¿Álvaro Uribe, socialmente perdonado?
Opinión

¿Álvaro Uribe, socialmente perdonado?

El perdón social que es una cláusula de cierre, la renuncia condicionada a imponer penas a protagonistas de sombría trayectoria, no será viable si Uribe no entra

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junio 30, 2022
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El “perdón social” que tanto ruido produjo en la campaña presidencial, anda, y como al andar se hace camino, factible resulta que con otros nombres y sesudas fórmulas jurídico-políticas, este se alce como uno de los primeros estandartes en el acuerdo nacional al que convoca el electo presidente.

Sin embargo, el perdón social que es en sí mismo una cláusula de cierre, en cierto modo la renuncia condicionada de la sociedad a imponerle penas a protagonistas de sombría trayectoria, no será viable si Álvaro Uribe no entra; más claramente, si Uribe no se beneficia de la misma cláusula de cierre que se ha dado a paramilitares, exguerrilleros de las Farc y que se proporcionaría a otros muy mal recordados personajes en la historia nacional.

No de otra manera vendría Uribe a Bogotá, como lo hizo ayer ante la perplejidad de muchos. A no dudarlo, ante los micrófonos dejará sentado de aquí en adelante, ya no con la acidez del patrón, sino con la prudencia de quien algo necesita, que en su encuentro y en el canal de diálogo que instala con el nuevo presidente no lo asiste ninguna utilidad para él mismo o su particular situación judicial; que solo lo animan la paz, el bienestar social de los colombianos, la reconciliación, la salud de la economía o la seguridad en todas sus dimensiones.

Pero no es difícil tender a creer que en su interés está todo, incluido él, los suyos, y lo que resta en sus días que de lo contrario podrían ser adversos ante tribunales internacionales y locales.

El año pasado Uribe fue ante el padre De Roux, habló con un hombre bueno. No sabemos o quizá no sabremos qué le dijo o si en ese encuentro brotaron confesiones. Fue un gesto importante; aunque no hay que borrar de la memoria que de allí surgió su idea de una amnistía general, una fórmula que de inmediato amplia parte de la sociedad rechazó por considerarla falaz para el momento.

Hace unos años cuando apenas concluía el proceso que llevó al acuerdo con las Farc, arriesgué a afirmar que Uribe se vería en el Congreso con Iván Márquez y que quizá acudirían en algún momento cada uno por una puerta ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). No sucedió con Márquez, pero lo fue en el Senado con otros exguerrilleros de dirección, a Sandra Ramírez, compañera de Tirofijo, le recibió incluso en un apretón de manos una planta de “reconciliación”; y todavía es posible que esa coincidencia con sus más tenaces antagonistas se concrete en la JEP.

Uribe, grabado controversialmente en la historia del país, carga por acción u omisión sombras todavía no resueltas, una piedra gigantesca cuesta arriba que rueda y tiene que volver a empujar, como evocando a Sísifo.

La verdad no puede seguir siendo la principal víctima en la pugnacidad nacional. Este país en efecto no está acabado de diseñar, las heridas causadas a lo largo de décadas de enfrentamiento no sanan y con dificultad cicatrizarán.

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Son muchas veces indignantes las cláusulas de cierre, las fórmulas de perdón social. No dudo que Uribe buscará su ingreso a alguna de ellas y lo hará con laberintos

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Son muchas veces indignantes las cláusulas de cierre, las fórmulas de perdón social. No dudo que Uribe buscará su ingreso a alguna de ellas y lo hará con laberintos. Pero creo que, si ofrece una verdad suficiente, por dura o lacerante que resulte, su entrada allí sería útil para clausurar un poco de odio, odio suyo, odio hacia él, odio en una sociedad a la que él y muchos otros que tampoco se olvidan (guerrillas de este siglo, paramilitares o políticos siniestros) le transmitieron miedo y desquites.

Hay días en los que la esperanza amanece. Durante la entrega del informe de la Comisión de la Verdad a la sociedad colombiana horas atrás, con verdades y testimonios levantando vuelo se recordó insistentemente a Alfredo Molano quien murió siendo uno de sus miembros.

Una vez escribió Molano:  A raíz de la ofensiva del 1 de enero, el EZLN tomó prisionero al general y después de 20 días de cautiverio lo juzgó y lo condenó a vivir en libertad ”hasta el último de sus días con la pena y la vergüenza de haber recibido el perdón y la bondad de aquellos a quienes tanto tiempo humilló, despojó, robó y asesinó”.

 

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