Yo escucho a Julito porque es “el menos pior”
Opinión

Yo escucho a Julito porque es “el menos pior”

Julito es la única opción que nos queda para soportar ese maldito infierno que es el Transmilenio a las ocho de la mañana

Por:
octubre 27, 2016
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Muchos no escuchan a Julio porque creen que es un gomelo insoportable con ínfulas de cosmopolita. Creen que por preguntar cómo está el cielo en El Cairo o en Roma está haciendo algo así como una traición a la patria. No entienden cómo no pone de cortina para sus conversaciones una canción de Pipe Peláez y sí escoge una de Barry White o Marvin Gaye. Ellos prefieren a Darío Arizmendi, Gustavo Gómez o a Néstor Morales que son tan criollos como la mazamorra y el guarapo.

Uno escucha a Julio y le parece increíble, por ejemplo, que sostenga conversaciones sobre series como Westworld, que llame a Lars Von Trier, que sepa que Keith Richards no es un volante del Arsenal. Los otros, los que escucha la gente, siguen un libreto cada vez más anticuado, más soso y provinciano. Por ahí Gustavo Gómez intenta coquetearle a la sofisticación porque tiene una colección de objetos de los Beatles pero no creo que tenga claro qué diablos es Rubber Soul. Darío Arismendi alguna vez, por allá a finales de los sesenta, cuando debutó como jefe de redacción de El Colombiano, tuvo el buen criterio de darle un espacio a Luis Alberto Álvarez, uno de los más grandes críticos de cine que ha dado este país. A principios de los dos mil entrevistó a Fernando Vallejo a raíz de la polémica que había levantado el veto que proponía una columna de Germán Santamaría en Diners a La Virgen de los sicarios y ya, esos fueron sus únicos coqueteos a la cultura. De Néstor Morales aún no hay evidencia de que se haya leído un solo libro completo en su vida.

Uno escucha a Julio y le parece increíble, por ejemplo,
que sostenga conversaciones sobre series como Westworld, que llame a Lars Von Trier,
que sepa que Keith Richards no es un volante del Arsenal

A veces caigo en la tentación y los escucho. Sus voces del pasado me dan candor y nostalgia. Son una máquina del tiempo y creo que en cualquier momento van a anunciar la nueva telenovela protagonizada por Nelly Moreno y Frank Ramírez, que van a poner una canción de Fausto, o el nuevo chiste de Los hermanos Monroy o van a lanzar un ¡Alerta!, anunciando un carro bomba de Pablo Escobar.

Julio tiene una ventaja con respecto a todos ellos y es su voz. Es tal el magnetismo que ejerce que uno a veces se traga rellenos tan absurdos como una entrevista en inglés de tres horas al capitán del equipo de rugby de Sudáfrica o el publirreportaje inmamable a una señora que va a regalar diez mil sillas de ruedas. La voz de Julio es como una droga que necesitas inyectarte cada vez que te despiertas. El equipo es fantástico: Félix es tan punzante como un cuchillo, Alberto Casas es el último exponente del humor cachaco, Calvas no tiene miedo de indignarse con Colombia porque es un país de brutos, Camila, déspota y frentera, enamora a cualquier masoquista y María Isabel, aunque nunca esté de acuerdo con ella, es el referente de la derecha que mantiene el equilibrio del programa.

Hay cosas que por supuesto me molestan. Julio tiene derecho a sus preferencias, ni más faltaba. Su amistad con Fernán Martínez hizo que Juanes quedara borrado del programa y que para él el único músico que tiene este país es el cada vez más insoportable Carlos Vives. Su apoyo al Sí fue descarado y se prestó a malas (¿?) interpretaciones entre los oyentes.  Uno se traga los sapos sobre todo porque sabe que al otro lado del dial está Javier Hernández Bonnet dando una alineación, a Juan Lozano votando bilis o a Luis Carlos Vélez entrevistando a su amigo de colegio y de correrías gomelísticas Miguel Uribe Turbay. O la otra emisora de F.M., ya dominada por un militante de la ultraderecha. En la tarde la ramplonería se completará con esa recocha en la que ha convertido La luciérnaga Gustavo Gómez Córdoba.

Sí, por ser “lo menos pior” Julito es el hombre más influyente de la radio colombiana, la única opción que nos queda para soportar ese maldito infierno que es el Transmilenio a las ocho de la mañana.

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