60 años de un plebiscito agridulce
Opinión

60 años de un plebiscito agridulce

Un jefe liberal y otro conservador sellaron una paz burocrática a costa de la paz política. El plebiscito fue el partero de las Farc, el ELN y otros grupos insurgentes.

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diciembre 01, 2017
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Hoy se cumplen sesenta años de la aprobación del plebiscito convocado por la Junta Militar de Gobierno, mediante el decreto 0247de octubre de 1957, para que los colombianos incluyéramos en la Constitución los cambios que facilitaran la aplicación los acuerdos del Frente Nacional suscritos por los doctores Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez en Bernidorm y Sitges. La votación fue copiosa y celebrada como un acontecimiento de fervor democrático, propio del momento que vivía el país al finalizar la dictadura de Rojas Pinilla.

Sin embargo, los autores de la nueva política circunscribieron al liberalismo y el conservatismo la transición pactada, excluyendo a comunistas y socialistas de las elecciones que se llevarían a cabo entre 1958 y 1974, a sabiendas de que no eran fuerzas determinantes de nuestro destino político por su exigua aceptación popular. De la vigencia de esa disposición restrictiva surgió lo que hemos llamado la “oposición armada”, pues al sustraer al resto de los partidos de la competencia democrática sus cuadros y sus militantes, o parte de ellos, hallaron en la rebelión y la sedición la forma de expresarse.

Trece meses más tarde, y como anillo al dedo, cayó el triunfo de la primera revolución armada en América Latina: la cubana. Su modelo y sus ideas inspiradoras contribuyeron a que las minorías de la izquierda radical colombiana y de la guerrilla liberal burlada por el Estado, se fueran al monte a buscar por las armas el restablecimiento del derecho que un jefe liberal y otro conservador les arrebataron de un plumazo, sellando una paz burocrática a costa de la paz política. El plebiscito fue, en ese sentido, el partero de las Farc, el ELN y tantos otros grupos insurgentes.

La sombra de McCarthy había tendido su manto sobre otra negra y más larga noche de violencia para Colombia.

Sin descartar en Lleras Camargo y Laureano Gómez la buena fe con que actuaban, se equivocaron al pensar que su jugada no tendría consecuencias en el tablero político del país. Si vieron regresar a comunistas y socialistas a la arena política a los dieciséis años sin romperse ni mancharse, bastaron cuatro cuatro períodos de alternación liberal conservadora para que la subversión creciera sobre el lomo de una indudable mística revolucionaria, y con terreno abonado por la desproporcionada concentración de la propiedad rural y por el monopolio de poder político de cuatro familias privilegiadas.

 

Bastaron cuatro cuatro períodos de alternación liberal conservadora
para que la subversión creciera sobre el lomo
de una indudable mística revolucionaria

 

Por la falsa idea de que la lucha armada solo prosperaba contra las dictaduras militares y no contra los gobiernos democráticos, el Estado colombiano, los partidos y sus jefes desestimaron el avance de las guerrillas y restaron importancia a su multiplicación y al adoctrinamiento que adelantaban, con terror de fondo, en zonas campesinas bajo su dominio. Casi canta victoria la alta burguesía cuando cayó la Cortina de Hierro y cesó la financiación soviética a la insurgencia en el Tercer Mundo. Pero aquí el narcotráfico la enriqueció y, enriquecida, se rearmó como un ejército regular, con su propio Plan Colombia, y adquirió poder decisorio en la alta política. Tanto, que las Farc, solitas, eligieron a un presidente conservador que les cedió 45 000 km² de soberanía en préstamo de uso, y cuatro años después, por un viraje pendular de repudio a sus monstruosidades en esa porción de territorio, eligió a otro que se decía liberal en consorcio involuntario con los paramilitares.

Traemos a colación estas reflexiones porque El Tiempo, en su editorial del pasado 11 de noviembre, afirmó que del trabajo de la Comisión de la Verdad saldrán “las razones por las cuales en este país tuvo lugar un conflicto armado que dejó alrededor de ocho millones de víctimas”. Por la exclusión que los expresidentes Lleras Camargo y Gómez hicieron de dos o tres minorías irrelevantes hace sesenta años, el rumbo de la historia se nos torció a un costo incuantificable. Este antecedente es material valioso para los historiadores que se sienten a contarla e interpretarla centrados en un hecho incontrastable y consignado en la norma que el constituyente primario votó –quién lo creyera– para  reabrir las puertas de una democracia en receso.

Un ahorro de cincuenta y dos años de sangre y muerte nos hubiera pareado con Argentina, Brasil y México. Hoy hay indicadores que nos acercan más a Haití.

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