La gentrificación urbana es un proceso de renovación de barrios céntricos en el que los habitantes de menores ingresos son desplazados por la llegada de clases medias y altas. Este fenómeno, presente en casi todas las grandes ciudades del mundo, mezcla promesas de progreso con realidades de exclusión.
En apariencia, se trata de revitalización urbana: inversión, nuevos comercios, calles iluminadas y turismo. Pero detrás de la fachada del desarrollo se esconde una lógica de mercado que convierte el derecho a la ciudad en un privilegio, expulsando a quienes la habitaron desde siempre.
El término, nacido en el Reino Unido en los años sesenta, ha pasado de ser académico a cotidiano, cargado de polémicas y contradicciones. Lo que antes eran comunidades vivas, ahora son zonas “instagrameables”, uniformadas bajo la estética del consumo global. Donde hubo mercados y arte popular, hoy hay cafés temáticos y vitrinas para turistas.
Si bien genera recursos y empleo, la gentrificación reconfigura el poder dentro de la ciudad. Los barrios dejan de ser espacios de encuentro para convertirse en activos financieros. Los nuevos desarrollos atraen inversión y clase media, pero también expulsan a los habitantes históricos que dieron identidad al territorio.
La transformación no es solo económica: también es cultural. Se reemplaza la memoria colectiva por una imagen idealizada de ciudad moderna. Las calles cambian, pero también lo hacen los acentos, los oficios y los precios.
Frente a este escenario, la respuesta no puede ser oponerse al cambio —las ciudades son organismos vivos—, sino preguntarse quién dirige esa transformación y para quién se construye. Las políticas públicas deberían garantizar que el desarrollo urbano no excluya, sino que integre y mejore la vida de quienes ya habitan esos espacios.
La gentrificación, en última instancia, revela la tensión entre el valor económico del suelo y su valor social. Mientras las ciudades sigan tratándose como mercancías y no como comunidades, el progreso seguirá teniendo un costo demasiado alto: la pérdida del derecho de pertenecer.
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