20 años de El síndrome de Ulises, la obra que convirtió a Santiago Gamboa en voz del exilio colombiano

20 años de El síndrome de Ulises, la obra que convirtió a Santiago Gamboa en voz del exilio colombiano

Fue más que una novela: fue un espejo para quienes partieron. El síndrome de Ulises vuelve con vigencia feroz, 20 años después

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mayo 05, 2025
20 años de El síndrome de Ulises, la obra que convirtió a Santiago Gamboa en voz del exilio colombiano

veinte años después, Santiago Gamboa todavía recuerda el olor a humedad de aquella buhardilla en París. No es nostalgia, es memoria. La memoria no embellece: sólo guarda. A veces como un cajón que se abre solo, sin previo aviso.

Corría 1999 y él, como tantos, buscaba algo. Un sitio, una frase, una versión de sí mismo menos torcida por el tiempo. Se había ido a Europa detrás de un espejismo que, por entonces, se llamaba literatura. Y fue allí, en medio de libros de saldo, estudiantes inmigrantes y bares sin calefacción, donde escribió El síndrome de Ulises. Un título que sonaba a diagnóstico y que lo era. La enfermedad del que se va, del que ya no pertenece a ningún sitio, del que flota entre dos idiomas, dos geografías, dos soledades.

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La novela, que acaba de relanzar Alfaguara en edición conmemorativa, fue desde el principio más que un relato: una confesión colectiva. Porque Ulises, su protagonista, no era un héroe ni un alter ego. Era un espejo. Un joven colombiano que sobrevive en París entre trabajos precarios, lecturas febriles, becas mezquinas y amores fugaces. Alguien que ha salido del país buscando futuro, pero se encuentra consigo mismo. O con lo que queda.

En ese entonces, Colombia ardía en su propio laberinto: diálogos rotos, paramilitares ascendiendo, guerrilla multiplicándose en las montañas. El país expulsaba a los suyos con una mezcla de violencia y olvido. Y muchos —como Gamboa, como Ulises— acababan en ciudades que prometían civilización pero repartían indiferencia. París, Madrid, Berlín: capitales del exilio y la intemperie.

La novela capturó algo que no se había contado. No era el viaje triunfal del latinoamericano en Europa. Era el reverso. El lado B del pasaporte. El frío, el idioma que no alcanza, el desarraigo. Y la ansiedad. Esa que no tiene frontera ni visa, y que acompaña como una mochila en la espalda, aunque el cuerpo esté quieto. El libro no buscaba representar a nadie, y por eso representó a tantos. Fue leído con fervor por quienes también vivían en cuartos prestados, por los que se abrían paso entre traducciones, trabajos de limpieza, tesis interminables, tardes sin nadie.

Con los años, El síndrome de Ulises se convirtió en una de esas novelas que marcan generaciones sin pretenderlo. Había en sus páginas algo brutalmente honesto, como si el autor no supiera que iba a ser leído. El tono era directo, lleno de dudas, saturado de referencias literarias que no eran vanidad sino respiración. Se notaba que quien escribía lo hacía para no asfixiarse.

Ahora, veinte años después, el libro reaparece como esos amigos a los que no se ve en décadas y, sin embargo, siguen diciendo verdades incómodas. Gamboa, que hoy vive en Roma y se ha consolidado como una de las voces más singulares de la literatura colombiana, lo mira con distancia y afecto. No lo reescribiría. Pero le agradece. Fue la novela que lo convirtió en autor, que le dio un tono, que le mostró que la literatura no siempre se escribe desde el éxito sino, muchas veces, desde la incomodidad.

La nueva edición, que editó Penguin Random House, no incluye grandes añadidos. No los necesita. Pero sí viene con un breve prólogo donde el autor confiesa lo que muchos ya intuían: que escribirla fue una forma de exorcismo. Que todo lo que duele, si se escribe, a veces duele menos. Que la literatura puede ser también una forma de domicilio, aunque sólo dure lo que tarda uno en leer un capítulo.

Hoy, el síndrome de Ulises sigue vigente. Porque el exilio ha cambiado de forma pero no de fondo. Porque miles siguen saliendo cada año, con otras razones, otros acentos, otras ciudades, pero la misma incertidumbre. Porque irse sigue siendo una forma de quedarse sin tierra firme.

En las librerías, el libro aparece otra vez como quien regresa a casa después de una larga ausencia: no idéntico, pero reconocible. Lo encuentran los que lo leyeron entonces, y también los que nacieron después. Unos lo abren para recordar, otros para entender. En ambos casos, la herida sigue fresca. A veces, un libro basta para que un país se mire al espejo. A veces, una novela basta para contar lo que los noticieros no logran. En este caso, fue un colombiano solitario en París quien lo escribió. Y fue Ulises —con su ansiedad, su exilio, su belleza rota— quien lo dijo todo.

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