Fernando Vallejo: Entre la diatriba y el discurso preterito

Fernando Vallejo: Entre la diatriba y el discurso preterito

"¡Ah viejo deslenguado este!" pensarán muchos luego del discurso pronunciado por Vallejo

Por: Teofilo H, Contreras
abril 12, 2015
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Fernando Vallejo: Entre la diatriba y el discurso preterito

"¡Ah viejo deslenguado este!" pensarán muchos luego del incendiario discurso pronunciado por el escritor Fernando Vallejo en el marco de la Cumbre Mundial de Artistas por la Paz, hace algunos días en Bogotá. De todo se ha dicho, que su discurso fue inoportuno y que nada aporta al escenario de paz que se debe construir en Colombia. O que sus palabras son tan ciertas y que por eso es que nos duelen, porque la verdad duele según muchos. Pero creo, quizás equívocamente, que la gran mayoría en el país, a duras penas reconocerán a Vallejo como un escritor, y se quedarán en cambio con las estereotipadas frases de “el polémico escritor que no dejó títere con cabeza”, o “(Vallejo) arremete contra el presidente Santos y el proceso de paz”. Quisiera aquí, hablar desde adentro a propósito de Fernando Vallejo y usarlo como pretexto para expresar mi anhelo de paz con justicia social. O sea, hablar con contradicciones, aciertos y desaciertos, pero sobre todo y en esto si me aparto de este escritor, quisiera hablar con esperanza.

Por varias semanas me quede pensando en las primeras palabras que le oía a Vallejo, con las que abre el documental de Luis Ospina sobre su vida, y que decían más o menos así: “Muchachitos de Colombia, ustedes han tenido la mala suerte de nacer y en el país más loco del planeta, no se dejen arrastrar por su locura”. Ese tono pausado de viejo tendero paisa, taladró mi cerebro y sin entender muy bien el fondo de esas palabras, me arrastré en cambio, por la locura de Vallejo. Me encontré de repente en su narrativa de primera persona recordando la niñez en la finca Santa Anita y añorando la vieja hacienda paisa. Queriendo encontrar la causa de sentimientos tan contradictorios como el de un amor infinito hacia los animales, pero un odio exacerbado hacia los seres humanos, incluyendo a la propia madre, anduve en cientos de páginas de sus principales novelas. Pero no me encontré más que contundentes párrafos que lejos de ofrecer respuestas, me daban mayor impulso para seguir avanzando en las páginas y retrocediendo en el tiempo, como suelen ser las novelas de Vallejo.

Sus películas las vi también y como la mayoría, reconozco en ellas su pésima calidad. La producción es bastante cuestionable y el guion paradójicamente no sorprende a nadie, como si lo puede llegar a hacer una sus novelas. En la tormenta por ejemplo, se evidencia que la realidad colombiana y aún más la que se vivió en los tiempos de La Violencia, resulta imposible de recrearse a la distancia, con geografía y actores mexicanos. Barrio de campeones es un drama que bien pudo tener mejor suerte como telenovela mexicana que como película. Nada que decir de su opera prima, Crónica Roja.

Pero la ausencia de tacto e inventiva de Vallejo para hacer cine, queda rebasada con sus atrevidos y metódicos ensayos. Aunque pretensiosos, se reconoce en estos escritos una gran rigurosidad investigativa para atacar con serios argumentos a la iglesia (católica principalmente) y para desmitificar a aquellas connotadas figuras de la ciencia como Darwin y Newton. Y aunque estos ensayos no sean considerados obras científicas, en el fondo contienen ese cuestionable pero necesario principio de la ciencia: la falsabiidad. Es en el Vallejo biógrafo donde se resumen los principales atributos de este escritor. Por un lado la sensibilidad hacia las letras y la poesía y por otro lado la búsqueda casi frenética de evidencias. Así quedó demostrado en las apasionadas biografías sobre Porfirio Barba Jacob y José Asunción Silva.

La cara de Vallejo que no soporto y que me impide reconocerle por completo su grandeza como escritor y hombre de letras, es la misma que se me presenta cuando lo veo en público, con su prominente joroba y la mirada clavada en unas hojas, sin reparar en su alrededor. Y no es que no soporte lo que dice, ni como lo dice, ni tampoco su tono polémico, en fin, no es que no soporte su diatriba. Lo que no soporto es su imprecisa lectura sobre los contextos en los cuales habla. Vallejo hablando de paz, no tiene otra alternativa que traslapar su verbo desesperanzador y sus adjetivos coléricos a la realidad colombiana. Características que en una novela autobiográfica o en un ensayo crítico, resultan más que pertinentes necesarios; pero en un escenario cuyo objetivo y esencia misma es la discusión entorno a la paz, son cuestionables.

Me pregunto ahora, cómo construye Vallejo la idea sobre la realidad colombiana, sobre el conflicto social y armado y sobre las alternativas de paz desde su apartamento en México (país en el cual vive hace más de 30 años). Acaso desde los periódicos y los noticieros, o basado en las cartas y conversaciones con amigos. Válido de cualquier forma, pero es más válido reconocer que esa versión de la realidad es por demás, incompleta. Muchos hemos entendido a nuestro país de manera indirecta a partir de los ojos de otros. El genocidio de la UP, las masacres en los 90 y la infiltración del paramilitarismo al Estado, entre otros, fueron hechos a los que yo también me acerque a través de testimonios y ejercicios de memoria COLECTIVA.

Me incluyo en el grupo de esos muchachitos colombianos que nacimos en un país y en un momento muy particular. Pero esos muchachitos, han venido madurando junto a la idea de que la paz con justicia social es el principal objetivo. No reconocemos los adjetivos de desesperanza ni prolongamos nuestras ganas de morir, esperando primero la muerte de los demás. Por el contrario ratificamos nuestro amor a la vida, pero no con diatribas, sino con verbos como soñar y construir: tan inherentes a nuestros tiempos y a la paz.
Los muchachitos hemos madurado y Vallejo ha envejecido. Su verbo pretérito debe enseñarnos en cambio que la paz con justicia social, es una creación colorida, diversa, compleja y sobre todo colectiva. La búsqueda de la paz es quizás la más grande de todas las empresas iniciadas por la humanidad. A la paz, y con justicia social no se llega solo con miradas y reflexiones autobiográficas. Son necesarias pero no son las únicas. Se llega en cambio, coordinando trabajo (incluso coordinando autobiografías) y sumando esfuerzos, como si de realizar una película se tratara, asignatura en cambio reprobada por Vallejo.

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