Viaje al Amazonas: esa selva en la que vale la pena perderse

Viaje al Amazonas: esa selva en la que vale la pena perderse

Conocer el Amazonas es descubrir un mundo inconmensurable. Pero también ser testigo de la amenaza y la destrucción sobre el 20 % del agua dulce y pulmón del planeta

Por: Wilson Zapata Valencia
septiembre 22, 2022
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Viaje al Amazonas: esa selva en la que vale la pena perderse
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Conocer el Amazonas es descubrir un mundo mágico, inconmensurable, lleno de historias, culturas, leyendas, mitos, paisajes y relatos, en donde la realidad se confunde con la magia.

Conocer el Amazonas es conocer un territorio que al verlo por primera vez, se tiene la misma sensación de perplejidad que tuvo el capitán español Vicente Yáñez Pinzón, al comando de la barca La Niña, durante el descubrimiento de América, quien al adentrarse por Belén de Pará en Brasil y ver el estuario de 250 km cuadrados que forma el río amazonas en su desembocadura, más que un río vio un mar de agua dulce, por esto lo bautizó con el nombre de “Santa María de la Mar Dulce”.

Conocer el Amazonas es descubrir un mundo inconmensurable, donde todo es grandioso: una cuenca hidrográfica que abarca el 42% del territorio de américa del sur de 9 países, bañada por innumerables ríos y quebradas que alimentan el río más largo y caudaloso del mundo, de 7 062 km; una selva que alberga árboles centenarios y en donde es posible observar ceibas de más de 450 años, de 60 metros de altura; un territorio megadiverso, en donde un solo árbol tiene tantas especies de microorganismos como toda Francia.

Es visitar un territorio lleno de seres reales y a su vez mitológicos como la mítica Anaconda, la culebra más larga y hermosa del mundo; el Jaguar, ser precolombino, guardián de la selva, enviado al mundo como prueba de la voluntad e integridad de los seres humanos, según leyenda que recoge el antropólogo G Dolmatoff; es disfrutar de la bella danza de los  delfines de agua dulce, en la desembocadura del río Loretoyacu (Puerto Nariño), seres mitológicos protectores de las aguas y de la belleza de las mujeres; es conocer la Victoria Regia, cuya grandiosa hoja y blanca flor nos muestra la belleza y fragilidad de la existencia;  es deleitarse con un delicioso Pirarucú, pez prehistórico apetecido por la culinaria local.

Es conocer un bioma que influye más en nuestras vidas de lo que nosotros imaginamos: nuestro régimen andino de lluvias depende de la salud de la selva amazónica que evapora grandes ríos de agua dulce que al ser transportados por los vientos del este y chocar con las montañas andinas, se transforman en lluvia; gran parte de la sequía del  rio  Paraná que vivió el sur del continente hace dos años, los  científicos  la explican por la deforestación  e incendios forestales de la selva  amazónica brasileña.

Los ambientalistas denominan la selva amazónica el “pulmón del mundo”, porque es el más grande sumidero de carbono y fuente de oxígeno del planeta, por esto su conservación es vital para la salud y el equilibrio climático del globo terráqueo.

Conocer el Amazonas es conocer un mundo alucinante que ha llevado a más de un personaje a la locura, como el mítico personaje peruano Fitzcarraldo, interpretado magistralmente por Klaus  Kinski en la película del mismo nombre del cineasta alemán Werner Herzog, quien perdió la razón tratando de atravesar un barco de 320 toneladas por plena selva para llevarlo al río Amazonas, convertirse en el dueño y amo del negocio del caucho y así cumplir su sueño de construir un teatro de ópera en plena selva.

Los ingleses mismos en el siglo XIX llamaron la selva amazónica el “corazón de las tinieblas”, el lugar donde incluso los “blancos civilizados” perdían la razón y se convertían en “salvajes” similares a los pobladores nativos, según narra un bello libro del Museo Etnográfico de Leticia.

Conocer el Amazonas es conocer una gran diversidad de etnias y culturas, muchas de ellas milenarias, con sus lenguas, tradiciones, bailes, ritos y leyendas, muy amenazadas por la cristianización católica, de otras religiones y la “civilización occidental”. En Colombia son más de 36 etnias y culturas como los uitotos, ticunas, yaguas, cocamas, en peligro de desaparecer, porque la mayoría son culturas orales, a excepción de la ticuna, que al no tener escritura, desaparecen con la muerte de los abuelos y la emigración de los jóvenes a la ciudad; las malocas (epicentro de la vida familiar y cultural de las comunidades indígenas) están quedando solas, nos contaba un nativo.

Visitar el Amazonas es repasar la cruenta historia de Colombia en “modo amazónico”, con su historia de bonanzas, muerte y violencia. Primero fue la bonanza del caucho, alimentada por los mercados de llantas y derivados de esta resina y la avaricia del imperio británico, en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo veinte, época retratada en la obra La Vorágine de José Eustasio Rivera; seguida en ese siglo por las bonanzas del oro que amenazó y amenaza la rica biodiversidad del río Apaporis y de las pieles preciosas, para alimentar el ego y la vanidad de los “famosos del mundo”. El territorio tampoco ha sido ajeno a la bonanza de la coca, especialmente en los años 80 y 90 del siglo pasado con su secuela de destrucción y muerte e historias de sus propios capos como Evaristo Porras.

Visitar el Amazonas es conocer la dura realidad de las fronteras de Colombia, similares en el abandono, la desidia y la corrupción política y administrativa; es recorrer Leticia en motocarros (los únicos “taxis”) por sus calles destruidas y polvorientas en el verano; es escuchar de parte de la FAO y la Universidad Nacional, sede Leticia, que en medio de la mayor fuente de agua dulce del mundo, más de la mitad de la población no cuenta con agua potable y el municipio en general sufre escasez del líquido en el verano, sin embargo, cuenta con un aeropuerto internacional que costó más de $150.000 millones.

No obstante esta dura realidad, llama la atención de los visitantes la integración comercial y la forma armónica en que conviven los habitantes de los tres países que conforman esta esquina del mundo: Perú, Brasil y Colombia: las frutas, verduras, tubérculos como la yuca, granos, que se consumen en Leticia provienen del vecino municipio Santa Rosa de Perú; el café, los cosmético, artículos de aseo y muchos otros productos provienen de Tabatinga, ciudad limítrofe y contigua de Brasil, en donde se puede transitar libremente.

Esta armonía tal vez se explique porque los pueblos originarios, antes que ser peruanos, brasileños o colombianos, son ticunas, uitotos, cocamas u otros de las múltiples etnias todavía existentes; o tal vez se explique porque comparten el mismo abandono y olvido de sus países de origen o tal vez, porque su sobrevivencia en medio de la selva, lejos de los mercados y los servicios de sus países, a días de viaje en barco, único medio de transporte económico existente, los lleve a cooperar, más que a competir.

Por último, visitar el Amazonas es ser testigo de la amenaza que se cierne sobre este reservorio de agua dulce y pulmón del planeta, en donde el 20% de su territorio ya ha sido intervenido y destruido, en especial en Brasil y Bolivia que superan esta cifra, según datos recientes de la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada. En Colombia el 12 % de la selva ya ha sido intervenida y convertida en potreros, especialmente en la zona oeste, en donde no escapan santuarios ecológicos, arqueológicos y pictóricos de la humanidad como las serranías de Chiribiquete y la Macarena.

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