Viví para contar el robo del Banco de la República de Valledupar

Viví para contar el robo del Banco de la República de Valledupar

El periodista Héctor Sarasti cubrió para El Espacio el millonario atraco que inspiró una de las últimas producciones de Netflix. Esta fue su experiencia

Por: Héctor Sarasti
agosto 27, 2020
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Viví para contar el robo del Banco de la República de Valledupar

Eran las diez de la mañana del martes 18 de octubre de 1994 cuando el editor general del periódico El Espacio, Alberto Uribe, llamó ofuscado al radioteléfono del carro de la empresa y gritó: “¡Sarasti, váyase ya para Valledupar que acaban de vaciar el Banco de la República de esa ciudad!”.

Sin tiempo de nada, dejé la escena de un crimen que cubría ese mañana en Ciudad Bolívar, sur de Bogotá. Llegué a la puerta del periódico y Uribe Gómez esperaba con dos tiquetes aéreos, uno para mí, el otro para el reportero gráfico, Gerardo Cháves. Los dos nos enfrentaríamos, sin saberlo, a uno de los más singulares robos bancarios jamás cometidos en Colombia. Tardaríamos un mes en volver a Bogotá, pues se haría un seguimiento periodístico de esta noticia, como era la costumbre del editor general de ese impreso, criticado pero muy leído.

El vuelo de la entonces aerolínea intercontinental surcó al filo del medio día la cordillera central para encaminarse al norte de Colombia y dejarnos en el Aeropuerto Alfondo López Michelsen de Valledupar.

De inmediato nos fuimos a la Carrera 9 # 16 - 13. Allí está el imponente edificio modular que hace las veces de de sede del Banco de la República. Llegados, una nube de reporteros ya permanecía apostada en las escalinatas de la entidad. Periodistas de CM&, del desaparecido Noticiero QAP, del diario El Tiempo-Caribe y otros tantos medios locales, nacionales y mundiales se daban cita allí para esperar el desarrollo de la información.

El rumor era que se acababan de llevar 24.072 millones de pesos y que había esperanza de que cayeran los pillos y se recuperara el botín, pues para ese momento ya había caído el policía que sobornaron en la entrada y que hizo correr el anillo exterior del banco para dar oportunidad a que los ladrones entraran a la entidad el domingo de ese puente a las 6:15 a.m.

“¿Qué esperan?”, pregunté con ingenuidad. “¡A que nos abran el banco para ver qué se robaron!”, grito uno de los periodistas. Respuesta que me dejó dudas, entre ellas, ¿con semejante robo y van a mostrar las escena de los hechos…?

—Gerardo, quédate aquí… si ves que vengo acelerado, coronamos…

Me dirigí a la sede de la Fiscalía General de la Nación en Valledupar.

—Buenas tardes, por favor, ¿quién es el fiscal de turno que le tocó conocer del caso del robo del banco?

—¡Jorge Oñate!— mencionó alguien

—¿Eche, y ese no es cantante?— dijo con humor y recostado a mi vena costeña…

—No, es que aquí hay un man que se llama así y es el que se la sabe toda de ese robo…

—Lo puede llamar, por favor…

—Jorgeee, ve, un periodista te busca— dijo el que recuerdo hoy era secretario de una fiscalía…

Al momento apareció Jorge Oñate.

—Diga…

—Mire —dije— es que allá en la entrada del banco está una nube de periodistas esperando a que les abran el banco para ver cómo robaron y es que dudo mucho que así lo hagan, ese robo fue multimillonario

—¿Tú quieres saber con qué robaron eso allá?— dijo el citado homónimo Oñate…

—Sí.

—Ven, sígueme…

El funcionario bajó unas pequeñas escaleras, prendió una luz y dijo: ¡No esperes a que abran nada allá, que no van a abrir, aquí está todo con lo que robaron!

Ante mis ojos estaba las pipetas, las máscaras, las llaves, la campana de extracción y hasta la caja de cerveza enlatada que hallaron adentro del banco y que a esa hora ya la tenía en su poder la Fiscalía.

—¡Gracias!— le dije con desespero.

Paré un taxi, llegué al banco, llamé al Gerardo y nos fuimos en el mayor sigilo. Nadie sabia, a excepción del reportero gráfico de El Tiempo, Carlos Capella, que acabábamos de dar con la chiva del robo. Regresamos a la sede y procedimos a tomar fotos hasta la saciedad.

Esa madrugada, a las tres de la mañana, estaba entrevistando en un comando de policía de Valledupar a nadie más ni nadie menos que el responsable de haber abierto el banco, Winston Tariffa, el vigilante.

Lloraba como un bebé y se manifestaba arrepentido de haber abierto. “Me equivoqué”, decía entre lágrimas. Han pasado 26 años y el pasado martes 25 de agosto volví a ver a Tariffa. Ya pagó su condena. Y ya no es un joven, ya está viejo.

Ya está viejo, como todos quienes vinimos alguna vez a Valledupar a cubrir ese robo. Cómo olvidar que de esos periodistas que conocí esa tarde asesinaron a dos, a Amparo Jiménez y a Guzmán Quintero, por motivos ajenos a ese robo. Y que la mayoría de nosotros, que ya frisamos más del medio siglo de vida, en un tiempo no muy lejano ya no estaremos para contarles lo que vivimos.

…..

El reportero Héctor Sarasti egresó de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana. Ha sido periodista del diario El Tiempo y de El Espacio; colaborador de la Revista Vea y El Espectador. Así mismo fue coordinador  de redacción (1996-1998) y editor general (2018-2020) del diario Extra, de Ecuador. Ha estado radicado, también, en España y Venezuela. Ha cubierto innumerables hechos periodísticos a lo largo de su carrera que le aportan, entre otros aspectos, una sensibilidad a sus crónicas en Testigo Directo.

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