Visitas papales: de Juan Pablo II a Francisco

Visitas papales: de Juan Pablo II a Francisco

Como la venida de Juan Pablo II en 1986 a Colombia, la llegada del papa Francisco al país ocurre en un momento más que pertinente y necesario

Por: Gustavo Osorio Vizcaíno
agosto 30, 2017
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Visitas papales: de Juan Pablo II a Francisco

—Vamos a ver al Papa—dijo uno de mis primos de 16 años.

Todos observamos a mi abuela que contestó —sí, pero llévense al niño—refiriéndose a mí. Comenzamos la caminata desde la calle 18 del municipio de Soledad, la que conecta con la calle 17 de Barranquilla, con la Kra. 30 del barrio Hipódromo 4 de mis primos adolescentes y yo a mis 6 años de edad hasta la entrada del barrio, caminata de aproximadamente 40 minutos para un niño.

Días atrás le pregunté a mi abuela “¿por qué es tan importante la visita del papa para que todo el mundo hable de eso?” y me respondió “Es el representante de Dios en la tierra”. Por supuesto mi abuela seguía la tradición católica de mi país.

Llegamos a la entrada del barrio hipódromo con la autopista calle 30 de Barranquilla, mis primos y yo nos subimos a la parte trasera de un camión con estacas que nos facilitaba la visual, una vez arriba, lo que vi me pareció desconcertante. Toda la autopista abarrotada de gente de extremo a extremo, solo se observaban mires de personas a donde girara la cabeza, fuese del lado del aeropuerto o del lado en dirección al barrio Simón Bolívar. Nunca había visto tal aglomeración de gente hasta ese momento, ni siquiera en los desfiles del Carnaval De Barranquilla.

Poco después se empezaron a escuchar gritos de júbilo que poco a poco se acercaban al lugar donde estábamos, a lo lejos la caravana de vehículos con aquel punto blanco móvil que se resaltaba. “Ahí viene”, gritó alguien cuando la caravana estaba a 100 metros, entonces observé con claridad ese auto exótico que solo había visto en televisión, el papa móvil y en el aquel señor 60 años exactos mayor que yo, de pie saludando a todos a ambos lados de la carretera, sin soltar su cetro con punta de crucifijo. Juan Pablo II quien pasa a alta velocidad a unos metros de donde me encontraba y sigue su camino, sin embargo para ese momento de mi infancia fueron segundos significativos.

Después de una niñez católica que incluyó primera comunión y una alta efervescencia religiosa que solo llegó hasta la pubertad, debí esperar hasta la juventud para tener conciencia que la investidura de papa encarna la política y la religión al tiempo, como ocurre con muy pocas investiduras en el mundo. Una figura que representa la paz espiritual de millones de personas seguidoras de la fe católica, para otros el jefe de estado de la nación más pequeña del mundo y con más territorio en sus embajadas que en su propio país.

Contrario a 1986 donde el país necesitaba un símbolo que nos uniera pocos meses después de la tragedia en Armero y la retoma del Palacio de Justicia, el papa Francisco se encontrará con un país polarizado, entre sus últimos 2 dirigentes y los métodos para conseguir una paz. Algunos con mayor énfasis en la paz sostenida, estable y duradera, y otros con un mayor énfasis en la paz sin impunidad. Adicionalmente, carga el lastre de los señalamientos de jesuitas en Argentina que lo acusan de informante de la dictadura militar de ese país, y el de los actuales ultraconservadores que lo sindican de ser el papa negro de las profecías, entre ellos Jose Galat en Colombia.

Él es un papa con un discurso adaptado a los tiempos modernos, abogando para construir puentes entre los pueblos antes que muros, quien visibiliza la lucha por la defensa animal y la no discriminación de las personas que en otrora eran quemadas por la inquisición y tiempo después señaladas hasta la segregación. Un papa que puntualmente viene motivado a apostar su granito de arena al posconflicto de un proceso de paz, que hasta algunos de los votantes por el “Sí” en nuestro último plebiscito, reconocen defectos y carencias. Un proceso de paz, que en el discurso político de la polarización, por un lado tiene todos los defectos del mundo, y por el otro lado es lo mejor de lo mejor posible, pero sabemos en el fondo de nuestro ser que no es ni lo uno ni lo otro. Difícil tarea le toca al papa francisco, una sociedad dividida en las dimensiones que no vio Juan Pablo II y el cual debe construir puentes que nos unan.

Por estas causalidades cósmicas, mi hija tiene la misma edad que yo tuve cuando nos visitó un papa por última vez, cosa que me llena de regocijo, porque desde el eco de mi infancia le puedo hablar en una circunstancia similar

 

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