace mes y medio, llevaba aproximadamente siete meses andando en TransMilenio para dirigirme hacia una entidad en la cual presto mis servicios y queda bastante lejos de donde resido. Los primeros días no fueron nada fáciles, intenté tomar diferentes rutas de buses, SITP, taxi, Uber y TransMilenio, me quedé con el último. En TransMilenio me gastaba alrededor de una hora y cuarenta y cinco minutos, hasta dos horas en la ida y lo mismo en el regreso (una vez, me llegué a demorar más de dos horas y media). En consecuencia, en muchas ocasiones llegaba tensionada, bien sea a la casa o al trabajo. Se supone que por mi contrato no debo cumplir horario, pese a ello debo llegar casi todos los días a cierta hora, preferiblemente antes de las 8:00 a.m., por las exigencias en las entregas que pide la entidad.

En mis viajes en TransMilenio trataba de aprovechar el tiempo al máximo, leyendo, escribiendo, escuchando noticias en mi emisora favorita, porque detesto que se desperdicie el tiempo en cosas insulsas. Una vez hice cuentas de lo que me gastaba en tiempo viajando de un lado a otro en el mes. Si me gastaba tres horas y media en ida y vuelta, serían dieciséis horas y media a la semana, lo que se traducía en sesenta y seis horas al mes. En conclusión, podía demorarme casi tres días al mes viajando en TransMilenio. Eso me estresó aún más, pues me di cuenta de que ese tiempo lo podía utilizar haciendo algo más productivo.

Mi esposo actualmente tiene una moto, aunque constantemente está  trabajando fuera de la ciudad y la deja parqueada por varios días y hasta meses. Un día le dije que iba a empezar a irme al trabajo en ella porque ya estaba hasta la coronilla de los seis vendedores ambulantes que se subían en cada trayecto, de no poder hablar por teléfono porque sus gritos no lo dejan a uno escuchar nada, de que en ocasiones, cuando llovía, me mojaba más estando adentro que afuera, de la mala actitud de algunos de los ciudadanos. Me cansé de que personas abrieran las  ventanas muy temprano, en la mañana, sin pensar en que así como hay personas que sufren de calor, hay personas que sufrimos de frío.

Recuerdo igualmente un día al subirme, que, hicieron caer a una señora de unos 65 años, y en la caída, las gafas de la señora salieron a volar, otras personas y yo, insistimos en que las buscaran, pero nadie hizo nada, yo me encontraba maniatada, pues donde me moviera un centímetro, podría salir lastimada, la señora suplicaba que le ayudaran a encontrarlas pues ¡no veía nada! Lo peor del cuento es que cuando se bajó casi gateando por el hecho de no poder ver, las encontraron, y ya no había a quien entregárselas. Ese día lloré de impotencia, de saber cómo las personas son tan inconscientes, y cómo es posible que, en su afán de coger un puesto, o de llegar a su lugar de trabajo o estudio, pasen por encima de quien sea, sin medir las consecuencias, la misma señora me dijo antes de subirnos que ¡cuándo la sociedad iba a aprender a ser tolerante! Ella misma se respondió que tal vez en 5000 mil años, opino lo mismo.

Después de un tiempo de estar andando en moto, un día volví a TransMilenio, debido a una reunión de cumpleaños que teníamos programada con compañeros de trabajo, por lo que, sin lugar a duda, volví a ser empujada, estrujada, mal mirada, entre otras situaciones de intolerancia que se presentan todos los días en cada trayecto. Por lo anterior, me cansé de todos los maltratos, de los estrujones, de los pisotones, de las malas miradas, me cansé de la demora en el servicio, de las pésimas condiciones de algunos articulados, de los buses varados, de los olores, del ruido, del miedo a que me manoseen, de la inseguridad, en general, del miedo a cualquier situación de peligro que se pueda presentar en cada trayecto.

Estar en Transmilenio para mí se convirtió en la sensación de pasar por un callejón desolado y oscuro en altas horas de la noche. Por lo tanto, me quedo con la moto, en moto me demoro cuarenta minutos en cada trayecto, y a veces menos. Me voy tranquila, sin afanes, no desperdicio tiempo, aunque obviamente se supone que es más riesgoso, todos los días veo accidentes. Sin embargo, la tranquilidad y la diferencia entre un medio de transporte y el otro es abismal. Ahora lo malo es que no quiero que regrese mi esposo porque en ese caso ¡me tocará comprar moto! Pues volví a TransMilenio y fracasé en el intento.

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