Amor que maltrata
Opinión

Amor que maltrata

Las mascotas son los nuevos juguetes de esos niños envejecidos que ahora somos los adultos; animales sometidos, aburridos y esclavizados por la empalagosa insatisfacción humana

Por:
noviembre 13, 2018
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Un buen amigo, dedicado desde hace varios años al honorable y dichoso oficio de juguetero, me contó, con la impotencia que conlleva contar lo inevitable, que uno de los almacenes más reconocidos de venta de juguetes estaba reduciendo su sección de bebés para dar paso a una impresionante sección de objetos para mascotas. Le creí de inmediato, y le permití desahogarse con algunas evidencias que resultaron suficientes para concebir una particular realidad: las mascotas son los nuevos juguetes de esos niños envejecidos que ahora somos los adultos.

Por supuesto, la relación de los hombres con las mascotas no es nada reciente. El primer hallazgo fúnebre que encontró los restos de un pequeño perro acurrucado al lado de su amo -símbolo inequívoco de un vínculo que quería resistirse a la muerte- data de al menos doce mil años. De otro lado, y más allá de la simple domesticación, en las primeras manifestaciones del pensamiento místico de los humanos (animismo), los animales fueron protagonistas principales, ya sea como deidades, encarnaciones fantásticas o seres sobrenaturales. Ahora bien, la mencionada relación hombre-bestia, no se trata de una cuestión prehistórica o de origen exclusivamente salvaje; hoy por hoy, hasta los animales más impopulares, como son las ratas, son adoradas con devoción en la India. Y qué decir del culto que rinden millones de niñas y niños, en todo el mundo, a otro alegre y más afortunado roedor: Mickey Mouse.

Tampoco puede afirmarse que el lazo ancestral del hombre con los animales ha sido armonioso, justo o digno para ellos. Basta ver la forma maleva y brutal como se conduce la lucrativa e irresponsable industria de alimentos, para comprobar la insaciable sed humana de explotación y su incansable deseo de someter a todo lo que considera inferior. Sin embargo, en la actualidad, somos testigos (y cómplices) de un tipo de maltrato innovador: el maltrato camuflado de amor por las mascotas; el falso cariño desbocado que es simplemente otra demostración del acolmillado egoísmo y la agitada soledad que abunda a nuestro alrededor.

En efecto, impedir que un animal (por doméstico que sea o haya sido) continúe con sus procesos naturales, instintivos y biológicos, no puede ser más que una forma de maltrato. La sobredomesticación de perros y gatos trae consecuencias nefastas para ellos: los perros dejan de ser perros para reducirse a peluches babosos e incluso la basta personalidad felina se somete a las caricias y manipulaciones de sus amos. Sin duda, al darles tanta atención y cuidado innecesarios, los debilitamos al pretender desaparecer su verdadera naturaleza: su animalidad. Acicalamos sus remedos que como sombras merodean nuestros -cada vez más diminutos y estrechos- apartamentos; nos burlamos de ellos al convertirlos en juguetes para compensar nuestras carencias emocionales.

 

 

Transformamos a las mascotas en “objetos de consumo emocional”,
amparados en nuestra imposibilidad y abstención
de intentar amar o si quiera acercarnos al prójimo.

 

 

En ese sentido, tal y como describía el filósofo Zygmunt Bauman a la relación padres-hijos en la sociedad contemporánea, transformamos a las mascotas en “objetos de consumo emocional”, amparados en nuestra imposibilidad y abstención -cada vez más frecuente- de intentar amar o si quiera acercarnos al prójimo. Muchas veces compramos o adoptamos mascotas para sentirnos mejor con nosotros mismos o para aliviarnos de algún desengaño con la vida. Nos chantajeamos a costa del bienestar de un animal inocente y de esta forma, nuestros agujeros sentimentales se convierten en la excusa perfecta para someter a un animal a un feroz y salvaje cariño, digno de un peligroso sádico cinematográfico. En la actualidad, miles de personas repiten que sus gatos son “sus hijos” y sus perros “sus bebés”, lo que -aparte de comprometer la salud mental de quien así los proclama- pone en evidencia los temores  -y horrores- que producen la verdadera y potencial paternidad o maternidad: ¿para qué hijos, si tenemos mascotas?.

Posiblemente, lo más alarmante de esta realidad, es que nos acostumbremos a preferir cuidar, ayudar y proteger a un animal que a un ser humano y como consecuencia de esta predilección evitemos hacernos responsables del porvenir de los más desfavorecidos. Algunos dirán -y aciertan- que se trata de dos temas diferentes y fácilmente reconciliables, y que el amor por los animales no contradice el amor por los humanos. No obstante, si depositáramos el mismo empeño y compromiso en cuidar a un menor desvalido como lo depositamos en cuidar a nuestras mascotas, tal vez las cadenas de almacenes estarían inaugurando aún más campañas para la protección de niños y niñas desamparadas, y no secciones de venta de productos innecesarios para animales sometidos, aburridos y esclavizados por la empalagosa insatisfacción humana.

Siempre se debe sospechar de los amores excesivos, esta vez no debe ser la excepción.

@CamiloFidel

 

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