Terapia relajante
Opinión

Terapia relajante

Cuatro pequeños relatos de ficción para descansar un poco el alma

Por:
septiembre 09, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Llevamos más de un año con el tema de la paz venidera y, ahora que ya tenemos fecha del plebiscito, solo se habla de eso en los medios con dardos de lado y lado.

Por ello, y para descansar un poco el alma, me propongo presentar cuatro pequeños relatos de ficción, que yo llamo “Gotitas en equilibrio”.

Ahí van pues, sin más preámbulos.

 

Me gusta

El interné murió (cosas del mundo moderno) y la pobre muchacha se ha enloquecido al no poder comunicarse, no poder ver y sentir, sola ante todo, tiene miles de amigos en facebook, twitter es su olfato y palpa con el messenger la quijada de sus íntimos y, ahora, sin interné, no encontraba la forma de salir de su casa, tantos años adherida a la pantalla habían creado un lazo demasiado fuerte, casi que inquebrantable.

Al fin salió a la calle con la ayuda de plomeros y autoayudas y cuando conoció la luz del sol, no supo cómo expresar un "me gusta" a la sonrisa de un joven de pelos alocados y mirada melancólica que a su lado pasó.

 

Una triste historia

Mañana se cumple un nuevo aniversario de la muerte de la abuela Rosario.

Es un día triste, nosotros vamos como a medio día al cementerio, papá, mamá y nosotros tres. A Daniel y a mí nos ponen corbata y a Pili la visten de princesita. Mamá llora y vemos todos a lo lejos al tío Eufracio y su familia, más allá de la verja, quienes entran solo cuando nosotros ya hemos salido.

Ya ni se hablan y parece que se odian.

En eso llevamos dos años, y entre el tío Eufracio y mamá se echan las culpas de todo. Habíamos ido a la laguna a pasar el día, jugamos con los primos, la abuela estuvo rico sentadita a la orilla, mirando el agua que tanto le gustaba, resguardada con su frazadita, almorzamos hamburguesas con papitas fritas y a la tarde, ya cuando el frío tomaba confianzas, cada cual cogió su carro y de la vuelta a la ciudad. El problema fue al día siguiente, cuando todos pensamos que la abuela había viajado en el otro carro. Cuando fueron a buscarla, mamá dice que seguía en la orilla, sentadita y fría. Parece que quedó como un pollito.

 

El maestro Tapias

-¡Mierda!, gritó a la vez que alzaba los brazos como si fueran las aspas de un gran ventilador, y todos nos quedamos aterrados viendo al maestro Tapias, tan formal siempre, recto, educado y cortés, de los que se levanta cuando se acerca alguien a la mesa, de los que arrastra el asiento de las damas cuando estas se sientan, a quienes besa con delicadeza la mano, haciéndolas sentir condesas por un minuto. ¡Él, diciendo mierda! El maestro Tapias, que tendrá unos cincuenta años y pareciera vivir en el siglo diecinueve, con tirantes plásticos que le aguantan las medias y siempre un pañuelito florido en el bolsillo del saco, otro blanco en el bolsillo del pantalón para ayudar en las emergencias, para prestárselo a quien lo necesite, no vaya a ser que una dama se haga un sucio, había dicho, cuando nadie de sus labios había oído algo parecido, la palabra mierda. Nadie osó mirarle o saber qué había ocurrido, pero sí nos dimos cuenta, todos, que el maestro decimonónico agitaba su pie y lo golpeaba contra el pavimento, seguramente con el fin de limpiarlo de algo, y tampoco supimos, por educados que somos y no preguntar lo que no nos corresponde, si el maestro Tapias había pisado una simple cagada de perro o por primera vez en su vida exclamaba las cosas y estaba demostrando tener corazón.

 

Celos afilados

Serán las tres de la mañana, calcula Betsabé. Está desvelada, intenta cerrar los ojos y sin embargo estos se abren solos y solo consigue oír el goteo en la ventana, una llovizna suave que logra inquietar cualquier momento y que no permite la concentración. A su lado su marido duerme, plácidamente y con la boca abierta, se come el aire a cada rato, y ella, recordando tal vez algo, obedeciendo a cualquier inquietud, le destapa las sábanas que le cubren y logra verle mejor, y para verle mejor y viendo que Marito pareciera que mejora el sueño, que estira su cuerpo con deleite, pues ella se decide a quitarle el pijama, primero arriba la camisa, botón por botón, después abajo, el pantalón, y le extraña sobremanera lo que ya puede ver con detenimiento y que tal vez alguna vez ha visto por encimita: el tatuaje en mitad de una nalga de un corazón y el nombre Luz Marilin entrelazados.

Sin preguntar mucho fue a la cocina por un cuchillo bien afilado.

Y hablando de…

Y hablando de cuchillos afilados, ¿quién le quitará el suyo al exproCURAdor Ordóñez?

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