Todo comenzó en Cartagena, en un pequeño local del barrio El Prado. Allí, a principios de los 2000, Guillermo Ramírez, un comerciante curtido en el mundo del transporte de azúcar y panela, decidió dar un salto inesperado: abrir un almacén. Su experiencia le había enseñado una verdad simple: la gente costeña quería comprar a buen precio, sin tantas vueltas, y con la confianza de que el producto sería fresco y rendidor. Ese fue el germen de lo que después se llamaría Megatiendas, un nombre que parecía grande para un local modesto, pero que cargaba desde el inicio una ambición particular: crecer con la gente.

El primer almacén abrió en 2003. Al principio era un negocio pensado para mayoristas y tenderos. Pero pronto ocurrió algo que el mismo Ramírez no había previsto: las amas de casa empezaron a llegar atraídas por los precios bajos y la variedad. Con ellas llegó un boca a boca poderoso que consolidó la fórmula. “En el total se ve la diferencia” fue el eslogan que Guillermo inventó, casi como un mantra para explicar lo suyo: la suma de muchos productos a menor costo podía marcar la diferencia en la canasta de un hogar.
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Ese primer paso dio confianza para abrir un segundo punto en Bazurto, uno de los sectores más tradicionales de la ciudad, y más tarde un tercero en Barranquilla, ya en 2009. Desde ahí, lo que parecía un experimento local se convirtió en una cadena que empezaba a expandirse por la Costa Atlántica.
De almacén costeño a cadena nacional
Hoy, Megatiendas tiene 35 locales en Colombia. De ellos, 18 se encuentran en Bolívar —15 en Cartagena y tres en municipios como Turbaco y Arjona—, 9 en Atlántico, 6 en Magdalena y hasta 2 en Bogotá. El salto a la capital no fue menor: significó demostrar que un negocio nacido en la Costa podía competir de frente con gigantes como Olímpica, Éxito o Ara.

Sin embargo, más allá de la expansión geográfica, lo que distingue a Megatiendas es su relación con los proveedores. Desde el inicio, la cadena optó por comprar directamente a productores locales, evitando intermediarios y asegurando frescura y precio. Hoy trabajan con más de 2.000 agricultores y ganaderos que encuentran en la marca un canal para llegar al consumidor sin ver desvalorizado su esfuerzo.
Ese compromiso va más allá de las tiendas. Megatiendas montó centros de acopio en lugares donde ni siquiera tiene puntos de venta, como Bogotá o Bucaramanga, para procesar y distribuir frutas y verduras que de otra forma se perderían en el campo. Como explica Camilo Ramírez, hijo del fundador y actual vicepresidente de la compañía: “Creemos que se construye país desde el campo, desde las regiones”.
Por eso, no sorprende que muchas de sus góndolas estén llenas de frutas costeñas empacadas en pequeñas porciones o carnes locales de la más alta calidad. Son productos pensados para la economía real de los hogares, con presentaciones accesibles que permiten que cualquiera pueda llevar un poco de campo a su mesa.
Un legado que trasciende lo comercial
Más de 1.500 personas trabajan hoy de forma directa en Megatiendas. Cada empleado, desde el cajero hasta el bodeguero, hace parte de una empresa que ha logrado sostenerse sin el ruido mediático de los grandes conglomerados. Su estrategia no ha estado en desplegar campañas publicitarias millonarias, sino en reforzar la lealtad de los clientes a través de promociones que ya son tradición: los “carritos locos”, las “Mega ofertas” y sorteos donde los ganadores reciben mercado por un año.
Ese estilo cercano y comunitario se explica en buena parte por la personalidad de su fundador. Guillermo Ramírez, descrito por su familia como un hombre apasionado y transparente, siempre pensó que la clave estaba en mantener los pies en la tierra. No se trataba solo de abrir tiendas: se trataba de crear un vínculo real con la gente, de demostrar que los supermercados podían ser más que un lugar de paso, que podían convertirse en un aliado del bolsillo.
En ese camino, Megatiendas aprendió a competir con los gigantes. Olímpica, que durante décadas reinó en la Costa, vio en este competidor un desafío inesperado. Desde un local pequeño en El Prado, Megatiendas se convirtió en una opción sólida que supo plantarle cara a los grandes.
Del Caribe al país entero
Hoy, la cadena está próxima a cumplir 22 años y lo celebra como lo ha hecho siempre: con promociones y actividades pensadas para la comunidad. Pero detrás de la fiesta hay una realidad que merece ser contada: un negocio familiar, nacido desde abajo, que entendió que el éxito se construye con cercanía, compromiso y confianza.
Megatiendas es, en muchos sentidos, el retrato de una Colombia que resiste desde la región. Su apuesta por el campo, por los proveedores locales y por el trato justo con los clientes lo convierten en más que un supermercado. Es una historia de emprendimiento costeño que se expandió por el país sin perder el alma.
“En el total se ve la diferencia”, decía Guillermo Ramírez. Hoy esa frase es más que un eslogan: es la síntesis de un modelo que demostró que los negocios también pueden escribir historias de arraigo y progreso. Megatiendas, al fin y al cabo, no es solo un lugar para comprar; es un pedazo del Caribe que aprendió a crecer sin olvidar de dónde salió.
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