Cartas escritas sin destinatarios

Cartas escritas sin destinatarios

"Es necesario que fortalezcamos la idea de una nueva visión de país, consolidando un pensamiento abierto y vanguardista sobre una nación donde quepamos todos"

Por: JESUS OCTAVIO TORO CHICA
junio 02, 2017
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Cartas escritas sin destinatarios
Foto: Posconflicto Colombia

En esta primera carta que no tiene destinatario, pero que, a la vez, tiene casi 50 millones de colombianos, quiero que entre todos recordemos y por tanto reconozcamos a nuestro país; lo que es y lo que significa. Les invito a que nos adentremos en el hermoso mundo del amor y del respeto por Colombia. Esto implica sacrificio. Compromete el optimismo, la fe y hasta la misma esperanza. Nos transporta a ideales y futuros ciertos y a la construcción de otros escenarios sobre los cuales se ha de mover la patria y que pareciese por los acontecimientos que se atraviesan a diario, muy inciertos.

Bienvenidos todos entonces, a la más hermosa de las pasiones que podamos tener los colombianos: toda nuestra Colombia entera.

Estoy seguro, que como en el caso tuyo, es y seguirá siendo el gran amor de los colombianos a pesar de que se mueve siempre en los límites de lo absurdo y luchas inentendibles de contrarios.

Muchos han escrito sobre Colombia y entre todo lo que se ha escrito, uno encuentra lo paradójico que es y uno podría concluir que, de todo ello, hermosamente ahí solo existe un indefinible límite con el absurdo y un admirable choque creativo de contrarios.

¿No te ha parecido que Colombia es dolor y placer?: Colombia se debate entre luchas septuagenarias que pocos entienden, que algunos apoyan y que otros patrocinan; pero al mismo tiempo se da el lujo de respirar el mejor de los ambientes socioculturales que en otros países nos envidian, y dentro de ese absurdo y paradójico devenir hemos sido catalogados en varias ocasiones entre los países más felices del mundo. ¿Qué tal?

No te has dado cuenta que Colombia es vida y muerte. Mientras se destaca a nuestros científicos, especialmente al Dr. Llinás en la NASA y vienen al mundo cualquier cantidad de nuevas vidas por minuto, sabemos que existe en algún paraje recóndito de nuestra nación el dolor por la desaparición sin tiempo de alguien que aún soñaba con mejores cosas o el simple despertar con el hambre acumulado de muchos días, pero con el corazón henchido de ganas de vivir, así el ejercicio de lo diario sea simple supervivencia.

Colombia es luz y sombra. Cuando menos pensamos, como pueblo estamos en el culmen de la iluminación que nos propician los logros de alguien, y así, de la misma manera, casi sin darnos cuenta se nos ensombrece la vida con la interpretación de la peor de las derrotas o, a la lectura de algunos pesimistas “una derrota” imperdonable. Pasamos extremadamente fácil del éxtasis total a la desilusión; de la alegría desbordante a la más contagiosa de las tristezas; del júbilo inmortal a la depresión más asquerosa; de la vida a la muerte; de la luz a la oscuridad; del miedo al miedo; …si no es ninguna equivocación. Del miedo al miedo en un nuevo contrasentido como somos los colombianos. Pero maldita sea, así somos, así nos queremos y así nos quieren.

Colombia es canutillos y lentejuelas, como también es hambre y miseria. Y no solo en nuestras fiestas patrias novembrinas, sino que es marco de referencia de muchos pueblos de nuestra nación. La farándula, el carnaval, el jolgorio, sirven de excusa para el desboque de muchos sin sentidos, mientras otros, tal vez en las más miserables de las covachas, simplemente mitigan su hambre, su propia miseria retratada en una lágrima que escapa sin querer, pero al fin y al cabo en búsqueda.

Colombia es amor y odio. La mayoría de los colombianos de bien, que somos los más conocemos del amor, sabemos amar y nos gusta amar. Así como suena, amar con todas las implicaciones que ello tiene. Corremos los riesgos. Amamos sin medida, sin contemplaciones y por eso nos queda tan fácil pasar al sentimiento contrario cual es el odio extremo donde tampoco somos capaces de medir las consecuencias.

En fin, en el límite del absurdo cabrían muchas otras consideraciones, pero así es Colombia y así quiero a mi Colombia. Porque es día y noche; Colombia es sol calcinante en las doradas arenas de sus playas y extensos pero desconocidos desiertos y nieve impenetrable en sus páramos; Colombia es rica en su gente, pero muy pobre en la forma cómo vive su gente; Colombia es bullanguera y alegre, pero al mismo tiempo silenciosa, miedosa y taciturna; Colombia es Sol y Luna, quienes en su interminable coqueteo nunca alcanzan a besarse, pero se encuentran en el mismo firmamento; Colombia es comunión de esfuerzos, pero al mismo tiempo despelote de comportamientos; Colombia es abrigo para quien tenga que acoger, pero también es descampado y desarraigo; Colombia es verde como sus extensos campos y llanuras, pero también es roja por la sangre que a diario derramamos y que se confunde con el sol de los venados de sus hermosos atardeceres; Colombia es sol fresco de madrugada sin olvidar sus sombras cansadas en la tarde; Colombia es mía pero la siento muy ajena; Colombia es contradicción, caos, armonía; Colombia es brillante, oscura, transparente y opaca; Colombia es fuerte, pero siempre se deja vapulear por su debilidad. Colombia es madura, pero adolescente; Colombia es bella. Históricamente, el absurdo ha contribuido a que lo ético y lo estético se confundan en una misma ligazón de sentidos lo que me permite decir: Colombia eres bella y te amo.

Uno de los más claros compromisos que tenemos los colombianos hoy es unirnos alrededor no tanto de las ideas, sino de los amores y de las acciones, al fin y al cabo, la pasión hace parte de la misma emoción.

Creo que es necesario que fortalezcamos la idea de una nueva visión de país, consolidando un pensamiento abierto y vanguardista sobre una nación donde quepamos todos, pluralista, abierta, acogedora, pero, además, actuemos con la dignidad que nos lo exige la patria. Actuemos. Ya está bien de discursos y diagnósticos.

Quitémonos las máscaras que cubren con dolor nuestras miradas y volvamos a recuperar la capacidad de asombro, aquella que hemos perdido poco a poco a fuerza de que los colombianos nos hemos acostumbrado a todo; nada nos impacta; nada nos produce la más mínima sensación, a excepción de aquella que aparece, cuando sentimos como si lo que ocurre ya lo habríamos vivido antes. Todo, hasta lo más escabroso, como pueden ser un mal gobierno, una masacre, una tragedia natural, la muerte de los niños por desnutrición, los atropellos a la diferencia, la violencia, en fin, todo se nos ha vuelto común y corriente, hace parte de nuestra cotidianidad, simplemente es hábito, costumbre, ya está incorporado en nuestros itinerario e imaginarios personales. Parecemos zombies o al menos humanos muy bien anestesiados…Lastimosamente hemos perdido la sensibilidad, la capacidad del asombro y de la admiración. Lo dicho, nos falta desarrollo de la inteligencia emocional para que podamos explotar nuestras mejores pasiones y emociones sin que se nos tache de pendejos.

No se nos olvide; no se te olvide a ti, para quien escribo estas líneas que Colombia es de todos y es así como la queremos; no es solo de quienes se declaran a sí mismos expertos en ella. Una Colombia que realmente sea una Colombia integra. Sin fisuras, sin engaños, sin mentiras. Simplemente Colombia.

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