Marta Lucía Ramírez y su inenarrable "tragedia familiar"

Marta Lucía Ramírez y su inenarrable "tragedia familiar"

"Es por ese afán de los mamertos de dar a conocer la trastienda de nuestra verdadera historia nacional que hoy tenemos a los pájaros tirándole a las escopetas"

Por: Enoïn Humanez Blanquicett
septiembre 24, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Marta Lucía Ramírez y su inenarrable
Foto: Twitter @mluciaramirez

La gentecita del montón, a la cual podemos referirnos sin miramiento usando la expresión perrata petruna, aprovechándose de la tragedia indecible que agobió —en el pasado— la vida de nuestra querida vicepresidente se ha dedicado a sacarle punta a esa desgracia ajena (que es también nuestra propia desgracia) para convertirla en una vergüenza del presente. Con ocasión de la salida a la luz pública de una actividad de emprendimiento ilícito en el mundo del malevaje de alto vuelo que condujo a una condena en Estados Unidos al hermano menor de nuestra apreciada vice en los tiempos de upa, esa chusma feroz y de comportamiento montonero —descrita poéticamente por la brillante periodista Vicky Dávila, con un lenguaje protuberantemente clasista y despectivo, como “resentidos sociales […] de poco baño, barbones, como cualquier atracador de barrio”, con “una vida llena de esqueletos” y que ha hecho del mundo virtual su teatro de operaciones— ha querido armar un trepa que sube sideral a partir de un asunto menor. Para materializar ese propósito grosero esa “turba de […] delincuentes sin armamento”, como los ha llamado —en Semana— con justeza la muy salubre y potable Salud Hernández Mora, puso a circular un aluvión de memes vilipendiosos e inciviles, cargados de chascarrillos insolentes, en los que se goza, sin piedad ni pudor, del mal momento atravesado por la segunda al mando de nuestra patria querida.

Sin contemplar en las penas que agobian la humanidad de esta insigne figura femenina de la política nacional, esa gavilla de malandrines sardónicos se ha dedicado a enlodar el buen nombre de un gran modelo de mujer, de moral goda (chapada a la antigua por los cuatro costados), que en su primavera juvenil tuvo las piernas más cotizadas y codiciadas de Colombia. Ah, tiempos aquellos, cuando Marta, con sus largas piernas juveniles iluminaba el Olimpo del marketing publicitario de los detergentes de aseo corporal, era la musa de nuestros desvelos y nos trasnochaba desde esa portada de Cromos, con su ajustado y diminuto vestido negro de visos blancos, que no dejaba ver lo que todos queríamos ver, o desde aquella foto con blusa a cuadros rojos y albos, que —a través de una discreta obertura— nos hacía soñar con los bulbos turgentes, que sobresalían de entre sus pectorales incólumes.

Pero bueno, esos eran otros tiempos de la vida. Yo tenía 20 años. Estaba en el seminario de Misioneros Javerianos de Yarumal. Allí no se presagiaba la llegada de los 12 apóstoles, ni se tenía aún noticias del advenimiento del Sagrado de la Patria. Marta —por su parte— estudiaba en la Javeriana y era la imagen de champú Glemo y jabón Juno. Engomada en el modelaje, mientras se la pasaba fantaseando con los atlas de la biblioteca de su padre, ella no tenía tiempo para pensar la política ni en política. En aquellas calendas, cuando éramos jóvenes, mientras ella no se veía pretendiendo el sillón principal de la casa presidencial, yo no me veía como abogado, ni periodista de radio porque soñaba con ser obispo de Magangué y el Pansegüita, siguiendo los pasos del egregio Monseñor Eloy Tato, quien fuera el primer jerarca de esa diócesis poblada por idólatras sin vocación, donde no había sacerdotes.

Pero dejemos atrás nuestras eclesiásticas ensoñaciones juveniles y volvamos a la realidad de nuestras seculares pesadillas seniles, pues desde entonces las cosas —en política— han ido pasando, año tras año, de los Castaños a los Ñoños y de los Ñoños a los Ñeñes en este país mañé de gentes con malas mañas, donde mandan los Pachencas. Volviendo al tema que nos ocupa digamos que, sin tener claridad sobre el tema que tratan (porque no han visto ni vivido la historia nacional, como si lo ha hecho Peruchito Mercado en Montería), esos jovenzuelos fabricantes de memes burlescos sobre nuestras ilustres figuras nacionales no tienen ni la más mínima idea del recorrido profesional, de “esta mujer que tiene todos los pergaminos necesarios” para sentarse en el solio de los presidentes “bajo la tutela, claro [está], del innombrable Sagrado de la Patria”, padre nuestro de nuestras cuitas ubérrimas, redentor y mentor de nuestros impolutos e intrépidos buenos muchachos.

Muchos de estos mozalbetes malhablados, que crecieron gracias “a la leche de Uribe”, como bien lo recalcó Natalia Bedoya, no pasan de ser (como lo anotó acertadamente Vicky): jóvenes imberbes —por naturaleza rebeldes— y apasionados “adolescentes solitarios, que se refugian en el mundo virtual”. Allí —por su falta de conocimiento de la realidad real de este país (como Erick)— terminan siendo reclutados por esos seres barbones y tatuados que, que por simple mala leche petroñera, han querido erigirse en los “dioses castigadores” de nuestros célebres corruptos intocables, prohombres de la patria, que siguen cosechando victorias a pesar de ser unos buenos para nada. El ejemplo patente de lo que digo es ese senador gandul, que no fue nunca un buen político y fue un cantante más bien machucho de champeta. El hombre —estando en el top ten de los congresistas más vagos de su época y arrastrando un proceso judicial a cuesta en la Corte— llegó a ser presidente del Senado de un país virtual e improbable, conocido como la república de Polombia.

El colmo de la desfachatez es que estos muchachos, sin tener una idea clara del país en el que nacieron y han vivido — porque muchos de ellos apenas nacían en el momento en el que el Sagrado de la patria tomaba el mando de las riendas de la república—, se lanzan en las redes a decir cosas aberrantes sobre nuestra virtuosa clase dirigente. Sin saber a ciencia cierta lo que hacen y dicen, ni para qué causa trabajan, su único fin es el “de desprestigiar a personas que han trabajado duro por el país”. Es eso lo que están haciendo con Marta, “una mujer entregada a Colombia”, que en el marco de esa entrega al país pagó “el servicio militar trabajando con Luis Carlos Sarmiento”. Para colmo, algunas malas lenguas —de palabra ponzoñosa y hablar viperino— se atreven a sindicarla de ser una testaferro de Sarmiento, como si ese juicioso hombre de negocios necesitara de testaferros para esconder su fortuna.

El desconocimiento craso de la historia nacional por parte de quienes así piensan, como lo resalta atinadamente un editorial del portal Colombiaexterior, los lleva a ser presa fácil de los generales de ese “ejército maligno”, que busca por todos los medios conseguir “visualizaciones, likes y tendencias para hacerse ver más grande e influyente”, mientras adoctrina con su vocinglería mamerta a nuestros jóvenes, en sus “ideologías izquierdistas”, que los invita a leer la historia nacional desde otros ángulos posibles y consultando todas la fuentes disponibles, sin atenerse a los noticieros y telenovelas sobre la vida de figuras públicas eminentes de la patria, emitidos por Caracol y RCN.

Es por ese afán de los mamertos de darle a conocer a las jóvenes generaciones la trastienda de nuestra verdadera historia nacional que hoy tenemos a los pájaros tirándole a las escopetas. ¿Quién dijo que la gente del común debe estar al corriente de los escándalos inverosímiles de la vida republicana y conocer la cara oculta de sus próceres vivos, como el Eterno Presidente, que refundó la patria y ahora trabaja a brazo partido en la refundación de nuestra memoria histórica? El ataque aleve que sufre de frente la señora vicepresidente, sin miramiento de su condición de mujer —al igual que Vicky o Salud por defender al Sagrado—, a quien la turba motilona, maloliente y de poco baño llama en redes con el mote vulgar y peyorativo de Tía Martuchis, nos está convirtiendo en un país inviable en el plano moral y social. Por eso —al igual que en los años de la republica liberal contra la trinaría de Olaya y López Pumarejo o en la década de 1990 con las convivir— la gente de bien va tener que comenzar a organizarse con palos y llevar revólveres para defender sus hogares, como lo sugiere Salud, porque desde todas partes nos asechan turbas de vándalos y bestias salvajes, que son capaces de moler a patadas, palos y pedradas (tal como lo registra la canción de los Melódicos, que cantó magistralmente el negro Víctor Piñeros) a los propios policías.

Esos “grupos de delincuentes sin armamento” quieren secuestrar la opinión pública desde las redes sociales. Hoy comienza a ser cada vez más más evidente que estas han sido capturadas “por los líderes del odio y los insultos”, como lo pone de manifiesto en su cuenta de Twitter ese baluarte de la objetividad informativa, que es el joven periodista Luis Carlos Vélez. Y eso, queridos compatriotas, no debemos permitirlo. El derecho a formar y adoctrinar a la opinión pública —de manera heterónoma, anómica y monolítica— es un privilegio reservado a los cuadros más lúcidos de la intelectualidad estamentaria, entre los que sobresalen mentes brillantes como la de Plinio, María Isabel, Darío, Darcy, Pacho-Facho, Mario Fernando, Salud, Carlos Antonio y Nando Invercolso.

Esas “turbas […] de delincuentes sin armamento” —por usar el término usado con tino por Salud— han salido ahora a comparar la moral con el moral (la morera, los morales). En su afán de confundir una cosa con otra no reparan que el segundo es un tema que concierne a la agricultura, mientras que la primera concierne a la cultura “las costumbres, la normas, los tabúes y los convenios establecidos por cada sociedad”. Por eso no se miden para decir que, “viéndolo bien, el que andaba con bandidos era el Ñeñe”, lo cual no es solo una ofensa para la memoria del emérito finquero vallenato y curtido hombre de negocios sucios, sino para todos aquellos que tuvieron el honor de frecuentar su morada, fueron objeto de su estima y compartieron con él en sus morrocotudos ágapes e inigualables saraos.

En uno de esos panfletos descachimbados y vejatorios que han puesto a circular estos petimetres de caserío, un tal Jack Baltimore toma una foto de Marta Lucía, donde esta — haciendo uso de su sensibilidad social— se dirige de manera pedagógica a tres mozalbetes cargadores de bultos en un mercado de abastos. Para acometer su empresa disociadora, este facineroso del teclado transforma la imagen en un cartel oprobioso, que pordebajea (por “un delito cometido por un ser querido”) la “honorabilidad” de esta distinguida dama zipaquireña, que le ha servido al país con “entrega patriótica”. En esa cuchufleta despectiva —que insulta de paso la condición femenina y la dignidad vicepresidencial con un “lenguaje de gente de puerto” como dijera con donaire el escritor argentino José Blanco—, ese guache desclasado no se mide para poner en boca de la señora vicepresidente una frase apócrifa y nauseabunda, que a ella nunca se le ha cruzado por su inmaculada mente y antiséptica boca. En ese lance el badulaque plazuno se complace en poner a decir a Marta una oración que produce prurito en el orto: “… y cuando lleguen a Estados Unidos mi hermano les dará un laxante…”, reza el enunciado canalla y repelente.

La mofa sediciosa y pestífera es celebrada —a mandíbula batida y en carcajada plena— por el “incendiario” caricaturista Matador. Como ya es sabido, este grosero dibujante, garabateador de mamarrachos indecentes, que tiene bien ganada una reputación de saca micas de la changua barbuda, tatuada y mechuda que integra la proterva banda del pajarito, se vale de su influencia para atizar la algazara, el guirigay y el bullying contra los huéspedes de la casa de Nariño. Es a él a quien se le atribuye la paternidad del mote grosero y perturbador de “La Tía Martuchis”. La invención de este dibujante réprobo ha sido retomada por bandas organizadas de desquiciados, como esa que se autodenomina Memes Políticos Colombia, que se dedican a teñir de mácula la impoluta imagen de Marta. No contento con las risotadas que desata con sus caricaturas, en un periódico de gran circulación nacional, en los energúmenos que le llevan la contraria al gobierno, este pelafustán pendenciero se da garra dándole vuelo en redes sociales a la imaginación de la gentuza. Su accionar persigue un claro e indecoroso propósito: trapear el piso con la humanidad de la vicepresidenta. Para hacer posible su meta se vale de preguntas disparatadas, que contribuye a la creación de una atmósfera mordaz e insidiosa contra la adusta figura de Martica. El enrutamiento de la opinión pública en dirección de su cometido chocarrero, lo lleva a cabo a partir de interrogantes quisquillosos, que plantea en el muro de su cuenta de Twitter. A la sazón, traigo uno a colación: “¿Mujeres, realmente se sienten representadas por la vicepresidente Marta Lucía Ramírez?”.

En un recorrido leve por el mundo virtual salta a la vista —a ojo de buen cubero— la unidad de propósitos entre este delineante de mamarrachos y los agitadores de la banda del pajarito. Eso se puede apreciar en el modus operandi de este caricaturista jalabolas del sanedrín Mamerto y los volatineros de espíritu corrosivo, como el descomedido de Baltimore, que no se cansa de lanzar pavadas fétidas y subversivas contra la vicepresidente. Su mal ejemplo ha sido copiado por chamarileros de segunda línea, que se han ido detrás de ellos aprovechando su viento de cola. Esto les ha permitido de alinear en su órbita a una cáfila de descocados, ebrios de socarronería, que no lo piensan dos veces para sumergirse en los albañales, por donde desagua la boñiga de la lengua española y solazarse en el insulto soez. A ese festival de chacotas toscas, donde no se escatiman los términos obscenos y los giros lingüísticos repulsivos para referirse a la copiloto de la Casa de Nariño, la cual ya no es llamada por su nombre, se unió el sobrino del indecente presidente elefante, que ha lanzado su novela En la cabeza de Martuchis.

Dispuestos a armar la guachafita, la turba perjura está siempre atenta al más mínimo gafe de la vicepresidente, para abalanzarse encima de ella sin clemencia, con el objeto de desgreñar su pulquérrima figura, haciendo uso del comentario desobligante e inmundo, que linda en lo disoluto. Cualquier excusa es válida para desatar la chercha: los consejos a las mujeres sobre su futuro profesional, el llamado de atención a los pobres para que no sean atenidos al Estado, el empobrecimiento repentino de la clase media en tiempo de pandemia... Esa feria de chirigotas licenciosas no solo se ataca la figura vicepresidencial, pues ella va orientada más que todo a quitarle lustre a todos los iconos del poder nacional. La orgia de chistes malintencionados ponen de manifiesto una voluntad anarcoide —posiblemente atizada por sustancias narcóticas— en la que se deja en evidencia un deseo de no querer dejar títere con cabeza ni en el palacio presidencial del centro de Bogotá, ni en la Hacienda Hatogrande de Sopó, ni en el Fuerte de San Juan de Manzanillo en Cartagena de Indias. El relajo ha llegado al nivel de cambiarle el nombre a la sede presidencial, a la que se han dado en llamar, en su lengua de Barrio Abajo, el Palacio de Narquiño o la Casa de Nari, como si la sede del poder ejecutivo nacional fuera un antro de putas de Montería o un picadero para heroinómanos callejeros, de la ciudad de Río Colorado en Baja California.

La intención de comparar la tragedia familiar de Marta Lucía con la actividad jíbara de la perrata, que se dedica al tráfico de tóxicos al menudeo, llega a su culmen, cuando un comentarista, que se hace llamar el Cucho Wilson, afirma de manera despreciativa que “una mula o un narcotraficante en una familia de estrato seis es una tragedia. Una mula en una familia pobre, es un delincuente”. Aunque ustedes no lo crean, pero ese tipo de algazara de claro talante ácrata, donde el perraje insumiso se divierte repartiendo masa fecal (así sea de manera virtual) sobre la segunda personalidad pública más importante del país, es un espectáculo dantesco, que busca degradar las instituciones democráticas destruyendo la autoridad del gobierno. El credo agitador, que se oculta detrás de la imprecación insurgente del El Cucho Wilson, tiene un objetivo concreto mis queridos radioescuchas: hacer anidar, por la vía de la pamplina y el chiste socarrón, el odio de clase en el corazón del pueblo humilde y sandio, para el cual da lo mismo una bola de moco que un moco en la bola. Si eso no es así, ¿entonces a qué viene eso de concluir su monserga diciendo que la tragedia de la doctora Marta Lucía es un claro ejemplo de la manera en que se “estratifica a la justicia en este país gobernado por hampones”?

Supongamos que en la primera parte de su premisa el tal Cucho Wilson tiene algo de razón: la justicia en el país está estratificada. Ya lo dice el adagio popular… “la ley es para el de ruana”. Y yo como abogado titulado y juramentado no puedo negar la verdad contenida en ese aforismo populachero, que uno debe cuidarse de evocar delante del vulgo harapiento. ¿Pero por qué inculpar al gobierno actual de esa tradición tan arraigada en nuestra filosofía jurídica? O como dice El Papagayo Jota Jata, ese célebre locutor que conduce la emisión La Cartilla en la estación de radio La Tertulia, de la ciudad de Malabrigo, en la provincia de Pedraza, ¿por qué echarle la culpa al gobierno, que acertadamente dirige el Centro Democrático, de los males atávicos que tienen al Estado al borde del colapso en este país fallido? ¿Qué culpa tiene el gobierno que dirige con tino y pericia el diligente joven Iván y la experimentada doctora Marta de las incursiones intrépidas, en el mundo empresarial con olor a perfume maleante, que acometió hace ya “25 años” el hermano menor de la vicepresidente? ¿A dónde quieren conducirnos armando esta tormenta política “desproporcionada” sobre el lomo de un “hecho, que fue doloroso pero que ya pasó y que, si bien no se sabía, tampoco tenía por qué saberse”?

En fin, como dijo muy acertadamente la siempre preclara, lúcida y facunda ministra Alicia Arango, sobre el nombramiento del hijo de ese héroe nacional malquerido e incomprendido que fue Jorge 40: “los delitos de sangre no se heredan”. Y finalmente, a todas esas, ¿qué nos importa a los amigos del gobierno y a los colombianos de bien los nubarrones maculosos, que proyecta sobre la figura vicepresidencial el pasado del hermano menor de la vicepresidente y los negocios confusos de su marido con el mago Memo-fantasma? ¿Es que acaso los guacharos escandalosos, cargados de tóxico y malos agüeros, que se parapetan bajo el paragua opositor no se han dado cuenta que ella está allí por qué “tiene el talante de servidora pública” y la vocación de sacrificio desde los altos cargos del Estado a favor de los intereses de sus copartidarios, amigos y asociados? ¿Es que se les hace difícil de colegir que a este gobierno no le interesan los compatriotas sino los copartidarios y los compadres?

Escuchando la perorata de esta gente uno, amables oyentes, debe adoptar una postura reflexiva. Por eso, frente a un tipo de discurso como el del Cucho Wilson, me pregunto yo por el mensaje que se nos quiere enviar con ese tipo de argucias. Y yo mismo me respondo. No hay duda que el mensaje del odio de clases del que hablan el mesías pregonero de la “economía cristiana, solidaria, fraterna entre empleadores y trabajadores”. Quien sacó a la luz pública el pasado farragoso y agitado del hermano de Martica no busca otra cosa que agitar la lucha de clases, desprestigiado de paso a una de las figuras cimeras de nuestro firmamento político, como lo es la muy preclara y prestante señora vicepresidente. Es que definitivamente esa gentuza sin pedigrí ni solera, que malvive sin reato en su ignorancia supina, todavía no alcanza a comprender que, en un país, como el nuestro, descuadernado por la catástrofe del narcotráfico, como lo ha dicho oportunamente el empresario Samuel Azout, "quien no tenga un pariente que haya sido narco que tire la primera piedra".

En todo caso, en el caso de nuestra vice y los asuntos que son materia de debate en la opinión pública vale aquí traer a colación la pregunta, que muchos filósofos se han hecho sobre el poder: ¿el poder para qué? El analista Gonzalo Gómez Betancourt dice que “Colombia es uno de los países en donde la gente utiliza el poder de una manera desastrosa [ pues el poder es] utilizado para beneficio personal [en función] de privilegios ilegítimos…contrario a la igualdad de los ciudadanos”. ¡Chanfle! Me traspapelé. Sin darme cuenta he terminado citando al autor que no quería citar y trayendo a colación aquella parte de su discurso que me parece subversiva. Pero, bueno, sobre el asunto de la tragedia de la vice no deja de tener razón María Jimena Duzán, cuando dice que en el tema del narcotráfico: "Marta Lucia Ramírez nos mira a todos con arrogancia desde un pedestal de la moral que no tiene". ¡Oh Dios mío!, sin darme cuenta he terminado confundiendo chivas con cabras y peras con manzanas. Queriendo apoyar mis ideas con el pensamiento de María Isabel sobre el tema, he terminado introduciendo aquí el punto de vista de María Jimena, en aspectos que jamás debí haber tocado. Pero, a todas estas y ya entrados en gastos, para ser un poco ético en el manejo de la temática, ¿qué tal que la que tenga razón en estos temas sea la señora Duzán y no yo, que me dejo llevar casi siempre por la información sobre este tipo de asuntos que me pone al alcance de la mano la bodeguita de palacio? En conclusión, como dijo el célebre cantante de La Junta:  “¡se las dejo allí!”.

Como siempre, no siendo más por el día de hoy, se despide de ustedes su humilde servidor Casimiro Del Valle La Montaña de Gutiérrez de Piñeres, quien los invita a seguir escuchando su emisora Ondas de la Caverna, que transmite desde la noble ciudad de Hoyo Oscuro, localizada en lo más profundo del Caribe colombiano.

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