Radioacktiva: la última frecuencia del rock que sobrevive en un país que baila al ritmo de Karol G y Shakira

Durante 35 años, el sueño de Armando Plata, ha resistido modas, dueños y algoritmos. La emisora sigue sonando guitarras y baterías en un país inundado de reguetón

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noviembre 01, 2025
Radioacktiva: la última frecuencia del rock que sobrevive en un país que baila al ritmo de Karol G y Shakira

Lleva treinta y cinco años haciendo sonar la guitarra de George Harrison, la voz de Mick Jagger y los estribillos de James Hetfield. En un país donde más de seiscientas emisoras viven del reguetón y la música popular, Radioacktiva sigue ahí: un planeta aparte que gira a su ritmo, con riffs, risas y una terquedad que parece de otro tiempo. Mientras las voces de Karol G o Ryan Castro inundan la FM, la 97.9 de Bogotá insiste en que el rock todavía respira, que no ha sido vencido.

Su historia empieza mucho antes de que alguien imaginara TikTok, el streaming o los beats de Bad Bunny. En 1989, cuando el país se sacudía entre bombas y elecciones truncadas, Armando Plata —una voz conocida en la radio de los setenta— subió las escaleras de Caracol con una idea: una emisora de rock. Caracol, entonces propiedad del grupo Santo Domingo, aceptó el experimento. Así nació Radioactiva, sin “k”, un 15 de mayo, con la intención de hablarle a una juventud que buscaba en la música algo de aire en medio del ruido político y la sangre de aquellos años.

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Al principio sonaban canciones de pop y rock mezcladas. Pero el país cambió de tono, y la emisora también. En los meses que siguieron al asesinato de Galán, el pop se desvaneció y el rock tomó el mando. Era la época de los casetes, los walkman, las paredes llenas de carteles de bandas y las tardes en las que un adolescente podía encontrar en la voz de Ozzy Osbourne una forma de resistencia. Radioactiva se convirtió en refugio y bandera.

Con los noventa llegaron los cambios y las disputas. Tito López afinó el formato, le dio músculo a la programación y consolidó una identidad. En 1997, el “Planeta Rock” tomó forma definitiva: Radioacktiva, ahora con “k”, se presentaba como algo más que una frecuencia, como una comunidad. Santiago Ríos la dirigía desde Medellín, y una nueva generación de locutores —irreverentes, sarcásticos, cercanos— marcó una era. El humor se volvió parte del ADN, porque el rock, decían, también debía reírse de todo, incluso de sí mismo.

El 2 de mayo de 1999 Bogotá tembló con el rugido de Metallica en el Parque Simón Bolívar. Cien mil personas saltaron bajo la lluvia mientras Radioacktiva lanzaba oficialmente su nuevo formato. Fue un momento de comunión. Un país crispado, desigual, roto por dentro, tenía por unas horas una sola banda sonora.

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Luego vino la tormenta económica. El grupo Santo Domingo, golpeado por la recesión, terminó cediendo Caracol Radio al grupo español Prisa en 2003. Las emisoras cambiaron de manos, y muchas desaparecieron. Radioacktiva perdió parte de su red: solo sobrevivieron Bogotá y Medellín. Pero resistió. Su rival, La Superestación, se apagó en 2005. El rock se quedó solo.

Esa soledad, paradójicamente, fue su ventaja. Mientras las demás cadenas apostaban por el reguetón, el vallenato o la música popular, Radioacktiva se aferró a su identidad. Mantuvo los clásicos —Metallica, Iron Maiden, The Rolling Stones—, pero supo colar a Arctic Monkeys o The Killers sin que sonara forzado. Entendió que el rock no era una pieza de museo, sino una forma de decir que todavía hay espacio para la distorsión, para la furia con sentido.

La clave ha sido una mezcla precisa de nostalgia y frescura. Suena “Enter Sandman”, pero también Foo Fighters. Suena Nirvana, pero a veces, una banda colombiana emergente logra colarse entre la lista. El formato no es rígido: el rock de los setenta convive con el de los dos mil, y esa convivencia mantiene viva la emisora en una era donde casi todo se mide por algoritmos.

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El humor también ha sido una brújula. Programas como “El Gallo”, con su absurdo matutino, lograron lo que parece imposible: mantener la atención de oyentes jóvenes en tiempos de Spotify y TikTok. El secreto no está en las canciones, sino en las voces. Pacho Cardona, Juliana Casali, Diego Peña y Wilmar Rodríguez —“El Champion”— hablan como quienes crecieron con el rock, pero entienden el lenguaje de quienes no conocieron los discos. La emisora apostó por mantener locutores que se sintieran cercanos, no como ídolos inalcanzables, sino como amigos con un buen gusto musical.

Esa cercanía explica por qué, aun en 2025, Radioacktiva sigue entre las diez emisoras juveniles más escuchadas del país. En redes sociales tiene millones de seguidores, organiza conciertos, concursos y, sobre todo, conserva un sentido de comunidad. No es solo una emisora: es una pertenencia. Quien sintoniza Radioacktiva siente que hace parte de algo. En una época de hiperindividualismo, eso es un logro enorme.

Su permanencia también se explica por la cultura que la rodea. En Bogotá, Rock al Parque —que llenó el Simón Bolívar con casi cuatrocientas mil personas este año— demuestra que el rock no está muerto, solo marginado del circuito comercial. Mientras los festivales de salsa o reguetón se disputan patrocinios, el público rockero sigue apareciendo sin promesas de glamour. Y Radioacktiva está siempre ahí, transmitiendo, comentando, acompañando.

Hoy pertenece al grupo Prisa, pero conserva la esencia con la que nació hace 35 años. Ha pasado de cintas de carrete a servidores digitales, de teléfonos fijos a redes sociales, de playlists a streaming. Y sin embargo, mantiene su tono irreverente, su aire de resistencia. En la era del clic fácil, sigue creyendo en la voz humana, en el locutor que saluda a los oyentes y les cuenta una historia entre canción y canción.

Hay una forma de nostalgia en todo eso. Cada vez que suena “Paint It Black” o “Nothing Else Matters”, uno entiende que Radioacktiva ha sobrevivido no por aferrarse al pasado, sino por renovarlo. Su rock no es un gesto de rebeldía adolescente, sino una declaración de identidad en un país donde la música popular y el reguetón dominan el paisaje. Mientras otros se adaptaron al ritmo del mercado, la emisora decidió sostener su propio compás.

El secreto, quizás, está en no traicionar la idea original de Armando Plata: crear un espacio distinto. Cuatro décadas después, esa idea sigue viva, aunque todo alrededor haya cambiado. El rock, dicen algunos, es un género en extinción. Pero cada mañana, cuando la guitarra de Harrison o el grito de Hetfield vuelven a sonar, se comprueba lo contrario: el rock sigue siendo una forma de resistencia. Radioacktiva no ha ganado la guerra, pero tampoco la ha perdido. Su victoria es más discreta: sobrevivir. Ser la última frecuencia donde aún suenan las guitarras eléctricas, en medio de un país que prefiere los sintetizadores. Treinta y cinco años después, en un dial dominado por el perreo y la música de despecho, sigue encendida. Y eso, en estos tiempos, ya es una revolución.

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