59 años enseñan a pensar
Opinión

59 años enseñan a pensar

“Oí al Mono Jojoy comentar un par de veces que yo no solo sabía cosas porque las hubiera estudiado o leído, sino porque además era viejo y había visto muchas de ellas”

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diciembre 01, 2017
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El miércoles de la semana que termina cumplí 59 años, han pasado ya 40 abriles desde cuando a mis 19, siendo estudiante de derecho de la Universidad Nacional, destrozado emocionalmente por la pérdida de mi primer amor, conocí en una noche de farra a Aracelly, una prostituta de 30 años, que me presentó el otro rostro del mundo, en las felices noches que pasamos entre cafés y moteles del barrio Santa Fe, en la capital del país.

La noche que la conocí, en una taberna llamada San Carlos, en la novena con quince, primer café al que entraba en mi vida, invitado por un gran amigo que laboraba en un juzgado penal, conversamos sobre muchos temas bajo luces rojas y canciones tropicales como la Roncola y Entre rejas. Riendo a carcajadas, entre coqueteos y bailes, hablamos de la prostitución como enfermedad social y el modo como la revolución cubana se había atrevido a enfrentarla.

Ni entonces ni después milité en ningún movimiento político de izquierda. Pero leía con aplicación los textos de filosofía y economía marxista, que se encargaban de cincelar en mi cerebro una visión general del mundo y de la sociedad, en esencia rebelde con el orden de cosas establecido. Era decano de la Facultad el maestro Eduardo Umaña Luna, quien incorporó una reforma académica que pretendía remplazar el modelo de doctor codiguero por el del abogado humanista.

El tiempo pasa sin que uno se percate realmente de ello. Sólo hasta ahora, cuando me acerco a los 60, me parece percibir que realmente el paso de los lustros y las décadas trae consigo transformaciones profundas. Por ejemplo, nací diez años después del 9 de abril y exactamente en el año en el que se produjo el triunfo revolucionario de Fidel en Cuba. No había cumplido los 6 cuando nacieron las Farc. Ignoraba cuánto influiría en mí todo eso.

Habían pasado 26 años de la muerte de Gaitán cuando ingresé a la Universidad. Ese hecho, del que oí desde niño hablar a mis padres en casa, me parecía ocurrido demasiado tiempo atrás. Como la caída de Batista. En la facultad ya se hablaba de las Farc y el ELN como guerrillas antiguas, así como resultaba novedoso el M-19. Ahora, cumplidos 30 años del crimen de Jaime Pardo Leal, me parece ocurrido ayer. Así pasaba con los otros hechos a mis padres, cuestión de afectos.

Oí al Mono Jojoy comentar un par de veces que yo no solo sabía cosas porque las hubiera estudiado o leído, sino porque además era viejo y había visto muchas de ellas. Si pienso en retrospectiva, transcurridos siete años de su muerte, luego de casi 10 bajo sus órdenes, no puedo negar que la vida me ha llevado a lugares y momentos insospechados en mi infancia. Cuando niño soñaba con ser cura, pero fue mi padre quien se opuso radicalmente a enviarme al seminario.

Mi viejo, que había nacido en el norte  de Boyacá en 1923, en el seno de una familia conservadora, de donde vino a parar a Bogotá, como tantos otros jóvenes de su pueblo, atraído para la policía de los años 50, alcanzó su pensión como sargento por allá en el año 68. Sin embargo, aseguro que fue uno de los hombres más decentes que haya conocido jamás. En sus últimos años defendió mi decisión de haberme sumado a las Farc, ya no creía en el viejo país en que vivió.

 

Mi viejo alcanzó su pensión como sargento por allá en el año 68.
Fue uno de los hombres más decentes que haya conocido jamás.
En sus últimos años defendió mi decisión de haberme sumado a las Farc,
ya no creía en el viejo país

 

Hace unos días acudí a la funeraria donde se velaba a un primo hermano. Allí me encontré el menor de los hermanos de papá, con más de ochenta años a cuestas. También debió su pensión a la Policía, aunque nunca pasó de ser agente. Ellos fueron primero laurenistas, y alvaristas luego. Siempre recordaron con afecto a Rojas Pinilla. Mi tío me abrazó emocionado, habíamos ganado una amnistía, éramos otra leyenda en la historia de este país, no ocultaba su asombro.

En un paseo por Bogotá, uno de mis hermanos mayores me invitó a escuchar una música que me traería recuerdos, y procedió a poner a los Beatles. Mientras él guiaba el vehículo nos fuimos a conversar de tiempos idos. De nuestros años en San Bartolomé y la educación con los jesuitas. Él Se graduó bachiller en el 72 y uno de sus condiscípulos fue el actual Fiscal Néstor Humberto. Yo recordé que lo traté en el Caguán, era ministro y celebró a carcajadas una de mis crónicas.

El martes seguí por un buen rato el debate del proyecto de ley sobre circunscripciones especiales de paz. Me despertaron lástima los odios de sus opositores. Para ellos sólo hubo unas víctimas en el conflicto, nunca ha existido el otro país, el pisoteado por ellos, el martirizado por ellos, el que clama por participación y justicia. Pobres, se consideran inocentes, el miedo los ciega.

 

 

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