Que la suerte lo acompañe, candidato

Que la suerte lo acompañe, candidato

En lugar de exponer las múltiples razones por las que eligió por quien votar, resaltará la situación de inseguridad y desprotección en la que se encuentra este personaje

Por: Paula María Delgado M.
septiembre 27, 2017
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Que la suerte lo acompañe, candidato

Hace unos meses decidí unirme a la campaña de una persona que, a mi juicio, es la única provista de la experiencia profesional y la solidez ética necesarias para competir honorablemente en las próximas elecciones presidenciales de nuestro país (desde luego, aquí, históricamente, han sido otros los factores que determinan dicha contienda, pero eso es asunto de otra reflexión). Aclaro, la mía fue una decisión motivada no por las rifas, puestos y espectáculos que se ofrecen en otras partes, sino por la convicción y confianza que da haber analizado la trayectoria académica, laboral, política y personal de este ciudadano, y haber tenido la oportunidad de compartir con él algunos espacios, una vez me acerqué a su equipo de trabajo, para confirmar que esa imagen positiva, recta y esperanzadora que proyecta corresponde con la realidad.

Podría usar estas líneas para exponer en detalle todas las razones por las que he tomado esta decisión e intentar convencerlos de que hagan lo mismo. Afortunadamente, cada día son más los artículos y opiniones que se publican con dicho propósito. Me explico: resaltando la importancia histórica y la urgencia coyuntural de apoyar una figura, unas ideas y unos valores como los que representa mi candidato. Por ello prefiero aprovechar este espacio para resaltar, mejor, la situación de inseguridad y desprotección en la que se encuentra este individuo.

A este punto, ustedes pueden estar preguntándose de quién se trata el personaje al que me refiero o por qué no lo llamo por su nombre propio. Y no, no estoy ensayando el suspense como mi nuevo estilo literario (ahora que he terminado la etapa de los sosos ensayos académicos). Resulta que han sido los funcionarios de las entidades estatales encargadas de la vida y la integridad física de las personas públicas quienes le han agregado el misterio y la incertidumbre a toda esta historia. O mejor dicho, quienes han invisibilizado y dejado a la suerte a su protagonista.

Mi candidato, evidentemente, no es un exsenador, exministro y exvicepresidente de la República que toda la vida ha tenido a su servicio personal y bienes de seguridad del Estado, y al que le han hecho múltiples denuncias por sus abusos de autoridad y malos tratos. Por supuesto, tampoco es un exsenador y polémico exalcalde que está dentro de los 10 primeros lugares de la lista de personalidades con mayor nivel de seguridad estatal, siguiendo una entrevista de la revista Esquire a Andrés Villamizar, antiguo director de la UNP. Ni lo es otra integrante de esa lista, una exsenadora que fue recientemente habilitada para volver a la arena política; en diversos medios de información y redes se ha manifestado que su caravana de vehículos y guardaespaldas es equiparable a la de grandes y suntuosos empresarios. Parecida a la de un exprocurador que cuenta con un esquema de protección constituido por 19 escoltas y 9 carros, de los cuales “solo uno es de la Policía, mientras que la Procuraduría provee los otros ocho: cuatro para él, uno para su esposa y los otros tres para sus tres hijas” (Semana, 2016); descartado. Y también descarten al exjefe del equipo negociador del proceso de paz con las FARC, pues incluso él cuenta con al menos 3 escoltas; los vi hace unos días, cuando acompañaban a su protegido en mi universidad, al ser el invitado especial en la ceremonia de mi grado.

De la lista de “ex” pasemos a observar la situación de quienes hoy ocupan cargos públicos en el país y, al tiempo, buscan la Presidencia, es decir, 10 senadores. Por el ejercicio actual de sus funciones, la Policía Nacional y la UNP tienen la responsabilidad de cuidar estos 10 legisladores y precandidatos día y noche. Cada uno de ellos recibe, de entrada, un carro blindado y un policía como escolta; este número varía conforme al nivel de riesgo que le determinen las dos entidades involucradas a cada uno de ellos (y, por supuesto, siempre es alto) y también a su discreción, es decir, cada senador tiene asignado un presupuesto a su Unidad de Trabajo Legislativo que puede distribuir y manejar como considere. De acuerdo con una publicación de El Tiempo, cada senador reporta gastos de $344 millones anuales en promedio por concepto de seguridad.

Mi candidato no nos ha hecho gastar un peso en su seguridad, al menos durante los últimos dos años. Nunca ha abusado de sus cargos para detener el tráfico al moverse en la vía pública o para humillar a sus cuidadores, pues a todos los considera sus amigos y mejores aliados. Hoy recorre el país con recursos su propio bolsillo y el apoyo y cariño de quienes lo hemos recibido en cada pueblo y ciudad que visita. Para transportarse muchas veces estira el brazo y coge un taxi. Y para protegerse se echará la bendición, supongo. Normal. Como el 95 % de los colombianos.

Seguramente los 12.000 millones de pesos diarios que gasta la UNP, la Policía y las Fuerzas Militares, la Fiscalía, la Procuraduría y demás, para proteger a más de 8.000 personas registradas como amenazadas en el país por diversos riesgos están muy bien justificados e invertidos. Mi pregunta entonces, señor Diego Mora, director actual de la UNP, es la siguiente: si la vida de ellos es tan importante y valiosa para usted y su entidad, ¿por qué la de Sergio Fajardo no lo es? Sergio Fajardo, un profesor de matemáticas, exalcalde de Medellín (el mejor del país entre 2004-2007), exgobernador de Antioquia (el mejor del país entre 2012-2015), cabeza de las administraciones que lograron los más altos índices de transparencia, gobierno abierto y transformación social y urbana en estos territorios durante esos años. ¿Seguro que no ha escuchado de él? ¿Tiene idea del riesgo en el que vive una persona que diariamente le insiste al país en la importancia de no dejar que los corruptos y violentos nos sigan gobernando?

Señor Mora: Fajardo, mi candidato, es un hombre sencillo, cordial, paciente, elocuente y decente. Si ya lo había escuchado o conocido antes de este escrito, voy a asumir que es por eso, por sus grandes obras y virtudes, que usted considera innecesario un esquema protección y seguridad especial para él. Que Fajardo puede defenderse a punta de inteligencia, carisma y suerte en medio de tantos desafíos, por decirlo de algún modo, que lo rodean. Me alegra que sus expectativas sobre él sean altas (quizás demasiado para mi gusto), pero me preocupa enormemente que usted no se haya interesado en ver y actuar frente a los peligros que él encara todos los días. De los que sí protege, por una u otra razón, al resto de candidatos. Hay razones suficientes, y usted las sabe evaluar mejor que cualquiera, para también poner su atención y tomar medidas con Fajardo. Ya lo dije: el desenlace de esta historia preocupa. Está en sus manos.

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