Petrona Martínez y la ingrata labor de limpiarle la cara a Colombia

Petrona Martínez y la ingrata labor de limpiarle la cara a Colombia

La gran cantaora del país fue empelada del servicio, lavo ropa, sacó arena de los ríos para vender, pero desde el día que la vieron en escena no ha parado de viajar por todo el mundo

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mayo 05, 2014
Petrona Martínez y la ingrata labor de limpiarle la cara a Colombia
Foto cortesía www.SharonAlviz.com

“Esa es la historia de mi vida”, dice Petrona Martínez cuando habla de La vida vale la pena, la canción que más le piden en los conciertos. La que ella casi siempre deja de última para complacer al público cuando grita “otra, otra”. La canción que de tanto cantarla hasta se le olvida. “Donde quiera que yo vaya a cantar, si no canto esa canción no cantó Petrona”, añade la artista.

“Cuando llegué a Palenquito, yo vi la vida en un hoyo...”, canta Petrona sentada en una mecedora en el patio de su casa, ubicada en el municipio de Arjona, cerca de Cartagena. Entonces recuerda la justificación de aquella canción: “Cuando yo llegue a Palenquito, cogimos toda la platica y compramos un pedacito de tierra, cortamos madera, compramos zinc y paramos la casita chiquitica, pero no me quedó nada”. Ya no tenía con que comprar la comida, ni mucho menos las bolsas de pan que les daba a sus hijos mientras hacía el desayuno, ni la chupeta para después del almuerzo ni mucho menos para la panela que conseguía especialmente para ellos.

Mientras su marido Kike, que se había quedado sin trabajo se iba para el monte a cortar palos y buscar algún sustento, Petrona observaba que las demás mujeres y niños y hasta ancianos sacaban arena del arroyo para venderla en el pueblo. Entonces se armó de palas y junto a sus hijos se puso a raspar el caminito y a subir arena en las latas donde antes vendía aceite. Petrona apenas podía con media lata y sus hijos con pequeños potecitos. Su marido y Rafa, un amigo de la familia, se dedicaron a mejorar el camino para poder meter una volqueta y sacar más arena.

El negocio comenzó a prosperar. Un día su vecino Rafa llegó con una volqueta y la llenaron. Luego trajeron piedras y pusieron a cada lado del camino por donde pasaría la volqueta, “ahí no había volqueta que se quedara, podía estar lloviendo y esa volqueta salía” cuenta orgullosa y añade: “bueno y ya ahí quedamos sacando arena”. Comenzaron los días en que alcanzaba lo justo para las bolsas de pan, los dulces y la panela.

Tiempo después ‘El Negro’, un amigo de la familia, la abordó con la siguiente preguntó:

—Si es verdad que usted canta ¿por qué no le saca una canción al arroyo, a esto de la arena?

—No te preocupes ‘Negro’, ya vas a ver tu, como se la voy a sacar. —Le respondería la matrona a modo de charla.

“En esas yo estaba sentada descansando y a mi lado estaba uno de los coristas. De pronto me paré y comencé a sacar la arena, a pensar y canté:

Cuando vine a Palenquito yo vi la vida en un hoyo

me dedique con mis hijos a sacar arena del arroyo,

Y le dije: contesta el coro niño ale, y él se paró de una vez y dijo

oye niño ale, la vida vale la pena,

cojo la pala en la mano y me voy a sacar la arena.

Al sábado fuimos a ensayar, y llegó un muchacho al que le dicen Liopo, con dos botellas de ron y bautizó este disco, La Arena, aunque en la grabación lo pusieron, la vida vale la pena y yo lo tengo escrito así.

Entonces cuando lo voy a cantar les digo, ahora les voy a cantar el disco de la vida mía, de cuando yo llegue allá a Palenquito”.

la foto 4

Petrona Martínez ha cantado toda su vida. Pero fue hasta 1984 que Marceliano Orozco la escuchó. “Me pilló y me sacó al claro”, cuenta a carcajadas. Antes de eso cantaba por gusto, porque desde que abrió los ojos la ha cobijado la música. “Yo veía a mi abuela, mi tatara abuela, mi bisabuela y a mi tía tocando bullerengue, y yo estaba ahí, oyendo y viendo, oyendo y viendo, pero nunca dije, ni se me dio la idea de que iba a llegar tan lejos” cuenta humildemente.

Antes de vivir de la música, la Martínez trabajó en casas de familia, pero como no le gustaba ni atender niños ni ponerse a barrer o trapear se dedicaba a cocinar, tal vez su segunda pasión después del canto. También vivió en Montería, y trabajó lavando ropa en hoteles, “me ponía en el patio a cantar cuando me tocaba lavar, todas las que vivían ahí me decían la loca” recuerda entre risas.

En Montería duró 8 años sola, sin su familia, visitando esporádicamente a su madre en Cartagena. “Trabajaba y bailaba -relata dejando entrever una risa picara- yo hice desastres. Bailaba y tenía enamorados pero les decía: ‘Yo hasta que no me desenamore de la música no cojo marido, déjenme quieta que yo no vine a buscar marido, vine fue a trabajar’”. Todo el mundo le decía loca, sus amigas, las mamás de sus amigas y hasta los novios de estas. “Y aquí estoy, aquí está la loca” sentencia.

Para Petrona, eso del canto se lleva en la sangre, es algo que heredó. Su madre no cantaba, pero su abuela era cantaora, la abuela de su mamá, la bisabuela de su mamá y también una tía de su mamá; por parte de su padre estaba su tía Estabana, su papá, más tres tías de él. Pero de las siguientes generaciones no han salido más cantaoras que ella. “He sido la que recogió todo y ahora se lo estoy enseñando a mis hijas para después que yo me muera, ellas no dejen caer esta tradición, porque yo no la dejé caer, como loca andaba y cantaba y decía y hacía, hasta que ahora salió a florecer y no quiero que ellas lo dejen caer”.

Su hija Joselina es quien más canta después de su madre. De cada disco que hacen, la hija graba dos temas y en tarima también canta dos. Los coros y bailes también están precedidos por Arasely. A su vez Alvarito, su hijo menor, era el tambolero, pero ahora vive en España y tiene su disco propio. Mientras tanto su hijo se quedó en Colombia, quien no desampara a su abuela.

Según Petrona, el bullerengue es de origen africano, “los cantos africanos son igualitos al bullerengue, lo que pasa es que es con otra parla diferente”, pero al igual que aquellos cimarrones que lo trajeron de Africa, ha gozado de mestizajes, creando una identidad propia y enriqueciendo la cultura en la región Caribe. Los tambores son africanos, las gaitas son indígenas, los cantos son herencia de los colonos.

“El bullerengue tiene cuatro versiones que son: bullerengue sentao, chalupiao, puya y sexteto -explica Petrona, principal representante del género- bullerengue sentao es el mayor de todos, porque los otros pueden ser bullerengues pero como ya van en otro ritmo viene siendo los hijos del bullerengue sentao. El bullerengue sentao, se toca pausado, lento, el tambor va lento, los coros van lento y la voz va lenta. La chalupa va con más ritmo que el sentao; la puya va con más ritmo que la chalupa y el sexteto va normal. Yo cantó todos pero el sentao (…)”.

Con qué se alegran mis penas, Bullerengue pa bailar,

con qué disipo mi llanto, bullerengue pa bailar... suena su celular

“Mi abuela decía que el bullerengue lo usaban mucho las mujeres que no podían entrar a una sala de baile, porque anteriormente los bailes eran de señoritas y no podía entrar una mujer que ya tuviera marido, eso era un delito, entonces hacían sus bullerengues aparte pa’ las mujeres y los bailes de sala para las señoritas. Entonces de las bullerengueras habían unas que estaba en embarazo y se sobaban el vientre pa que el pelao buscara su posición”.

En la voz de Petrona, el bullerengue ha traspasado fronteras, Francia, Estados Unidos y México son los países que ha visitado con más frecuencia y donde el bullerengue ha encontrado más adeptos y admiradores. “Antes nadie conocía el bullerengue, en ninguna parte, es que ni siquiera en Cartagena, ni en el  mismo pueblo en Malagana que es aquí cerquita, lo conocían -alega Petrona, proclamada Reina del Bullerengue, y añade- yo siento que por allá afuera aprecian más al artista que aquí en Colombia, mejor dicho, esta música, la aprecian más pa' allá, porque yo dure con Rafael Ramos casi 10 años trabajando, quizás más, y no toque nunca por aquí”. Actualmente el bullerengue es más conocido, sobre todo en la región Caribe, donde se escuchan otras representantes del genero o en Bogotá, a donde la reina viaja con más frecuencia, aunque en otras regiones del país no es tan popular y la radio que no lo promueve, no es mucho lo que ayuda.

Petrona y don Kike

“Yo quisiera hacer una rueda de bullerengue como la conocí, que eran puras mujeres así y en el centro iba el tambolero y no he podido porque ya las mujeres no quieren o les da pena”, se lamenta Petrona, pues sabe que mientras más pasa el tiempo menos oportunidades hay, porque algunas de las más destacadas cantantes han fallecido, como es el caso de Etelvina Maldonado con quien Petrona mantenía buenas relaciones y solían visitarse la una a la otra para cantar.

Petrona es una matrona. No hay decisión que se tome en su casa que no pase por ella, a ella todos le preguntan porque todo lo soluciona. Meciéndose en una silla en el patio de su casa responde a todo, que si plata para el uno, que el otro no quiere ir a estudiar, que si llamó Alvarito, que cuidado se cae el niño, que no revuelvan la ropa blanca con la de color. La voz nunca le tiembla, aunque casi siempre después de un grito de regaño, se esconde una carcajada que deja solo para ella. “Yo soy brava, si. Cuando me toca. Pero por lo demás soy una mansa paloma -se ríe y remata- como dice una hija mía, ‘cuando mi mamá saca la risa esconde la rabia’”.

Su madre, quien no cantaba, se encargó de enseñarle eso de sacarse la rabia. Recuerda Petrona, que estando su madre en “actitud de muerte” ahí en la cama la llamó y le dijo: “Ven acá niña -me cogió la mano- cuando tu tengas rabia por algo, no la guardes, ponte así sea delante de un palo y di esto, esto y esto. Pero no lo guardes porque eso es malo”.

Entonces Petrona lo dice todo siempre, es por eso que además de cantar, trabaja limpiándole la cara a Colombia en el exterior. “Eso es lo que me ha gustado a mi, que yo salgo de aquí pa' afuera a tocar y voy a poner la cara limpia de Colombia y a limpiarle la cara a Colombia con mi música, y me ha tocado pelear porque yo les he dicho allá, que Colombia tiene la fama y los demás países lavan la lana”.

Pero de todas las peleas que ha dado en nombre de Colombia lo que más le ha dolido es que la gente colombiana suele no valorar su propia música, su cultura. Casualmente donde más problemas ha tenido siempre es en los aeropuertos del país.

Un día, llegando al aeropuerto de Bogotá después de pasar tres meses en Inglaterra grabando un disco, no les dejaron pasar las maletas a tres de los integrantes del grupo. Petrona fue a hablar con la persona que había dado la orden en la aerolínea y entre tantas cosas le dijo:”yxo le voy a decir una cosa, yo vengo de limpiarle la cara a Colombia fuera del país, pero por eso es que aquí en Colombia estamos así. Por que los mismo colombianos le tiran a  los otros, vea de donde vengo yo de poner la cara limpia de Colombia pa’ que usted siendo colombiana me venga a trancar la maleta”.

Nacida en San Cayetano, departamento de Bolívar, fiel oyente de las rancheras de Helenita Vargas, Antonio Aguilar y Vicente Fernandez. Amante de los vallenatos de Enrique Díaz, los Corraleros de Majagual y Alejo Durán. “El vallenato ese que tocan ahora no me gusta y cuando ponen eso aquí les digo, me quitan eso ya o cojo mi grabadora y la guardo”. La campesina por tradición y por gustó sabe sembrar arroz, yuca, ñame y maíz, también sabe limpiarlo, pilarlo, venderlo y hacer bollos, sabe cocinar, lavar y sacar arena del arroyo si le toca, compone y canta lo que ve, lo que vive, la mujer que sabe como se alegran las penas, esa es la reina, es Colombia.

Esa Colombia donde la vida pierde su valor ante un capricho, como le ocurrió a su hijo Luis Enrique quien fue asesinado en la calles de Cartagena por quitarle un reloj, o esa Colombia amarga de gentes olvidadas que se acuestan con hambre y se levantan sin la certeza de un techo y una comida, pero que salen, rebuscan, consiguen y viven alegremente, porque La vida vale la pena, de esa Colombia que lucha  y mantiene la esperanza de que algún día las cosas cambiaran y también de esa Colombia bella, de paisajes paradisiacos, como esos ojos claros que brillan resplandecientes rodeados de su piel morena y su pelo blanco.

Entre las novelas de la mañana y el cigarrillo de la tarde se la pasa Petrona, rodeada de sus nietos y de los retratos de sus tías, su esposo y su hijo Luis Enrique. En el patio cuelgan al sol las majestuosas polleras que le confeccionaba su hermano para sus conciertos y mientras canta el gallo, la reina espera paciente el llamado a su siguiente presentación .

 

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