El mega-hospital de 500 millones de dólares que terminó abandonado en Sopó

La liquidada EPS Saludcoop lideraba el proyecto que se iba a convertir en el hospital más grande de América, pero construyeron el esqueleto y luego se detuvo

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mayo 01, 2025
El mega-hospital de 500 millones de dólares que terminó abandonado en Sopó

lo lejos, la mole de cemento sigue en pie. Resiste. Aunque solo quedan huesos. Unos muros grises se elevan hacia la sabana como si fingieran estar vivos, como si recordaran lo que iban a ser. Lo llaman el Hospital Internacional de Alta Tecnología y hacía parte del proyecto Zona Franca Ciudadela Salud. Hoy no es más que un eco frío de promesas viejas: una ciudadela para curar el cuerpo, que terminó enferma del alma.

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Se suponía que aquí, donde ahora hay grafitis y ropa vieja, habría 400 camas, 210 consultorios, 40 unidades de cuidados intensivos, un spa terapéutico y un hotel para familiares de pacientes. Se suponía que habría oncología, chequeos ejecutivos, 19 salas de cirugía. Se suponía. El proyecto lo lideraba la liquidada EPS Saludcoop, que tenía un 25% del proyecto. La demás plata se conseguiría con socios. Algunos dieron plata pero todo se perdió.  

Todo eso tenía nombre: la Zona Franca Ciudad de la Salud. Fue decretada el 28 de febrero del año 2000, en pleno estallido de optimismo posmoderno. Querían reunir en un solo lugar la industria, la tecnología y la medicina. Querían su propia Houston, su Dubai blanco. Invertirían 500 millones de dólares. Ya hasta lo habían dividido: 400 para la ciudad, 100 para el hospital. Se hablaba de fibra óptica, conectividad satelital, sistematización de procesos, industria farmacéutica, metalmecánica, derivados del látex, papel, centros de exposiciones, laboratorios. Se prometieron 3.500 empleos directos. Casi 9.000 indirectos. Los titulares estaban listos. Las cintas, a medio cortar.

Pero algo —como casi siempre— ocurrió.

Hoy, lo que iba a ser un centro de vida es un paisaje de escombros detenidos, ventanas sin vidrio, pasillos que se empolvan con el viento. No tiene sentido preguntarse cuántos pisos son: se suben uno tras otro, y la estructura parece no terminar nunca. Hay habitaciones abiertas con letreros oxidados sobre el uso de cascos y botas. También hay zapatos, camisetas, alguna cobija. Hay señales de que alguien duerme allí. O intenta no morirse del todo.

Algunos murales dibujados en la noche recuerdan que, por muy abandonado que esté un lugar, nunca está completamente vacío. Las paredes hablan con spray, con rabia, con arte, con miedo. No se sabe cómo llegaron allí los autores, ni por qué lo hicieron. Pero lo hicieron. Y en el fondo, también se suponía que este lugar era para ellos.

Al pie de la colina, en la vía que va de Bogotá a Tunja, antes de llegar a Briceño, los muros del hospital se asoman como un animal que no quiere ser visto. Nadie le rinde homenaje. Nadie protesta por su caída. Lo curioso —lo indignante, lo triste— es que el proyecto jamás fue secreto. Estuvo en los papeles, en las licitaciones, en los discursos. Y aun así, nadie lo salvó.

El 19 de diciembre de 2016, Ciudadela de Salud S.A. fue liquidada. Sin comunicado dramático, sin despedida. Desde entonces, el hospital sigue ahí, rodeado de árboles, con sus nueve pisos en esqueleto, como si esperara todavía la primera consulta.

Alguien, alguna vez, dijo que las obras inconclusas son las únicas que sobreviven al tiempo. Tal vez por eso esta estructura sigue en pie. No la terminaron. Tampoco la demolieron. Y ahora es eso: una cosa quieta, al margen, sin utilidad ni sentencia. Como si el olvido fuera otra forma de presupuesto.

Desde la terraza, la vista es amplia. Una sabana limpia. Un verde profundo que parece abrazar los restos. Abajo, unas casas pequeñas insinúan vida. Pero nadie responde.

Cerca de allí, algunos exploradores han subido por la montaña. Han entrado en silencio. Han recorrido los pasillos con la adrenalina de lo prohibido. Han sentido miedo. No del colapso, no del techo, sino de la presencia invisible que todo abandono trae consigo. La historia de estos edificios no está en sus planos. Está en lo que generan: silencio, preguntas, rabia, lástima.

Hay quien se pregunta si esto cambiará. Si el nuevo gobierno, el siguiente, o el que venga después, tomará en serio la promesa. Si alguna vez se hará algo con esta estructura inmensa. Si alguien la volverá a mirar.

Tal vez la pregunta correcta sea otra: cuántos hospitales como este hay desperdigados por Colombia. Cuántas promesas de salud terminaron convertidas en ruinas. Y cuántos recursos —miles, millones— quedaron flotando entre la corrupción y la indiferencia. Según la Contraloría, cada año se pierden en Colombia 50 billones de pesos por corrupción. Es el 17% del presupuesto nacional. Casi nada. O todo.

Mientras tanto, este hospital sigue allí. Sin pacientes, sin médicos, sin esperanza. Un monumento a la enfermedad de las obras públicas: la enfermedad de no hacer, de hacer a medias, de hacer solo para que alguien se enriquezca y se esfume. Un hospital que no curó a nadie, pero que sigue muriendo todos los días.

El youtuber Kevin Bolaños visitó el lugar y pudo realizar este video

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