Gabo maestro

Gabo maestro

Por: John Fernando Restrepo Tamayo
abril 20, 2015
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Gabo maestro
Archivo: Villegas Editores

A los escritores de verdad les ha sido dada la facultad de trascender en el tiempo sin proponérselo. Cuando los escritores se lo proponen, no logran ofrecer un texto donde sea posible separar su persona de sus personajes. Pareciera que solo escriben para sí. Para ser visibilizados o para figurar en concursos. Dan vueltas alrededor de sí y sus obras son tan banales como su vida. Los escritores de verdad se hacen. Tienen un talento natural que se pule y se perfecciona con la rutina de enfrentarse permanentemente a un papel en blanco con el deber de construir una historia. Gabriel García Márquez, es a lo lejos, uno de esos escritores.

La obra del hijo ausente más notable de Colombia no es exclusivamente una expresión de genialidad. Es un ejercicio de disciplina y de perseverancia por hacer del oficio de escribir un arte, una prolongación del espíritu y una manera muy digna de ganarse la vida. García Márquez dio paso a paso, el recorrido de quien escribe como aficionado y como profesional en el tortuoso camino del periodismo. Se propuso contar historias y lo hizo como ninguno otro. Fue creador de un mundo donde tuvo cabida toda la literatura de una generación. Es sus narraciones está contenida la naturaleza humana y la historia política de América latina.

En el linaje de los Buendía Iguarán está recogida la historia de un pueblo que da vueltas alrededor de la guerra hasta sumarse en la soledad más profunda porque sus dirigentes, el voceador de prensa, los intelectuales, los militares y los comerciantes han emprendido el éxodo. Han decidido buscar otro lugar para levantar sus familias. Ese pueblo es Colombia. El mismo del que Gabo decidió marcharse hace casi cincuenta años. Se fue a México, y desde allí siguió visitándonos de forma recurrente, porque un autor no puede desprenderse de forma absoluta del aire que lo forma primero como persona y luego como escritor. Desde el exilio siguió con atento interés el quehacer político y académico de Colombia, donde intercambiaba correspondencia con sus amistades más queridas.

En cada página, el maestro, fue constatando, a veces con nostalgia y a veces con rabia, que Macondo sí existía y se reproducía en la obra de nuevos escritores que eran a la vez lectores suyos. Pudo comprenderse como la conciencia moral de un país que lo extrañaba y le reclamaba más presencia. Reclamo que se aliviaba cuando llegaba un nuevo ejemplar de alguna de sus obras.

El acto más revolucionario de García Márquez no fue la defensa explícita de la revolución cubana, que acompañó de cerca y de lejos. Fue la enorme empresa de pensarnos a nosotros mismos, en nuestro idioma, según nuestras costumbres, nuestras instituciones y emprender un viaje imaginario que nos llevaba a constatar la existencia de gente extraordinaria. Él allanó el sendero para muchos más escritores. Sin desconocer sus raíces elevó la mirada al universo, y en su obra, fue capaz de recogerlo, entenderlo, describirlo y narrarlo. Nuestro mejor tributo será leerlo y acercarnos a su obra, que a partir de ahora, nos pertenece con enorme fuerza y claridad.

John Fernando Restrepo Tamayo
[email protected]
18 de abril de 2015

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