El humilde matrimonio que hace 86 años se inventó El Bohemio, la salsamentaria más antigua de Bogotá

Don Pedro Duarte y su esposa la fundaron en 1939 con una receta alemana. Hoy su familia mantiene el legado de las salchichas que conservan su sabor original

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octubre 12, 2025
El humilde matrimonio que hace 86 años se inventó El Bohemio, la salsamentaria más antigua de Bogotá

En 1939, cuando Bogotá era gris y se movía en tranvía, un hombre de Tenjo soñó con dejar su huella en la ciudad. Se llamaba Pedro Duarte Rubiano. Había llegado desde el campo con la energía que sólo tienen los que no conocen el descanso, y trabajaba en la Salsamentaría La Europea, aprendiendo los secretos de los embutidos, los cortes de carne, los condimentos exactos que convierten lo común en memorable. Don Pedro, como le decían los clientes, no se conformaba con ser parte de una historia ajena: quería escribir la suya.

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Un día, empujado por la certeza de que la vida sólo recompensa a los que se arriesgan, decidió invertir los ahorros de toda su existencia y las cesantías de años de trabajo. Lo hizo junto a su esposa, Cecilia de Duarte, con quien compartía más que un matrimonio: una fe absoluta en la posibilidad de empezar desde cero. Arrendaron un local diminuto, apenas ocho metros cuadrados, en la carrera 9 con calle 21–71, una zona donde se mezclaban los olores de las ferreterías, los cafés, los restaurantes, y las voces de europeos que habían hecho del centro su pequeño refugio. Allí montaron un puesto sencillo de salchichas, longanizas y productos importados que servían con papa criolla y pan fresco. Nadie lo sabía entonces, pero en ese rincón húmedo y ruidoso empezaba a levantarse el emporio que con el tiempo se llamaría Industria Salsamentaria El Bohemio.

El local era tan estrecho que los clientes se alineaban en la acera, esperando su turno para probar las famosas salchichas. Desde el comienzo se convirtieron en el alma del negocio, en el símbolo de un sabor que sobreviviría décadas. La salsa que las acompañaba —espesa, ligeramente picante, inolvidable— tenía su propio secreto: se la había regalado un amigo alemán de Don Pedro, cuando abandonaba el país. De esas mezclas de amistad y receta nacen los mitos, y El Bohemio pronto empezó a tener el suyo.

Con los años, el lugar fue testigo de todo. Resistió incluso la noche del 9 de abril de 1948, cuando la ciudad ardió tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Aquel día, las turbas bajaban de Las Cruces con machetes y antorchas, destrozándolo todo. Alguien intentó forzar la puerta de madera del Bohemio, pero el portón resistió, como si adivinara que detrás de él había una historia que no podía terminar así, a golpes de furia. Mientras la ciudad se desmoronaba, las salchichas y el olor a ahumado quedaron intactos, esperando otro amanecer.

El tiempo siguió su curso. En la década de los sesenta, la segunda generación tomó el relevo. Pablo Duarte García, hijo de Don Pedro, y su esposa Nelcy Gutiérrez asumieron el timón del negocio con la misma mezcla de terquedad y esperanza que había movido a su padre. En 1970 abrieron una nueva sucursal en el barrio Restrepo, y cinco años después, una planta de producción en Puente Aranda, en plena zona industrial de Bogotá. Fue el comienzo de la modernización, el paso del taller artesanal a la empresa organizada. Dos años más tarde, en 1977, Don Pedro murió, dejando tras de sí no sólo un negocio, sino una forma de entender la vida: el trabajo como herencia.

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Durante los años ochenta, los Duarte continuaron expandiéndose. Abrieron un punto en Galerías, otro en el mismo edificio del centro donde todo había empezado. En esa casa, curiosamente, había funcionado entre los setenta y los noventa el colegio femenino Remington Camargo, donde las alumnas aprendían taquigrafía, mecanografía y ortografía. Aquel inmueble tenía historia propia: había pertenecido a Germán Zea Hernández, político liberal, y luego pasó a su hija Gloria Zea, esposa del pintor Fernando Botero y directora durante más de cuarenta años del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Gloria, con el tiempo, vendió la propiedad al abogado Emilio Monsalve, dedicado a sucesiones y remates, quien terminó cediéndola finalmente a la familia Duarte. En 1993, cuando el colegio cerró sus puertas, El Bohemio recuperó la casa entera: el círculo se cerraba, y el lugar donde había nacido la historia volvía a pertenecerle.

La tercera generación ya estaba en camino. Tras la muerte de Pablo Duarte, su esposa Nelcy asumió la gerencia general, acompañada por sus hijos, quienes se preparan hoy para continuar el legado. En esa familia, los embutidos no son sólo productos: son una memoria. La de un abuelo que apostó por un sueño cuando la ciudad todavía se movía al ritmo de los tranvías, la de un negocio que sobrevivió incendios, crisis, mudanzas y modernizaciones sin perder su esencia.

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Por sus mesas han pasado rostros conocidos. Carlos “el Mocho” Sánchez, Alberto Piedrahita Pacheco, Jorge Velosa, Fernando González Pacheco, la Nena Jiménez: todos se dejaron tentar por las salchichas que, más que comida, parecen una declaración de principios. El Bohemio cumplió ya 86 años y sigue siendo un punto de encuentro entre la nostalgia y el sabor.

Hoy tiene nueve locales distribuidos en distintos puntos de la ciudad. Los fines de semana, sobre todo de viernes a domingo, la sede de la carrera 9 con calle 21 puede recibir hasta cien personas al mismo tiempo. Entre ellos hay viejos clientes que piden “lo de siempre” y jóvenes que descubren por primera vez el sabor de una historia que empezó en ocho metros cuadrados y se ha extendido por generaciones. Muy pronto, dicen, el aroma del Bohemio llegará a Medellín, Barranquilla y Cali, llevando con él las salchichas, los chorizos, los jamones, los perros y las hamburguesas que nacieron de la obstinación de un hombre que un día decidió no depender de nadie.

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Porque eso fue Don Pedro Duarte Rubiano: un hombre que entendió que la independencia también podía oler a humo y a pan tostado, que el trabajo —cuando se hace con las manos y con el alma— puede volverse una forma de eternidad. La industria hoy, genera más de 30 empleos directos y 20 indirectos de ellos el 80% son madres cabezas de hogar, lo que le permite a la empresa sustentar unas 40 familias bogotanas con una estabilidad laboral al punto que varios de ellos están a las puertas de una merecida pensión.

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