2014, el año en que se rajó el cine colombiano

2014, el año en que se rajó el cine colombiano

El público se cansó de ir a las salas de cine a apoyar la mediocridad nacional

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noviembre 20, 2014
2014, el año en que se rajó el cine colombiano

2014 fue el año en que el público se divorció del cine colombiano. Las cuentas están claras, la película más exitosa del año en taquilla fue la tercera parte de El paseo y no llegó al millón de espectadores. Sus antecesoras habían sobrepasado holgadamente esta cifra. La calidad de la película nada tuvo que ver a la hora de llevar gente a la sala. La fecha de estreno, 25 de diciembre, día en que toda esa gente que nunca va al cine en todo el año decide desenguayabarse en una sala oscura, favorece las intenciones de sus productores. Lo otro es el aparato publicitario que arma Caracol. Son éxitos prefabricados y costosísimos. En perspectiva El paseo 3 fue un fracaso. Dago y su combo esperaban un millón y medio de espectadores. Apenas hicieron la mitad. En casos como el de la patética segunda parte de De rolling por Colombia un producto que le apostaba todo al histrionismo metanfetanímico del insoportable Andrés López y que esperaba una cifra superior a los 500.000 no llegaron ni a los 100.000 espectadores.

Ciudad Delirio

Ciudad Delirio

Entonces los dos grandes éxitos taquilleros del 2014 serían las inenarrables Ciudad delirio y Nos vamos pal mundial. De esta última me eximo de hablar porque sus productores lograron su cometido: hacer algo popular, chabacano, barato y estúpido que estuviera acorde con el coeficiente intelectual de los espectadores que disfrutan de este tipo de sainetes televisivos llevado a la gran pantalla. El golpe fue grande ya que invirtieron poco y recibieron mucho. Lo que si nos llenó de indignación fue que el bodrio dirigido por la española Chuz Gutiérrez haya recibido plata del Fondo Nacional de Cinematografía cuando, la verdad sea dicha, su puesta en escena nos recuerda peligrosamente a cualquier episodio del ochenterísimo seriado Musidramas. Cuatrocientos mil espectadores vieron esta afrenta a Cali, a la salsa, a las negritudes. Además muchos salieron convencidos que se trataba de un clásico. Vayan agarrándose los pantalones porque Ciudad delirio será la apuesta colombiana por el Óscar.

Nos vamos pal mundial

Nos vamos pal mundial

Lo de la taquilla es preocupante. Por más que se pretenda abaratar costos, hasta el punto que encontramos películas como Crónicas del fin del mundo o Demential que fueron realizadas con menos de 35 millones de pesos, al productor le queda muy difícil recuperar la inversión. Por sala el alquiler del DTF asciende a 700 dólares. Es decir, si una película se exhibe en 35 salas, el cineasta debe pagar 24.500 dólares más, o sea 50 millones de pesos. Lo injusto es que este monto solo deben pagarlo las producciones nacionales. Los grandes estudios norteamericanos están eximidos de este pago.

De Rolling por Colombia

De Rolling por Colombia

Lo triste es que el panorama no está dando para segundas oportunidades. Director que fracasa en su primera incursión debe gastarse la vida pagando las deudas que originaron su ópera prima. Los estímulos del FDC deberían estar ahí para apoyar todos esos proyectos locos que difícilmente tendrán dolientes. En cambio se encargan de ir a la fija, buscar éxitos comerciales basados solo en la promesa de un guion coherente y divertido. Por eso ya no hay maestros. La época de los Arzuaga, Mayolo, Ospina, Gaviria y Duque parece haberse perdido para siempre. La generación de relevo, en muy contadas ocasiones, tiene algo que decir. Por ahí hay algunos nombres en donde está sembrada la esperanza, Simón Meza, Iván Gaona y Óscar Ruiz Navia parecen ser los más prometedores. El segundo, después de habernos deslumbrado con los cortos Los retratos y El tiple se estrenará el próximo año con Pariente su primer largometraje, apoyado por el FDC quien, a veces, como en este caso, se equivoca y premia a los mejores.

De todos estos cineastas menores de cuarenta años Rubén Mendoza es el más importante de todos. Es desmesurado y ambicioso, aspectos que a veces le juegan en contra, pero es de los pocos autores que le quedan al cine nacional. Con todos sus defectos Tierra en la lengua es de lo mejorcito que vimos este año en salas.

Tierra en la lengua

Tierra en la lengua

En lo que sí hemos encontrado un lenguaje propio es en el documental. Infierno o paraíso del antropólogo Germán Piffano lleva cuatro semanas en cartelera y ha tenido un fuerte impacto en quienes la han visto. También nos llegan buenas referencias de la obra de la docente paisa Marta Hincapié, una serie de documentales marginales que demuestran una templanza y honestidad que no veíamos desde el surgimiento de Jorge Silva y Marta Rodríguez.

En síntesis, el 2014 representó una ruptura por parte del público que se ha cansado de ir a la sala a apoyar la mediocridad nacional. Ya no hay fe en el cine colombiano, algo paradójico teniendo en cuenta que nunca antes habíamos producido tantas películas. Lamentablemente, como suele ocurrir, cantidad no ha sido sinónimo de calidad.

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