¿Y mis zapatos?

¿Y mis zapatos?

Descalzos y sin dignidad terminaron Andrés Camilo y Santiago. ¿Qué les pasó? Crónica

Por: Andrés Camilo Calzada Sandoval
abril 23, 2021
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿Y mis zapatos?

Y ahí estaba yo, sin zapatos y con una sonrisa que ocultaba mi miedo y frustración, como siempre intentando animar a los demás, en este caso a Santiago, quien había sido mi cómplice y había perdido mucho más que yo, ambos pensando en cómo llegar a casa y explicar por qué no teníamos zapatos.

Yo obviamente tenía un plan: había dejado unos tenis iguales pero más gastados en casa de una amiga hace tiempo, iría por ellos, me los pondría y llegaría a mí casa esperando que mi mamá no notara la diferencia, usualmente no se fija en esa clase de detalles. Tal como lo pensé lo efectué. Tomé un Picap hasta allá, riéndome con el conductor, un total desconocido de lo sucedido, quizás para aliviar los nervios que aún sentía en ese momento y para explicar lo mismo que seguramente todos se preguntaban al verme: ¿por qué no tenía zapatos?

Llegué a dónde Laura, mí amiga y le conté muy por encima lo sucedido, hace mucho que no hablábamos y no tenía por qué saber todo lo que había sucedido, ella solo me miró y con una sonrisa dijo: "Hay cosas que simplemente no cambian". A lo que respondí intentando sonar gracioso y relajado: "Tú sabes cómo soy yo".

Inmediatamente terminé de amarrar mis zapatos, me aproximé a la salida, despidiéndome. Sin mirar atrás caminé hasta el TransMilenio ya con zapatos y una dignidad más o menos restaurada. Al menos no tendría que soportar la mirada de las personas al verme sin zapatos y pensar en lo que estaría pasando por su mente: "¿lo habrán robado?", "¿será un drogadicto?". Nunca me ha gustado esa mirada de lástima que hacen las personas cuando te pasa algo, cara de perrito herido, y ese día no estaba en la mejor actitud para aguantarla.

Solo quería desahogarme sin risas y hablar con alguien que entendiera lo asustado, frustrado e impaciente que me sentía. Tenía dos opciones: Mariana, quien había sido el Robin de mi Batman, o Luisa, quien era mi novia con un toque muy marcado de mamá. Finalmente, no tuve que decidir y le escribí a las dos. Como era de esperarse, Mariana lo tomó con un toque muy relajado, lo que me calmó y me hizo entender que el hecho ya había pasado y lo importante era que estaba bien. Por su parte, Luisa, en su papel de mamá preocupada, no demoró en regañarme y darme un sermón sobre mi forma de vivir la vida muy Hakuna Matata sin preocupación.

¿Pero qué había pasado exactamente para que hubiera quedado tan impaciente y asustado? Vivía en Soacha y, aunque no soy un gángster ni nada que se le aproxime, si algo era seguro era que no me intimidaban fácilmente (por mi personalidad siempre abierta a ser amigo de todos, he conocido a mucha gente y he visto muchas cosas en las que no haré mucho énfasis). ¿Entonces qué pasó en Bavaria? ¿Que tan aterrador suceso había hecho que perdiera mi dignidad, mi actitud de "puedo con todo" y sobre todo mis zapatos?

Recuerdo que todo empezó un miércoles en la noche, debíamos escoger temas, yo quería farra pero terminé en satanismo. El asunto me parecía interesante, pero no más que salir de fiesta con la excusa de que era por la universidad. En fin, con mi grupo acordamos vernos el domingo, día en el que todos estaban libres, Yo creía y esperaba que fuera de esos acuerdos que la gente dice "sí, claro" pero no pasa nada, eso de dientes para fuera porque, después de todo, quién madruga por voluntad un domingo.

Para mi desgracia Santiago, sí lo hace. Muy a las diez de la mañana me estaba llamando, que ya iba camino a mí casa. Aún con un ojo cerrado y entendiendo una de cada tres palabras de lo que me decía, me levanté a bañarme, desayunar y arreglarme. Me vestí "percho", pero no tan producido como para salir, porque en los trabajos de campo usualmente hay que caminar mucho y ensuciarse. Santiago llegó en carro, admito que pensé que era un plus porque no tendría que pagar pasajes de bus o TransMilenio, tras de costoso era horrible y cualquier excusa para evitarlo era válida.

La primera parada fue una casa abandonada a las afueras de mi conjunto. Había oído muchas historias de barrio sobre ella, que hacían brujería y que habían matado niños y más. La mayoría eran cuentos para asustar a los curiosos. Ya había tenido la oportunidad de tomar fotografías ahí y sabía que la brujería era algo que sí sucedía a menudo. Hasta ahí todo iba bien, una salida de fotografías casual, hasta llevé a mi cachorra para que caminara un poco. Santiago y su primo, cuyo nombre nunca me molesté en aprender, se veían muy impresionados al ver que alguien podía vivir tan lejos de la civilización.

Empezamos a tomar fotos la mayoría de grafitis, pero si se prestaba la suficiente atención se podían ver algunos símbolos. Obvio no faltaron los típicos marihuaneros del barrio en el lugar. En todo caso, yo no estaba preocupado, conocía a todos los del barrio. Si algo ocurría, sabría dónde ubicarlos. Finalmente, terminamos de sacar las fotos, dejé a mi cachorra en casa, me cambié la chaqueta, me despedí de mi mamá esperando que ella no hiciera muchas preguntas (no soy persona de dar explicaciones, eso me agota mucho, y afortunadamente ella también es una mujer de pocas palabras), salí, me subí al carro de Santiago y nos dirigimos a nuestra próxima parada, la Fábrica Abandonada de Bavaria.

Fue un viaje cómodo. Santiago comentaba que como yo él no quería el tema de satanismo prefería hablar sobre piques. Según él, tiene amigos con carros y se van a no sé dónde a correr. Yo y mi cosa de escuchar solo una de cada tres palabras. Luego, empecé a contarle sobre mi favoritismo al tema de las rumbas, si de algo sabía era de eso, después de todo de algo tuvieron que haber servido casi seis semestres de fiesta cada fin de semana que hubiera una excusa para celebrar. Cuando empecé a hablar de eso, tanto Santiago como su primo (que una vez más no recuerdo su nombre) se les veía una cara de motivación, se nota que si alguna vez me escriben por algo que no sea académico será para que los invite de fiesta. En fin, ya estaba acostumbrado y no me incomodaba porque me gusta festejar y entre más personas mejor, creo yo.

Dejamos al primo en su casa, claro, ahora sabía dónde vivía pero no su nombre. Esas cosas que me suceden, pensé. Muy cerca de donde yo estudié mi bachillerato ( no había vuelto a ese barrio en años y esperaba no encontrarme con nadie, me había graduado y no quería saber más sobre la existencia de esa gente con quien compartí mi infancia), Santiago me dejó en el carro mientras iba a saludar a su tía o algo así. La estadía se me hizo eterna: encerrado en un carro con las ventanas cerradas (creo que en algunos países eso es un crimen), bajo ese sol infernal de mediodía que hace en Bogotá, pero al menos no era TransMilenio.

Al llegar, Santiago me dijo: "Perdón, mi tía no me dejó salir hasta que no almorzara". Claro, ahora no solo tenía calor, sino también hambre. Traté de no darle importancia y nos dirigimos hacia Bavaria. En ese momento nuestra preocupación era dónde dejaríamos el carro, no había parqueaderos cerca y aunque los hubiera no planeaba dar un peso por ello. Empecé a llamar a todos los que conocía que vivían por la zona y, claro, ninguno podía. Él recordó que un familiar vivía cerca y podíamos dejar el carro en su conjunto o en su defecto afuera del mismo. Eso sería mucho más seguro que dejarlo junto a una fábrica abandonada, posiblemente llena de indigentes y drogadictos buscando de qué pegarse para venderlo.

No sé qué tenía ese lugar pero me llamaba. Ya había intentado tomar fotografías ahí, pero el plan nunca se lograba. Estaba emocionado por matar dos pájaros de un tiro, hacer mi trabajo y además tomar fotos. Cuando llegamos, el lugar estaba tal y como se esperaba: grama alta, ventanas rotas y graffiti por todos lados. Parecía escenario de The Walking Dead. Nos aproximamos a entrar por el primer lugar en el que vimos acceso. Justo en medio de eso, casi como atrapados infraganti, una señora de edad se nos acercó. Yo esperaba que nos regañara como típica vieja chismosa, pero no, quería que la ayudaramos a cruzar la calle. Me sentí como típico niño explorador gringo ayudando a las viejitas a cruzar la calle. Mientras tanto, la señora nos contó una historia sobre su hijo drogadicto que la echó de la casa por vivir con su novio. Sonaba como una novela de drama de este siglo. Justo en ese momento mi novia me llamó y le agradecí a los dioses porque no quería oír más a la señora. Ella llamó emocionada a contarme sobre un viaje de camioneros en el que estaba o algo así. La señora se fue y nosotros retomamos nuestro acto vandálico de entrar por una ventana rota en la entrada principal.

A medida que entrábamos el ambiente parecía cada vez más a la escenografía de una película posapocalíptica. El lugar se veía abandonado, con objetos de oficina dejados para ser corroídos con el tiempo, ventanas y mesas rotas y rayadas, paredes rotas con mazo, sin luz y con un aire lúgubre. Santiago se veía nervioso, como un niño sano que nunca había entrado a lugares abandonados. Yo, como raro, aminorando la tensión diciéndole que todo iba a estar bien, tomábamos las fotos y nos íbamos. Habían algunas motos y marcas de ruedas en el suelo, asumimos que hacían piques o algo así. Era un sitio abandonado, probablemente pasaban todo tipo de cosas en la noche.

A medida que fuimos avanzando íbamos más y más asombrados sobre cómo se veía el lugar. Escalamos una escalera y de pronto oímos el sonido de radios. En cierto modo sentí alivio al creer que era un policía o vigilante que podía darnos más información sobre el lugar. Digamos que en un lugar así es mejor encontrarse a un policía que a un ladrón o algo por el estilo. Me acerqué e inmediatamente me apuntaron con un revolver mientras me gritaban "¡quieto gonorrea!". Era un vigilante del lugar con mal carácter que estaba desalojando a otros dos intrusos. Ahora sabíamos de quién era la moto estacionada afuera.

Era difícil escucharlo teniendo un arma apuntando en mi dirección y más aún responder, solo veía un tipo armado gritarme. Cuando regresé en mí, logré entender que me preguntaba: "¿usted quién es?, ¿de dónde viene?, ¿quién lo mando?". En mi mente solo podía pensar "¿qué clase de preguntas son esas?", mientras le indicaba que no estaba cometiendo ningún crimen, sino que solo era un estudiante... un estudiante ahora metido en un problema.

Mientras el hombre pasaba su arma sobre mi abdomen, casi como algo enfermizo, me quitaba mi cámara y me gritaba "camine", aún cuando le afirmaba que era un estudiante y todo había sido una equivocación, así mismo mandaba a otro par en la misma dirección. Una vez salimos del edificio nos encontramos con otro que nos hizo las mismas preguntas iniciales: "¿quiénes son?, ¿para quién trabajan?, ¿de dónde vienen?", mientras el otro par fue llevado en otra dirección y no los vimos más en un rato.

Entre preguntas y gritos solo llegaban al mismo punto, preguntando "¿cómo vamos a arreglar esto?". Como típico policía de tránsito queriendo ampliar su quincena, Santiago y yo no teníamos dinero, después de todo teníamos salario de universitario, por mucho juntábamos $40.000 entre los dos. Quizá él pensaba en dárselos con tal de que no nos hicieran daño, yo... yo no les daría un peso, bajo mi percepción de terquedad solo pensaba "no estoy haciendo nada, así que no tengo por qué pagarle a nadie". Mientras tanto respondía: "pues si cometimos un delito, llame a la policía y yo arreglo con ellos".

En tanto uno de los vigilantes presionaba para que llegáramos a un acuerdo monetario, el otro revisaba mi lonchera con la cámara, mientras decían: "nosotros los podemos entregar a la policía, pero sin cámara porque ustedes no nos dieron ninguna". ¿Les ha pasado que los cogen de parche y se empiezan a emputar? Pues así estaba yo en ese instante. No era muy conocido por mi paciencia, sino más bien por lo impertinente e imprudente que podía llegar a ser, y más con las pocas cosas que llegan a tener un significado para mí. Esa cámara había sido un regalo de mi mamá y había pasado muchas cosas con ella para perderla de una forma tan pendeja.

Ellos solo afirmaban que éramos ladrones robando cables, nos tomaban fotos junto a un rollo de cable viejo, mientras afirmaban que esas eran las pruebas que necesitaban en caso de llamar a la policía. Yo seguía discutiendo, mientras que probablemente en la mente de Santiago se cruzaba la idea de callarme de un puño por miedo a las consecuencias de mis palabras. De la nada, se escuchó un disparo, como pólvora muy cerca. Temimos que hubieran asesinado al otro par y admito que eso hizo que mi intestino gritara por aflojarse.

Finalmente, terminamos en un punto en donde la discusión no llegaba a ningún lado. Ellos sabían que no les daríamos plata y nosotros sabíamos que al menos no nos iban a disparar. Todo parecía una táctica de intimidación, como darle un susto a dos niños inocentes para que no lo repitan. Sin embargo, seguía la pregunta: ¿perdería mi cámara?

Pasó el tiempo y luego de una discusión sin sentido, donde obviamente nadie cedería, empecé a decir que la cámara era propiedad de la universidad y que en caso tal de que le pasara algo diría dónde se perdió, como si la universidad hiciera toda una operación para recuperarla... realmente, me la cobrarían a mí; sin embargo, esperaba que ellos no llegaran a esa conclusión.

Luego, como obra del Espíritu Santo, uno de los vigilantes dijo que lo mejor era dejarnos ir. La broma había llegado al final y era hora de irnos a casa con el rabo entre las patas. Justo antes de eso, como si no hubiéramos tenido suficiente, el otro argumenta que no tuvimos suficiente castigo (creo que lo decía por la cara de Santiago, parecía que en cualquier momento aflojaria su esfínter) y que no nos podíamos ir hasta que no le diéramos nuestros zapatos. Nos puso a elegir, zapatos o cámara. Obviamente la opción lógica era mi cámara, así que los entregamos. Hicieron estúpidos chistes sobre mis medias (como si ellos fueran a comprarme otras) y nos dejaron ir, saliendo por la puerta grande con todo, menos los zapatos y la dignidad. Todo parte de un mal chiste auspiciado por unos vigilantes con mucho tiempo libre.

La peor parte es que no siendo suficiente el perder la dignidad, nos encontramos con dos agentes de la policía a quienes les explicamos la situación y nos respondieron: "Ah, bueno". Creo que esa frase nunca me había frustrado tanto, ya veo por qué en este país la gente no deposita su confianza en el gobierno. Claro, habíamos invadido propiedad privada, pero ellos habían vulnerado nuestros derechos. Quizás solo soy muy correcto e idealista, esperando a que todos actúen conforme al sinfin de reglas ilógicas que tiene Colombia, pero, bueno, cada quien con su locura.

Así fue cómo terminé sin zapatos, sin memoria y riendo para ocultar que me temblaban las piernas del susto.

***

Teniendo en cuenta que nuestros usuarios son los millennials, conocidos por ser netamente visuales, conscientes de problemas mundiales (como el cambio climático) y una generación netamente apegada a la red mediante dispositivos portátiles (por lo que difícilmente consumen plataformas como televisión en comparación a las generaciones anteriores, sino reciben e interactúan con plataformas streaming —Spotify, Netflix, Hulu, etcétera—, tenemos ideada una forma de propaganda visual: serán stickers de papel reciclable que estarán adheridos a paredes en lugares públicos, todo con colores fuertes y brillantes para llamar su atención. Dichos stickers incluirán un código QR con el que los usuarios, a través de sus dispositivos móviles, podrán acceder a una página en donde se informen más al respecto con fotografías, audios y la crónica. Respecto al tema del satanismo, tener como finalidad informar al espectador que no tenga mucho conocimiento debido a el tabú que representa el tema a nivel social en Colombia, brindando un puente entre los seguidores de esta religión y los usuarios ignorantes.

La dinámica consiste en que a través de redes sociales podamos generar tendencia en un challenge donde los usuarios se tomen una selfie y la compartan en sus redes usando un hashtag (para generar más interactividad entre los mismos, y llegar a la mayor cantidad de población millenial y así tener un marco global a nivel Bogotá). Respecto a lo que implican las sectas y cómo estas influyen en las vidas de las personas, así mismo mostrarlas un poco más a nivel sociocultural y lograr sesgar un poco el nivel de ignorancia que existe actualmente en la población.

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