La reunión en la Oficina Oval del viernes 28 de febrero entre el presidente Donald Trump y su homólogo ucraniano, provocó un inesperado cataclismo a una alianza que después de la Segunda Guerra Mundial parecía bien atada y firme. El encuentro empezó mal porque al presidente de Ucrania se le pidió que se presentara vestido con un traje de saco y pantalón. No lo hizo y cuando Trump lo recibió, en las puertas de la Casa Blanca, le dijo: “¡Qué elegante está vestido hoy!” Señal de que estaba contrariado por verlo así. Zelenski vestido así lanzó su primer mensaje: “A mí nadie me da órdenes”.
Zelenski en estos tres años de guerra se ha transformado. De ser un don nadie, “un comediante de éxito moderado”, como dijo Trump en su tuit de Truth Social, cuando comenzó la guerra en febrero de 2022, se metamorfoseó a un hombre con el que todos querían hacerse la foto, el tipo valiente que osó enfrentarse al poderoso Vladimir Putin. Se le abrieron las puertas de todos los parlamentos. Fue aplaudido en el congreso de Estados Unidos por los dos partidos al unísono después de su discurso nacionalista al más puro estilo de Stepan Bandera el ultranacionalista ucraniano que se alió con las tropas nazis durante la guerra de 1940.
Mientras el pueblo ucraniano era masacrado por el ejército ruso, él y su esposa Olena, eran fotografiados para las principales portadas de revistas. Lucían apuestos, elegantes, ella muy hermosa con ropas y joyas suntuosas. Los dos con rostros sonrientes, de aire superior. Y los medios de prensa mundial los subían a los pedestales como héroes. El presidente Luiz Inácio Lula de Brasil le envió este mensaje: Por qué en vez de hacerse fotos, mejor no se dedica a buscar la paz. Lula, en estos tres años siempre ha hablado de paz. Por este motivo Zelenski lo ve como pro-ruso.
Hulk el invencible
Tras tres años de cruel guerra, en ‘el nuevo hombre’ mitificado existe una entidad aferrada a su propia concepción de ver las cosas, a una visión maniquea bastante mezquina, que fue bien expresada por la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, cuando dijo el 24 de febrero: “La paz en Ucrania sería más peligrosa que la guerra”. Ella expresó muy bien la idea de Zelenski, que bajo ninguna circunstancia quiere que las armas callen. Este señor de la guerra fue el que acudió a la Oficina Oval, no dispuesto a conciliar sino a ejercer de mandón.
En esos tres años, sus niveles dopaminérgicos empezaron a subir, a duplicarse, a triplicarse, como en esas películas donde el científico que por exposición a los rayos gama se transforma en hombre verde. Zelenski se robusteció, exaltado por casi todos los líderes de la Unión Europea, salvo Viktor Orbán, primer ministro de Hungría y Robert Fico, primer ministro de Eslovaquia, que le colocaron la aureola de ‘salvador de Europa’.
Donald Trump, después del encontronazo, dijo algo que probablemente se acerque a la realidad: “No es un hombre que quiere hacer la paz”. Y por qué se niega a algo tan simple, algo que todo ser humano lleva dentro de su corazón y a lo que aspira cualquier persona que respire. Trump responde a su manera: “Porque se siente envalentonado”. A lo mejor ni el propio Zelenski se da cuenta de esto. ¿A quiénes obedece? ¿quién le mueve las cuerdas para que convulsione de esa manera? No hay que perder de vista que lo suyo es ser comediante, mover a risa, atrapar al televidente. Por esto fue que lo eligieron los ucranianos en 2019, desde luego que, con el consentimiento de los oligarcas, en particular, de su jefe Íhor Kolomoiski. Sin poder imaginar que lo elegían para que los llevara al infierno. Hay que reconocer una cosa, ha sido brillante como humorista en estos treinta y seis meses, donde rusos y ucranios parecen gozar con la muerte. Mientras sus jefes brindan con champaña.
Yo soy yo y mis circunstancias
Así lo expresó hace ya varias décadas el filósofo español José Ortega y Gasset. Aquí, para que nos entendamos, las circunstancias son sangrientas. Vivimos un momento grave y doloroso. El segundo gran error del presidente de Ucrania fue que, como gran comediante que es, sabe manejar el lenguaje gestual con desenvoltura. Solo que ese lenguaje, en esta ocasión, se convirtió en su verdugo el 28 de febrero.
Ese día lo que se escenificó en la Casa Blanca fue un vodevil, no una “encerrona” como han repetido hasta la saciedad los líderes de La Unión Europea, y sus súbditos, la prensa que habla y que escribe.
Una imagen vale más que 1000 palabras.
-De qué tipo de diplomacia, J.D. estás hablando. ¿Qué quieres decir?, dice el líder ucraniano al vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance. (Es una pregunta sarcástica, que lleva veneno, debido al gesto desafiante, apretando la boca, las cejas enarcadas y la mirada lateral que saca de quicio).
Hablan en el Salón Oval, en los sillones de creta dorada bordada, rodeados de funcionarios gubernamentales y las cámaras de televisión que transmiten el vodevil. Es la Oficina Oval, sitio privilegiado, el corazón de la geopolítica mundial. Guste o no guste. Somos 8.000 millones de personas tratando de sobrevivir en este glóbulo terráqueo, y se pueden contar con los dedos de la mano los que acuden a la Sala Oval a contar sus penurias y a pedir clemencia. Circunstancias solemnes.
Quién es quién
Estoy hablando -responde el vicepresidente Vance- del tipo de diplomacia que va poner fin a la destrucción de tu país (Ucrania). Señor presidente, con respeto.
Vance dice “con respeto”, porque cuando él habla, Zelenski cruza los brazos, echa la cabeza hacia atrás, frunce el ceño y mira de arriba hacia abajo [ahí está el video, que no engaña]. Qué se lee en el elocuente gesto de Zelenski: “No te das cuenta de que lo que dices no es razonable, que es un perfecto desatino. Una chiquillada”. Vance se dio cuenta de la bofetada dialectal que le envió su interlocutor. La atmósfera en el Salón Oval se enrarecía. Los colores de la cara de Trump se encendieron más, indicio del ambiente chungo y que el asunto iba cuesta abajo.
Habla Zelenski: “Antes de todo, durante la guerra, todos tienen problemas, incluso usted (el subrayado es mío), pero tiene un hermoso océano y no lo sientes ahora, pero lo sentirá en el futuro”. Esto es un disparo del ucraniano en su propio pie.
¡Jesucristo!, cómo es posible decir esto. En la Kaaba del capitalismo huele a sacrilegio. Y Zelen jugando a profeta, como si estuviera departiendo con un grupo de amiguetes en el bar de la esquina. Tal vez no leyó a don Quijote donde dice: No hables de la soga en casa del ahorcado. Donald Trump se movió en el sillón como si fuera un toro acorralado.
Habla Trump: “No nos diga lo que vamos a sentir. Estamos tratando de resolver un problema. No nos diga lo que vamos a sentir. Porque no estás en posición de dictar eso”. Dice Trump ya con el rostro anaranjado, como diciendo: “No soporto más a este zoquete”
El vodevil ya estaba servido. Los actores se miraban uno al otro a los ojos, desencajados. Los espectadores del mundo entero mirábamos las escenas entre extasiados y estupefactos. Trump y sus ojos miraban arriba y abajo. Vance no sabía dónde poner sus manos. Marco Rubio miraba al suelo. Michael Waltz trataba de aflojarse la corbata. Zelenski ya no era él, ni tampoco la sombra del bufón divertido que entretenía a los ucranianos, en horario nocturno, mientras los oligarcas se repartían las riquezas del país. Era un amasijo de restos humanos. Ni siquiera tuvo tiempo Zelen de pensar: “Madrecita en qué lío me habré metido”. La avalancha ya era inesquivable.
Habla Zelenski (poseído de algún trasgo): “Crees que si hablas fuerte…”. Zelen sacó a relucir con mucha habilidad y recordando el cliché que algún chamán cosaco le recomendó como argumento inexpugnable para ser tenido en cuenta en cualquier circunstancia: adopte el papel de víctima, que convierte al lobo de afilados colmillos en manso corderillo. “Esto es infalible”, sentenció el cosaco. Pero el vodevil escenificado impedía distinguir entre victimario y víctima.
Trump estalló y cortó la frase de Zelenski: “Él (Vance) no está hablando fuerte”. Zelenski había logrado exasperar, queriendo si querer, a Trump y Vance, ansiosos de acallar al superhéroe ucraniano, del que, el presidente Trump, dijo después del encontronazo a los periodistas. “Ustedes han visto lo que he visto yo hoy. Ese no era un hombre que quería hacer la paz”. El gran error de Trump fue haberse dejado atrapar en esa telaraña que fabricó desde hace tres años este ucraniano tan hábil para enmarañar los hechos con las suposiciones.
Del vodevil al esperpento
Ramón María del Valle Inclán (1866-1936) le hubiera sacado mucho jugo a la actitud esperpéntica que han mostrado los líderes europeos con su reacción al ‘encontronazo de la Casa Blanca’ el 28 febrero. El esperpento valleinclanesco, en su inmortal obra Luces de Bohemia, es una deformación de la realidad transmutada en irrealidad. Lo bello convertido en absurdo. Lo prestigioso en grotesco. Lo intocable transformado en burla. Al día siguiente del encontronazo, los líderes europeos no hablaban de otra cosa que “humillación” a Zelenski. ¡Diantre!, eso es de mentes con esclerosis.
El diario suizo Le Temps tituló: “Zelenski emboscado en la Casa Blanca”. Frase esgrimida en Francia, Alemania, España, Dinamarca, Noruega. En el diario alemán Welt se lee que “el escándalo en la Casa Blanca ha demostrado a Europa que ya no puede confiar en los Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump”.
Estados Unidos es la OTAN. Lleva 75 años pastoreando a los europeos. La seguridad de Europa había sido confiada a la OTAN. En estos tres años de guerra Rusia-Ucrania, fue Joe Biden, azuzado por Boris Johnson, quien escaló el conflicto. Emmanuel Macron y Olaf Scholz se han mostrado como fieles perros falderos de Estados Unidos. El francés y el alemán son incapaces de tener una opinión propia. Ahora llega Trump y dice, se acabó su gandulería, si quieren tomen las riendas en sus manos y definan su futuro como quieran. ¡Allá ustedes! Recordemos: desde 2016 Trump ha hecho de la OTAN uno de sus caballos de batalla favoritos. Esto no nació el 20 de enero de 2025.
Libertad, Libertad
De inmediato Europa, tras las palabras del presidente estadounidense, se declara en zona catastrófica: Traición, engaño, trapisonda, zalagarda. Trump es un fascista, un autócrata, un dictador, claman desesperados. Kaja Kallas, la alta representante de exteriores de la UE, declara con soberbia majadería: “El mundo libre necesita un nuevo líder tras la disputa de Trump y Zelenski”. El meollo del asunto es a ver quién dice el mayor esperpento. Alex Stubb, presidente de Finlandia, por su parte se luce: “Creo que al final, sólo hubo un ganador de ese intercambio, y ese fue Vladimir Putin”.
La ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, del partido Los Verdes, que hace pocas décadas tenía como uno de sus pilares programáticos, el pacifismo, hoy reconvertido en un partido al que no le importa la guerra, dijo después del episodio de la Casa Blanca, “ha comenzado una nueva era de infamia”. ¿Es infamia querer detener una guerra? Esto lo que demuestra es que el mensaje de Zelenski ha calado hondo, a lo largo de estos tres años: Armas, Armas, Armas.
Al día siguiente de su estrepitoso fracaso en el Salón Oval, Zelenski se fue a Londres ya que el primer ministro británico, Keir Starmer, ansioso de protagonismo, lo llamó para decirle, palabras más palabras menos, que el pueblo británico es Ucrania y le ofreció un préstamo de 2.000 millones de libras esterlinas. Zelenski respondió diciendo: Con este dinero fabricaremos armas en Ucrania. Ofú, esto sí que es esperpéntico y criminal.
Trump después de la fallida reunión dijo a los periodistas: “Ese hombre está buscando seguir y luchar, luchar, luchar. Y nosotros queremos acabar con las muertes”. El agradecimiento es una virtud humana. Sinceramente no creo que Donald Trump esté buscando que le agradezcan nada. Su narcicismo se lo impediría. Trump dejó las puertas abiertas: “Puede regresar cuando esté listo para la paz”.
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