Vicky Hernández y su sueño frustrado de seguir actuando

Vicky Hernández y su sueño frustrado de seguir actuando

Desde su finca en Subachoque, se siente lista para encantar como lo hizo en Romeo y Buseta y revivir su gloria como actriz en la Mansión de la Araucaima con Mayolo

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marzo 20, 2023
Vicky Hernández y su sueño frustrado de seguir actuando

Marlon Brando decía que no le gustaba actuar porque le dolía. Le dolía tener que meterse en la piel de una persona que no era él. En Colombia, son pocos los actores que han sentido esta intensidad. Frank Ramírez, alumno de Stela Adler, la misma que formó a Robert De Niro, fue uno de esos casos. El otro es Vicky Hernández.

El nivel de exigencia de Vicky fue a tal extremo que llegó un momento en donde tiró la toalla con eso de tener que hacer castings. A la edad de ella, gloriosos 72 años, un actor en Estados Unidos es una leyenda. En un país en donde no existe el respeto por la gente realmente grande, Vicky, en un ataque de dignidad, decidió resignarse y dar un paso al costado.

Subachoque, ese pueblo de la Sabana, tranquilo y frío, fue el lugar escogido para el retiro. Allí, esta caleña vive fundida en sus recuerdos. Su vida es la vida de la televisión nacional. Es la caja negra que guarda sus secretos. Nació en 1950. La televisión la trajo al país Gustavo Rojas Pinilla en 1956, un año antes de que Vicky debutara en la actuación.

José Pulido Téllez fue el primero de sus maestros. Trabajaba en radioteatro y en adaptaciones de clásicos infantiles que salían en una época en la que la televisión era un arte que apenas nacía. Y desde entonces, fue la estrella que más brilló. Manejó a su antojo todos los géneros, desde la comedia como la mamá de Peter Alexander Tuta en Romeo y Buseta hasta papeles consagratorios en La mansión de Araucaima, de la mano del gran sensei, el todopoderoso y genial Carlos Mayolo.

La primera vez que vi a Vicky fue en 2003 en Santa Fe de Antioquia. Yo tenía una incipiente revista de cine llamada Vista al Sur y Víctor Gaviria, quien organizaba el festival de cine, me invitó. Vicky era un espectáculo. La gente la amaba. Margarita Rosa de Francisco también estaba allí, pero la gente prefería tomarse las fotos con Vicky, quien llevada por ese amor al cine, se sentaba en la plaza pública con el pueblo a ver obras como Araya de Margot Benacerraf o Ahí está el detalle, el clásico de Cantinflas.

Viajamos en un destartalado Wolkswagen y nos quedamos varados saliendo del pueblo cuando ya estábamos devolviéndonos. Ella fue quien nos desvaró y nos llevó en vilo hasta Medellín. No debe acordarse de esto Vicky, uno no es nadie al lado de una estrella.

Ahora, veinte años después, el tiempo pasa factura. Vicky tiene problemas de columna y se le dificulta caminar. La energía vital la tiene intacta. Y los recuerdos la acompañan. No era una niña normal. Después de llegar del colegio no se ponía a hacer tareas, sino que se iba a los viejos estudios de Inravisión a grabar en directo.

Una vez, cuando tenía 10 años, se orinó. Había un utilero a quien llamaban el Maestro Espinosa. El tipo era duro y cerraba el estudio de grabación como si fuera la bóveda de un banco. A la pobre niña no le quedó otra que orinarse en vivo y en directo. Ni eso la pudo derrumbar. Le pagaban 150 pesos por programa y se sentía tan rica que, a los 15 años, cuando iba a entrar a hacer quinto bachillerato, decidió retirarse del colegio y desde entonces fue su segunda piel.

Vicky Hernández se toma en serio su pasión. La hizo su vida. Por eso siente que el tiempo se le acaba. Tal vez desde que interpretó a la mamá de Pablo Escobar en el Patrón del mal no ha tenido un gran papel. Y de eso ya pasaron 10 años. Vicky resultó siendo incómoda para los directores y los canales de hoy. La vara con la que ella mide a sus compañeros es la de la excelencia y en la mediocridad de nuestra televisión, son animales que, como los dinosaurios, van a desaparecer.

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